Con la ministra hemos topado, y nada menos que con la de Cultura, que en recientes declaraciones a propósito de la medida del Parlamento Catalán de prohibir las corridas de toros, y ante la pregunta de si las corridas forman parte de la cultura, afirma clara y rotundamente, sin el menor pudor, lo siguiente: “por supuesto que son cultura, son un ritual que nos enfrenta a dilemas de las existencias muy profundas que tienen mucho sentido en pleno 2010, mucha vigencia, tras lo cual ha explicado, que “éstas se incluyen en las artes de representación de la vida”. Para echarse a llorar.
Admite no solamente que son cultura, sino que forman parte de las artes, de las bellas artes, equiparando el ritual sangriento que se lleva a cabo – se escenifica, diría ella posiblemente - en las plazas de toros, con la música, la escultura, la literatura, etc. Menos mal que nadie le ha hecho esta observación, porque en ese caso, muy probablemente hubiera salido con aquello de que este espectáculo se ha visto representado en multitud de pinturas, esculturas y otras artes, olvidando que dicha reflexión es absurda, no merece ningún comentario y se anula por sí misma, ya que un cuadro, como tal, con motivos taurinos puede ser una obra de arte, como lo puede ser una batalla entre ejércitos o una pelea brutal entre seres humanos, pero de ninguna forma lo es el motivo que representa.
El término cultura, tan manejado, ninguneado e infrautilizado hoy en día, se aplica a cualquier manifestación popular, sea cual sea su origen y procedencia. Igual se utiliza para designar al folklore popular, a la gastronomía o a las fiestas populares, que a la celebración de un descomunal botellón, al lanzamiento de una cabra desde la torre del pueblo o a la persecución, martirio y muerte de un toro por los campos de los alrededores de una población que aún se divierte con este anacronismo bárbaro y cruel.
La Sra. Ministra en cuestión, procede, precisamente, de una de las artes reconocidas como tales, que es el cine. Está claro que el hábito no hace al monje, pues si bien, allí ha destacado por su labor, en las tareas ministeriales no parece sobresalir en demasía, y así, la hemos visto metida en faena – valga el símil taurino – con el famoso canon, que defiende a capa y espada – es curioso cómo aparecen una y otra vez los términos taurinos – y que tan impopular la han hecho ante los usuarios de los soportes informáticos de grabación en particular y ante el mundo de Internet en general.
Es éste un País donde se lee poco, se habla muy alto y donde la educación suele brillar por su ausencia. Es más que nada, triste, que se mantengan aún tradiciones bárbaras y anacrónicas, como los toros, que es preciso erradicar por el bien de esa cultura que, no solamente la ministra, sino, sorprendentemente, personajes importantes sobre todo del mundo de las artes y las letras, y que causan mi asombro, se empeñan en defender alegando diferentes razones, que suelen basarse en la defensa de la tradición, en establecer comparaciones con otras costumbres, o, lo que es más injustificable en su caso, aduciendo que se trata de un arte que hay que proteger.
El arte tiene por objeto la expresión de la belleza, a través de la música, la pintura, la escultura, la arquitectura, la literatura y la danza. Les pido, que hagan un pequeño alto en la lectura de este último párrafo y vuelvan a leerlo. Después añadan a estas artes clásicas, la del toreo. Seguramente experimentarán un escalofrío estremecedor fruto del instintivo rechazo ante semejante disparate. Si es así, le felicito, ama usted el arte.