lunes, 23 de agosto de 2010

HABEMUS HUELGA GENERAL

Convocados estamos, invitados tal vez, o quizás, sólo nos han sugerido, propuesto, insinuado, que si nos parece bien, vamos, que si no nos molesta, el próximo día 29 de septiembre – creo que esta es la fecha correcta, ya que lo han dicho tan bajito que en este momento me cabe la duda – de este año tercero de la crisis, esperan que nos unamos todos a la tan cacareada huelga general, de la que todo el mundo ha oído hablar, pero de la que nadie sabe nada en concreto.
Y es que dicha convocatoria sindical – léase en voz bajita para no incordiar – se parece demasiado a los tan difundidos globos sonda del gobierno y de tantas instituciones de todo orden, clase y cariz, que ya lo utilizan como método para conocer de antemano si suena bien o no, si es adecuado o todo lo contrario, si deben moverse o quedarse dónde están, con lo cual se crean un conjunto confuso de dimes y diretes, que hastían hasta las ovejas, las cuales, a estas alturas, deben estar ya al tanto de esta pedante manera de conocer el estado de la opinión pública, que desde aquí, ya les digo que fastidian, hartan y ponen nervioso al personal.
No sé con exactitud el tiempo que media desde la última huelga general hasta ahora, pero sin duda, debe de tocar ya, lo cual pesará en el ánimo de los convocantes y les animará a llevarla a cabo, porque teniendo en cuenta los tiempos actuales y el estado de cabreo de los trabajadores, igual acuden en masa, que los dejan solos, y esto les tiene sumamente preocupados, ante semejante dilema que se les plantea, por lo que sería buena idea, que los sindicatos les incentivasen al menos con una paga que les compense el palo económico que las empresas les van a dar, y así de paso quizás consigan sus propósitos que, vistas las perspectivas, tanto les preocupa.
Quizás ni por esas, ya que lo que los sindicatos no han hecho por los suyos en su momento - cuando debían y tenían la ineludible obligación de hacerlo - mostrando una debilidad incalificable en las oportunas negociaciones, quieren compensarlo ahora con unas movilizaciones que, sinceramente, van a servir para poco vista la firmeza del gobierno – en este aspecto admira contemplar cómo se han mantenido en sus posturas – y la adhesión inquebrantable y agradecida de las organizaciones empresariales y partidos políticos afines.
Difícil decisión la de unirse o no a la huelga en las circunstancias actuales. Para quién está a favor y considera razonable y razonado su participación, le cabe la duda de si merece la pena, vista la férrea decisión del gobierno de no dar ni un paso atrás, al mismo tiempo que encuentra múltiples motivos para adherirse a dicha huelga considerando los tremendos recortes sufridos en todos los órdenes, incluido los intocables beneficios sociales adquiridos, la inestabilidad laboral y la subida de impuestos habida y por haber.
Para quién tiene claro que no se unirá a las movilizaciones pertinentes, de ninguna forma va a hacerlo. Está seguro de su no participación, y tiene motivos más que suficientes para mantenerse al margen. Le sobran justificaciones y se encuentra extremadamente cabreado con los sindicatos, el gobierno y la patronal, con todos y cada uno de ellos a los que les acusa de debilidad, intrusismo y oportunidad, respectivamente, y anteponen a todo ello, el aspecto económico, y más estos momentos de vacas flacas. De ninguna manera les van a descontar ni una pela. Lo tienen muy claro, como quizás lo tengan los funcionarios, a los que, ya de paso, hay que reconocer que pese a sus privilegios, están pagando los patos rotos, con una bajada importante de su sueldo, que, por cierto, no todos están por las nubes como se suele creer, ya que hay multitud de funcionarios con sueldos mileuristas.
Precisamente a los funcionarios, los sindicatos los utilizaron como conejillos de indias, como moneda de cambio y globo sonda en la huelga llevada a cabo por los mismos en fechas anteriores y que resultó un completo desastre. Jugaron con ellos para probar así como estaba el patio, cual era el estado de concienciación a nivel de posibles movilizaciones futuras, y les salió rana, no consiguieron sus propósitos y de ahí surgió la duda y la actitud dubitativa que mantienen ahora.
Conclusión posible: no existe, ya que depende de cómo ve cada uno el panorama en función de sus circunstancias personales. El grado de irritación actual es considerable, y eso influye en el personal. Es incalificable el hecho de que en unos días, se hayan tomado unas medidas durísimas, de un calado que nadie podía esperar, por lo que muchos nos preguntamos: ¿Cómo es posible qué tanto estuviera tan mal hasta el extremo de tomar unas medidas extremadamente traumáticas y que nadie vio o quiso ver en los años precedentes?. Es increíble, inadmisible e intolerable.
En cualquier caso, hay que agradecer a los sindicatos que nos hayan avisado, prevenido, insinuado o como ustedes prefieran determinar, con dos meses de antelación y, sobre todo, al término de las vacaciones de verano, con lo que ya todo el mundo va a estar disponible para semejante evento. Lo que ya no resulta tan gratificante es que para esas fechas, los bolsillos proletarios estarán bastante disminuidos como para soportar otro golpe más con motivo de esta huelga general, tan prometedora para unos, tan atractiva para otros, y tan extrañamente enigmática e indeterminada para los demás. Deseo fervientemente que la disfruten.

lunes, 16 de agosto de 2010

SOMOS HIJOS DE LAS ESTRELLAS

No somos conscientes, ni por asomo, de que nos movemos a velocidad de vértigo surcando el Cosmos, el universo oceánico infinito y en continua expansión, a lomos de un pequeño planeta que no es sino un ínfimo punto de una inmensa galaxia, entre las miles de millones conocidas, y lo hacemos a lomos de una gigantesca nave espacial tripulada por seis mil millones de seres inteligentes, pertenecientes a una civilización que, en términos absolutos se considera avanzada, pero que en términos relativos, posiblemente estemos en los primeros albores, en un estado inicial de desarrollo, dado el hecho de que somos incapaces de vivir en paz, de respetar el preciado y maravilloso medio ambiente en el que nos desenvolvemos y con el que ha sido obsequiado este hermoso planeta Tierra.
Y es que para poder determinar nuestro grado de civilización, precisamos establecer una comparación con otras que sin duda existen en un universo de dimensiones tan colosales que la mente humana es incapaz de concebir. Pertenecemos a una galaxia con cien mil millones de estrellas, que no es más que una de la inmensa cantidad de las conocidas por el hombre, moviéndose a velocidades pasmosas, mientras que se van alejando, separándose las unas de las otras, seguramente para siempre, desde hace quince mil millones de años.
Carl Sagan, uno de los eminentes científicos pioneros en la exploración espacial y en la búsqueda de vida inteligente, acuñó la famosa frase: “somos hijos de las estrellas”. De ellas, afirmaba, procede toda la variada y valiosa vida que puebla nuestro afortunado planeta.
Nuestra estrella más próximo, el Sol, no es sino una estrella de tamaño medio, situado a la vuelta de la esquina en términos astronómicos. La siguiente más próxima, Alfa Centauri, se encuentra a casi cinco millones de años luz, lo que implica que la luz que emite, viajando a trescientos mil kilómetros por segundo, tarda en llegar a nosotros cinco años.
Contemplar un cielo estrellado en un lugar sin contaminación tanto atmosférico como lumínica, es uno de los espectáculos más apasionantes, hermosos y formidables que puedan existir y disfrutar en este mundo. Por desgracia esto no es posible en las ciudades, pero sí en las zonas rurales alejadas de los núcleos donde la espantosa contaminación propia de aquellas no se dan en éstas, favoreciendo así su majestuoso brillar nocturno.
La visión de miles de estrellas – en mi infancia solía tenderme de espaldas en el suelo para contarlas – supera cualquier otro espectáculo conocido. Con un brillo y un titilar inmaculados, nos invitan a su continua visión con un atractivo inimaginable. Si tenemos en cuenta las formidables distancias a las que se encuentran – las más alejas registradas por el hombre, se encuentran a miles de millones de años luz – algunas de ellas ya habrán consumido su combustible y se habrán apagado: sencillamente, ya no existirán, o se habrán convertido en agujeros negros, capaces de atraer y engullir, cuanto se encuentre en su poderoso radio de acción, incluida la luz.
Recientemente se ha descubierto un coloso del cosmos, de un tamaño que desafía toda inteligencia humana. Su masa equivale a trescientos soles, algo inimaginable e inalcanzable para nuestra escasa capacidad cerebral de la cual tanto nos vanagloriamos. Se pensaba, según los físicos teóricos, que no podrían existir estrellas que superasen cien veces la masa del sol. La sorpresa ha sido enorme, y eso que apenas conocemos nada del inconmensurable universo.
Basta un huracán, un terremoto, la formidable fuerza del mar, con sus maremotos, tsunamis, y simplemente tormentas que azotan las costas y derriban cuanto encuentran a su paso, para que nos sintamos indefensos, impotentes y ateridos de miedo ante semejantes y aterradoras demostraciones, ante las cuales nada podemos hacer. Y sin embargo, seguimos comportándonos como estúpidos e ignorantes seres que derrochan una ignorante soberbia ante el que creemos fabuloso potencial de una tecnología que nada puede hacer ante las poderosas fuerzas de la naturaleza que posee y atesora nuestro planeta.
Una única erupción solar que llegase a nuestro planeta acabaría con toda la vida existente en él en cuestión de minutos. No se molestará en unos cuantos miles de millones de años, y, por lo tanto, no será necesario, ya que al paso que nos desenvolvemos, mucho antes lo conseguiremos nosotros por nuestros propios medios.
Los astronautas, desde el espacio, son los únicos seres humanos que tienen el privilegio de contemplar el hermoso Planeta Azul desde el espacio exterior. Sólo ellos, pueden saber lo que se siente al ver un planeta tan sólo e indefenso rodeado de la oscuridad cósmica más absoluta. Envidio a ese número tan limitado que, imagino, han sentido, con su contemplación, la humildad más sincera y vibrante que jamás hayan experimentado en sus vidas.
Me siento pequeño, muy pequeño e insignificante ante la contemplación de una obra tan gigantesca como la del universo. Deberíamos dejar de formularnos las eternas preguntas de quienes somos, de donde venimos y adonde vamos, que a nada nos conducen. El universo lo vemos así, porque existimos. Ningún ser superior – por definición ya sería un absurdo - se hubiera molestado en crear un universo del que formaran parte los seres humanos. Los dioses no crearon a los hombres, sino los hombres a los dioses.

sábado, 14 de agosto de 2010

UN PAÍS BAJO MÍNIMOS

Quizás sea el verano con sus tórridas temperaturas el culpable del desaguisado sociocultural que vivimos – el económico ni lo citamos, démosle un respiro – y que nos hace sufrir los desvaríos de tanta gente prescindible, innecesaria y que para desdicha y mayor tortura nuestra, se hacen presentes con una asiduidad y persistencia tales, que acaban fijándose en nuestra mente de una forma involuntaria e inconsciente machacando con una cruel dureza nuestra inteligencia, agrediendo nuestro sentido ético y estético de la vida y de las cosas, arrasando de paso todo vestigio de buen gusto, educación y respeto y anulando cualquier señal por mínima que sea, que nos conduzca, aunque sea bajo mínimos, a una superación de la incultura que parece haberse instalado para siempre en ciertos medios y por ende e sus fieles y sumisos seguidores.
Se ha alcanzado tal estado de banal estupidez, que ciertos personajes, más bien personajillos decadentes, carentes de todo atractivo e interés, con una absoluta y ominosa incapacidad para articular una frase con una mínima corrección, no ya gramatical, porque sería pedirles demasiado, sino con un contenido y unas formas que no indujeran a la repulsa y a la indiferencia más radical, se han erigido en princesas y príncipes del pueblo – como si no tuviéramos ya bastantes - título que se auto adjudican sin el menor pudor, fruto de su incultura e ignorancia y que extendiendo sus redes, atrapan a multitudes que ríen sus grotescas gracias, aplauden sus vulgares exabruptos y gozan y disfrutan con los improperios que lanzan a diestro y siniestro, ofendiendo, golpeando y maltratando el buen gusto, la educación, el respeto y la inteligencia más elementales.
Si nos detenemos ahora en el panorama pseudopolítico supranacional como algunos quieren calificarlo, nos encontramos con la ya agria polémica surgida en Cataluña a causa de la decisión tomada por el Parlamento de esa Comunidad en el sentido de prohibir la tan cacareada y mal llama Fiesta Nacional. Tanta competencia le hacía a Sant Jordi, que han decidido anularla para que así el santo se erija en dueño y señor único de Cataluña. Pues muy bien, a mí me parece tan absurda aquella fiesta como ridícula ésta y tantas otras, no los festejos en sí, sino los miles de santos y santas que pueblan este país y al que rinden adoración y pleitesía, de rodillas, haciéndose cruces y con abrazos varios, tanto los políticos, como los reyes, como los príncipes y princesas que tanto abundan por estos lares.
Y entre tanto sobresalto, la señora del presidente Obama, elige nuestro país - vaya usted a saber por qué, ya que le han criticado dicha elección en el suyo – para pasar cinco días, para lo cual se ha orquestado una recepción como si del mismo presidente, su marido, se tratara y que muchos otros presidentes de otras naciones hubieran deseado para ellos. Me sorprendo, pero menos, cuando veo y oigo al ministro de fomento agradeciendo la visita y congratulándose y vanagloriándose de ello al haber elegido nuestro país, como si estuviésemos viviendo de nuevo un Bienvenido Mr. Marshall. La buena señora, se ha dado un baño de multitudes, la han alojado en un superhotel y la han paseado por la Alhambra, una plaza de toros y un cutre, ramplón y vulgar espectáculo de flamenco barato. Estoy seguro de que no se ha enterado de nada.
Y por último y con un sentimiento a medio camino entre la incredulidad, la ira contenida y el desencanto, contemplo obnubilado cómo nuestro Presidente se encierra con los suyos, trascendiendo hasta el más mínimo detalle de las broncas, desafíos y peleas varias, que debido a ello, la imaginación popular se encarga de magnificar, hasta el punto de desprestigiar aún más a una institución, a un gobierno y a un Presidente que se encuentra en estos momentos bajo mínimos.
Como colofón, y para darle la puntilla a este peculiar panorama, a la vuelta de las vacaciones, los sindicatos nos han preparado con la suficiente antelación, para que nos lo pensemos y se lo piensen también ellos, que tampoco lo tienen claro, una bonita, novedosa y espectacular huelga general. Que la disfruten.

viernes, 13 de agosto de 2010

INTRUSISMO PROFESIONAL

Una vez elegido el tema, a punto estoy de arrepentirme y desistir de la idea y propósito iniciales que me movieron al tratar un asunto que, sobre todo durante las vacaciones veraniegas – aunque sigue vigente durante el resto del año – alcanza su máximo esplendor y su mayor y más morbosa altura en cuanto a cotilleos, rumores e intromisiones de todo tipo en vidas y haciendas ajenas que logran atraer a un público ávido de intensas emociones en cuanto a saber de lo ajeno, cuanto más inmundo y rastrero mejor, cuanto más falaz y más morbo contenga más disfrute y mayor sensación de venganza satisfecha de complicidad mantenida con los personajillos que pueblan el panorama decadente y vulgar de la omnipresente telebasura y demás medios afines.
Dándole al inefable botón del ya imprescindible mando – sin él no sabríamos ni podríamos cambiar de programa, claro que tampoco osaríamos levantarnos para hacerlo – recorro una tras otra las emisoras que ineludiblemente nos deleitan con la vida, obra y milagros de tantas y tantos cantamañanas, auténticos caraduras que venden su hueca e insulsa existencia a cuantos medios les paguen por tan valiosa información, y así van por todos ellos, unos tras otro, soltando los mismos improperios y estupideces varias, poniendo por medio sine el menor rubor a sus hijos, parejas y demás familia sin escrúpulo alguno, y poniendo en marcha el ventilador para así repartir por doquier cuanta inmundicia brota de sus incultas y limitadas mentes.
Para que este circo funcione, se precisa un presentador/presentadora, una horda de colaboradores a los que en ocasiones tienen el atrevimiento de denominar “tertulianos”, la mayoría de los cuales han sido reclutados entre una caterva de personajes, famosillos ellos del más bajo nivel cultural, personal y, por supuesto periodístico – si es que alguno de ellos ostenta esta profesión – entre los que figuran, desde antiguos guardias civiles que se quedaban con la recaudación de las multas, hasta presuntos pseudodelincuentes, pseudodrogatas, chulos de baja monta, gitanitas que fueron un día maltratadas y que donde entonces lo contaron ahora sueltan todo tipo de chismes y cotilleos, así como princesas del pueblo, reinas y reinones varios que en un alarde de discriminación positiva, abundan por doquier en este desolador panorama mediático.
Decía al principio que estuve a punto de descartar este tema, pensando que quizás el enfoque que pensaba darle no era el correcto, ya que ningún profesional serio de esta honrosa profesión podría molestarse al contemplar a estos intrusos. No obstante he seguido adelante debido a que he considerado que la dimensión de tal ignominia está llegando a tal extremo, que con el tiempo cabe la posibilidad, aunque remota de que se confunda al periodista con el cotillo telebasurero, lo cual debería molestar a los profesionales que deberían exigir un código ético o medida similar con el objeto de defender su cometido.
Claro que a los verdaderos profesionales es imposible confundirlos con los cantamañanas que aquí se han mencionado. El problema para erradicar esta situación no reside en ellos, sino en la numerosa audiencia que tienen y que podría, con su ausencia, alejar definitivamente a estos intrusos.

lunes, 9 de agosto de 2010

2010 UNA ODISEA DEL ESPACIO PLAYERO

Año tercero desde el comienzo de la crisis, en la misma playa de la misma ciudad costera Levantina donde parece volvemos a coincidir las mismas caras que te parecen conocidas de años anteriores más las nuevas que se incorporan, no se si debido a, o pese a, la misma, y que alimentan aún más los comentarios ya habituales, tan manidos últimamente en el sentido de que pese a todo cada vez hay más gente – la verdad es que en la playa, encontrar un hueco es más complicado aún que el año anterior –. Una crisis que parece ser nadie ve materializada en la calle, como reflejaba un periódico de Estados Unidos cuyo enviado en Madrid se extrañaba de que no hubiese desórdenes callejeros y asaltos a los supermercados en un país con un veinte por ciento de paro. También nosotros nos lo preguntamos y lo justificamos con aquello de la economía sumergida, que como tal, no sale a flote para que pueda cuantificarse y que tampoco nadie parece interesado en llevar a cabo, pues aunque ilegal, tapa muchos agujeros, tanto de unos como de otros. Ya me entienden.
Aquí todo sigue igual que hace tres años, quizás con más gente aún, aunque es cierto que en los locales de ocio se adivinan más lugares y mesas libres, por lo que el consumo posiblemente ha disminuido aunque sea en pequeña proporción, lo cual no es extraño si tenemos en cuenta que no se han molestado en bajar los precios, a sabiendas quizás de la indolencia que suele arrastrarnos en este país a la hora de apretarnos el cinturón cuando de pasar las vacaciones se trata. Considero que en esta ocasión, y con tres años ya de crisis, se han equivocado y debido a ello se ven mano sobre mano, al menos a determinadas horas durante las cuales antes casi llenaban. La avaricia rompe el saco.
Hasta las inevitables gaviotas, tan familiares en este lugar, con sus característicos graznidos, parecen más próximas a nosotros cada año que pasa, y así, ahora, parecen más dispuestas a convivir entre la gente, paseándose por el suelo entre la multitud en el aparentemente más tranquilo e inactivo puerto, no sé si buscando alimento en forma de restos de comida, como si la crisis también les hubiera azotado a ellas o si lo que procuran es la proximidad de los veraneantes pensando en la larga soledad que les espera una vez acabado el verano.
Recorro el paseo marítimo, ya avanzada la tarde, cuando los veraneantes lo llenan casi al completo en su diario paseo de rigor y observo a los muchachos y muchachas de procedencia africana como copan el centro del mismo, extendiendo la manta sobre la que depositan ordenadamente los bolsos – todos ellos, como no, de primeras marcas – las gafas, zapatos, collares, relojes y todo tipo de bisutería, esperando el consabido regateo o en el peor de los casos la huída precipitada ante la llegada de la policía, que, como siempre, logran eludir – admira como tejen una red de espías que funciona admirablemente – detectándolos de inmediato, para volver al cabo de un rato a su lugar en un juego all ratón y el gato que parece pactado por ambas partes y que se desarrolla con absoluta naturalidad, tranquilidad y sosiego, como si formara parte de un espectáculo al que todos, incluidos los paseantes estuvieran acostumbrados y hubieran ensayado con asiduidad.
Siempre he sentido una irrefrenable simpatía por estas gentes, procedentes de múltiples países golpeados por una crisis permanente, chicos y chicas jóvenes, alegres y extremadamente amables y atentos, que soportan continuos regateos que en la mayoría de los casos acaban en nada, respondiendo una y otra vez a las mismas preguntas, con una perenne sonrisa. Son multitud y uno se pregunta cómo sobreviven, dónde residen, a qué se dedican el resto del día, de la temporada veraniega, del año en definitiva. Forman parte del paisaje de los paseos marítimos como los increíbles y admirables artistas que trazan tu rostro a la perfección en cuestión de minutos, sin apenas rectificar, o los mimos y las estatuas andantes, dotados todos ellos de una maravillosa aptitud para la representación callejera, dignos de todo elogio y consideración.
A ellos, últimamente, se han unido los modernos artistas del reclutamiento forzado de clientes destinados a ocupar las plazas libres en los restaurantes y demás zonas de ocio. Se colocan en la entrada de los mismos y se dirigen a los paseantes, potenciales clientes, sugiriéndoles las maravillas culinarias que podrán disfrutar si accediendo a su oferta deciden entrar. Te invitan a una sangría, te indican que aún les queda alguna que otra mesa libre y si te descuidas, exagerando un poco, te cogen del brazo y deciden por ti adonde vas a cenar.
Concluyamos con una posible e incierta explicación a esta situación económico-veraniega: las vacaciones son sagradas, y aunque reduzcamos las dos semanas de rigor a una sola, y las cervezas las tomemos en el apartamento, nadie va a hacer dejación de airear a los cuatro vientos que hemos estado en la playa, como todos los años, aunque nuestro incipiente bronceado nos delate, o no, ya que podríamos hacer horas extra en la playa, ya que, al fin y al cabo, todavía es gratis. Faltaría más.

viernes, 6 de agosto de 2010

DONDE FUERES HAZ LO QUE VIERES

Gracias a esa maravilla procedente ya, quién lo diría, del siglo pasado, que dimos en denominar Internet, casi nadie ya en este mundo puede sentirse un personaje anónimo, secreto o invisible para los demás, y así, si te mueves con cierta frecuencia por sus denominadas redes sociales, comprobarás que localizarte, descubrirte, saber que has sido reconocido, localizado e invitarte a unirte a determinados grupos o personas individuales no es nada complicado, sino más bien al contrario, puedes llevarte la sorpresa de que alguien a quién no ves hace muchos años, ha dado contigo, sabe de ti, y desearía encontrase contigo en ese espacio virtual, inmenso y poderosamente atractivo que son los espacios comunes, los lugares de encuentro que denominamos redes sociales y que tienen el don de poseer un formidable poder de reunión y convocatoria para acercar a los seres humanos
He sido maestro de escuela durante muchos años, ejerciendo tanto en el ámbito rural – en unos idílicos pueblecitos de Segovia llenos de encanto - como en el urbano. El paso de aquel a éste, fue sino traumático, sí considerable, al enfrentarme a otro entorno, otro ambiente, otros niños – aquellos parecían ser de otro mundo, comparado con los de la ciudad, a los que jamás tuve que mandarles callar, respetuosos hasta casi la sumisión – y, cómo no, otros padres, cuya relación con el profesor – aquí ya no era el Sr. Maestro, sino que de inmediato y sin más, adquirí el título de profesor – era radicalmente distinta, aunque esa es otra historia que nos ocuparía un relato entero y no deseo alargarme en exceso.
Mantengo en Internet un blog personal, varias páginas web y cuenta en el inefable Facebook, al que dicen que si no perteneces, no existes, lo cual es una soberbia majadería, pero no deja de ser un punto de encuentro con todo su potencial positivo y cómo no negativo. A través de estos medios me han encontrado y contactado antiguos alumnos, invitándome a unirme a ellos, lo cual he hecho sin dudarlo.
En algún caso han dado con mi blog en el que deposito con cierta frecuencia todo tipo de pequeños artículos de opinión, y esto ha dado motivo para que se pusieran en contacto conmigo, permitiéndose el lujo de debatir con su antiguo profesor, acusándole en ocasiones incluso de falaz al estar en desacuerdo con el contenido de algún tema vertido en el blog, lo cual me ha proporcionado, al mismo tiempo que una agradecida sonrisa, un significado toque de atención que creo debo tomar en cuenta. Nos da ocasión al mismo tiempo para recordar aquellos preciosos momentos de relación profesor-alumno, irrepetibles, y de intercambiar fotos y anécdota de aquellos maravillosos años.
Hace poco tiempo, un antiguo alumno, Francisco, se puso en contacto conmigo desde Austria, donde reside y trabaja. Localizó mi blog y me escribió comentando un artículo mío que había leído. Se preguntaba - siempre dirigiéndose a mí con un “usted”, sumamente respetuoso y que después le dije que olvidara – si le recordaba, pues han sido muchos los alumnos que tuve en los largos años que ejercí. Por supuesto que me acordaba de él, excelente alumno, al igual que su hermano que también lo tuve de discípulo, capaz e inteligente como demostraría después, hijos ambos de unos padres admirables, buenas personas, humildes, trabajadoras y siempre respetuosas con los profesores – no era moneda corriente entonces y menos aún lo es hoy en día para desgracia de los hijos, profesores y educación en general - que se desvivieron por darles lo mejor a sus hijos.
Le pido que me hable de su estancia en Austria y a renglón seguido me responde, ya con un forzado tuteo que le agradezco. Son cinco años ya los que lleva en Austria, país al que llegó sin conocer el idioma y donde hasta el clima se pronunciaba con extrema dureza – llegó a medir veinticinco grados bajo cero – trabajando en lo que encontraba y sufriendo de una soledad que estuvo a punto de hacerle abandonar. Durante seis meses estudió el Alemán en televisión, al cabo de los cuales, empezó a darse cuenta de que lo entendía – habla varios idiomas más – lo cual le facilitó la comunicación y la posibilidad de conocer a gente lo que le permitió que nuevas y felices expectativas se abrieran ante él.
Encontró por fin un buen trabajo y comenzó a sentirse a gusto en un país, que como él dice no es mejor ni peor que el suyo, sino diferente. Me refiere una anécdota sumamente elocuente, práctica y digna de tener en cuenta y que constituye el punto de partida, la base y el origen de estas líneas. Una amiga suya que vive en Australia, le dio el mejor consejo que jamás pudo oír en sus circunstancias: “Dónde fueres, haz lo que vieres”. Dicho y hecho. Se aplicó el cuento y lo llevó a rajatabla.
A partir de entonces todo cambió. Conoció a nuevas gentes, se integró en su mundo y comenzó a ser feliz en un país extraño. Estas actitudes son perfectamente válidas para cualquier persona que necesita emigra a otro país, y así, podrían ser aplicable por la numerosa inmigración que se desenvuelve en España y que tiende, en su mayoría, a aislarse, formando guetos que les llevan a ellos y a nosotros a sembrar desconfianzas y malentendidos, y por ende, a la incomunicación y a la incomprensión.
Supongo que no será fácil, que supondrá un esfuerzo por parte de todos y que no significará que tengan que hacer dejación de sus costumbres. Ahí tenemos el ejemplo y la experiencia de Francisco, mi antiguo alumno y hoy amigo, al que desde aquí envío un abrazo.