viernes, 20 de mayo de 2011

LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO

Venid senadores, congresistas, por favor, haced caso de la llamada, no os quedéis en la puerta de entrada, no bloqueéis el vestíbulo, pues va a dañarse aquel que se haya atascado, hay una batalla afuera y está bramando, esto pronto sacudirá vuestras ventanas y hará retumbar vuestras paredes, porque los tiempos están cambiando.
No es mío el anterior párrafo, no lo he escrito yo, no soy su autor ni siquiera es mío el título, le pertenecen Bob Dylan, su autor, que hace ya cincuenta años lo compuso y lo cantó a los cuatro vientos a unas generaciones que en nada se parecían a las actuales, en unas circunstancias radicalmente diferentes y que parecen ahora repetirse, en un entorno distinto de aquel, como si cíclicamente nos viéramos obligados a repetir la misma historia, como si nada hubiera cambiado en este medio siglo.
Pero no es así. Los cambios han sido tantos, tan variados y sustanciales, en todos los órdenes, incluso traumáticos algunos, que ambas épocas no son comparables en absoluto. La caída del tristemente famoso Telón de Acero y, por lo tanto, del Comunismo y de la no menos célebre guerra fría, la desaparición del vergonzoso Muro de Berlín, la ignominiosa guerra de los Balcanes, la abyecta e inmoral guerra de Irak, la globalización, la eclosión de Internet y las Redes Sociales.
Todo ello en los últimos veinticinco años, en el último cuarto de siglo, en apenas una fracción de tiempo que ha supuesto un cambio radical de numerosas estructuras sociales, mientras otras permanecen inalterables, intocables, estáticas, como si nada alrededor estuviera cambiando, como si nada hubiera acontecido en este tiempo, cuando la realidad, siempre tan obcecada e inevitable, dicte lo contrario a una sociedad que exige cambios ante los traumas sufridos en los últimos tiempos.
Una sociedad en permanente cambio, debe exigir de los poderes de derecho, una permanente adaptación a los movimientos sociales que tienen lugar en su seno, controlando de paso a los poderes fácticos, económicos fundamentalmente, que han alcanzado unas elevadas e inquietantes cotas de poder de hecho, que están alterando el equilibrio social necesario en unas democracias que llevan demasiados años mirándose al ombligo con un alto nivel de autocomplacencia que ahora se ve contestada por los ciudadanos hartos de soportar los excesos, los abusos y las corruptelas de todo orden que están contaminando a una sociedad hasta ahora adormecida.
Pero está despertando, y el ejemplo más palpable partió del mundo Árabe, en países como Túnez, Egipto, Siria y otros de la misma zona, que aunque con una problemática muy diferente a la que vivimos en Europa, tienen una base común, que es el descontento, el hartazgo y la rebelión contra un poder establecido, tiránico allí, condescendiente y acomodaticio aquí, que ha obligado a la ciudadanía a salir a la calle a protestar, a decir no, a gritar su indignación.
Y ahí los tenemos, en la Puerta del Sol de Madrid, en la Plaza de Cataluña de Barcelona o a los pies del Acueducto de Segovia. Los protagonistas están siendo los jóvenes y no tan jóvenes, que se han echado a la calle convocados a través de las cada vez más influyentes Redes Sociales, bajo el paraguas de la denominada “democracia real ya”, que cada vez posee más adeptos y que mantienen una presión tal ante los poderes establecidos, que ya están empezando a considerar sus peticiones, reconociendo que muchas de ellas tienen fundamento y que no sólo son posibles, sino necesarias.
Desconocemos aún el alcance real de este movimiento. No sabemos si se desinflará con el tiempo o si conseguirá continuar con su presión hasta lograr cambios sustanciales que le dé carta de naturaleza y estabilidad, de tal forma que se transforme en un referente que contagie a toda la sociedad en su afán de lograr los cambios que con tanta justicia ansía y necesita, porque los tiempos están cambiando.

miércoles, 11 de mayo de 2011

FUNCIONARIOS

Es éste un gremio que siempre ha soportado las críticas más airadas, las iras más encendidas y, cómo no, las envidias más vehementes y casi siempre mal disimuladas, que, no obstante, no han logrado nunca, en ningún momento, ni por asomo, descolocarles, inquietarles, preocuparles o hacerles sentirse no ya violentos ni culpables – la verdad es que no tienen por qué – sino que muy al contrario, esta actitud hacia ellos les encrespa, les enerva, y en un arranque de arrogancia corporativa, surgen con la seguridad que les da su egregia posición, con la justificación por excelencia esgrimida siempre por ellos y que no es sino la consabida frase aquella de: pase usted por la oposición, oiga.
Así que ya sabemos la que nos espera. Todos a trabajar para el Estado, todos a chupar de la teta estatal que nunca se acaba, que siempre está llena, que no desfallece, que no te rechaza jamás y que sobre todo, es para siempre. Algo, esto último, que hoy en día, con la precariedad laboral existente, el paro galopante y los apuros económicos varios, no tiene precio ni parangón posible que se resista a una ocupación laboral siempre deseada y en estos momentos tan delicados, anhelada ambicionada y codiciada como ninguna otra lo ha sido jamás.
Siempre el funcionariado ha sido harto envidiado por su condición de trabajador privilegiado en cuanto a la temporalidad de su trabajo, a su perpetuidad, a su estabilidad que le permite afrontar la vida con total tranquilidad sin miedos ni sobresaltos que le puedan afectar, simple y llanamente es para siempre jamás, sin despidos que puedan afectarles – Habría que montar la del inefable Tejero, y aún así, les quedaría el sueldo - sin expedientes de regulación de empleo, sin sanciones por las ausencias continuadas ni controles exhaustivos de su trabajo. En fin, ni dentista ni notario. Funcionario.
Y ahí es dónde le duele, donde el agravio comparativo con el resto de los trabajadores es forzosamente arbitrario, injusto e inaceptable para el común de los mortales que no logra entender, como el resto de las miles de profesiones desarrolladas por millones de productores – distingámoslos así de los funcionarios – no ostentan esa inauditas condiciones laborales que en la empresa privada no se dan ni por asomo.
Perdone usted, le volverán a argüir, la respuesta es muy sencilla: apruebe usted la oposición por la que hemos tenido que pasar nosotros. No sé, no me convence del todo. Hay algo que falla en éste razonamiento tan radical, tan elemental, pero que, ciertamente, es difícil de refutar. Sin embargo, ¿Qué pasa con el albañil, el electricista, el minero, el barrendero, el oficinista, el ebanista o el chatarrero? ¿Acaso no están sometidos a una prueba diaria en sus trabajos constituyendo una auténtica oposición diaria, que solamente acaban cuando son despedidos o jubilados si es que logran éste último estado? Juzguen ustedes.
En el mundo laboral, hay gente para todo. Buena y mala, trabajadora y ociosa, responsable e insensata. El problema siempre latente en el funcionariado es que por su propia naturaleza, puede inclinar a los de siempre al pasotismo, es decir, de aquí no me mueve nadie, así que a vivir que son dos días. Esta gente, los menos, ciertamente, no merecen una situación laboral privilegiada que disfrutan sin merecerla, ya que en la empresa privada no aguantarían ni dos días. Pero han aprobado la oposición, así que a callar. Ya sabes, a opositar. Argumento rotundo donde los haya.
Es de justicia destacar el palo económico recibido con un importante recorte en su sueldo, y el hecho de que no todos los funcionarios son iguales. Tendemos a considerar como funcionarios, casi exclusivamente a los trabajadores de ayuntamientos y ministerios – son los más visibles cuando en masa se dirigen a desayunar – pero también lo son los trabajadores de los hospitales, la policía, los bomberos y tantos otros que no solemos tener en cuenta y que no despertarían en nosotros tantas suspicacias.
Debo por último citar, aunque me cause algún que otro problema si este escrito llega a sus manos, que mi gentil esposa es funcionaria, que desarrolla su labor con toda la sensatez y seriedad de un trabajador que como la mayoría, no trata de aprovecharse de su condición de funcionaria y que reconoce sin ambages que se considera una trabajadora privilegiada.
De vez en cuando se lo recuerdo, como hacían los esclavos con los generales romanos victoriosos, cuando al oído les decían: "recuerda que eres mortal". Tanto se lo debo machacar, tanto le harto de vez en cuando, que no puede evitar decirme, no susurrándome al oído como hacían en Roma, sino en voz bien alta y clara aquello de: si quieres ser funcionario haz la oposición.
La verdad, es que razón no le falta.