jueves, 26 de julio de 2012

MENSAJEROS DEL HASTÍO

La vida ya es lo suficientemente dura como para que nos lo recuerden todos los días desde primeras horas de la mañana, insistente y machaconamente, sin pausa ni dilación, obstinadamente, sin faltar a su cita matinal, obsesivamente, como si temieran que se nos olvidasen los problemas que venimos años ya acarreando, crisis, recortes, intereses de la deuda, primas de riesgo, rescates, más y más crisis.
Que nos quede claro, que no se nos puede olvidar, que debemos repetirlo una y mil veces durante el día para que vivamos con una especie de sentimiento de culpa que nos mantiene en la angustia permanente de la inseguridad, la duda y la incertidumbre ante un incierto presente y un vacilante futuro del que dudamos pueda existir más allá de los problemas cotidianos.
Son incapaces de suavizar el estado de un camino ondulado y sinuoso, lleno de asperezas y obstáculos. No tienen imaginación ni sensibilidad alguna para comprender a la gente, a la pobre y buena gente que sufre cada día los golpes de quienes tienen el poder de decidir por los demás, de gobernar y controlar su vida sin un ápice de humana delicadeza que les acerque a sus problemas, intentando mitigar sus ya maltratadas existencias.
Les falta ese punto de emotividad, de sentimiento, de ternura que tornaría sus duros y agrios mensajes en actos de piadosa comprensión hacia quienes va destinado tan matemático, rígido y tecnocrático discurso que abruma, cansa y aburre hasta las ovejas, afortunadas ellas de no tener que soportar a estos mensajeros del hastío.
Y vuelven a la carga cada hora en cada uno de los diarios, bien sea en la radio, en la televisión o en los periódicos, en las tertulias, en los debates, en las encuestas. Están en todos lados, en todo momento y en toda ocasión. Nos tienen rodeados.
Incapaces de promocionar la cultura, de difundir la belleza, de hablar de arte, literatura, música, comienzan y terminan el día con la misma canción malsonante y obsesivamente repetida de la maldita crisis, que a modo de lavado de cerebro va instalándose en una población que no ve la salida de este oscuro túnel al que nos han conducido.
Cada vez puede contemplarse a más gente, más cabizbaja, más silenciosa, con menos ilusión, con menos esperanza, más ensimismados, menos optimistas, huyendo de unos problemas que en gran parte les acucian y en gran medida les recuerdan continuamente.
Consumid nos dicen, pues sin consumo no hay salida a la crisis, pero ahorrad, no derrochéis, que de eso ya nos encargamos nosotros. Son mensajes ambiguos y contradictorios que chocan frontalmente con las medidas económicas represivas que han adoptado contra unos ciudadanos que ven como su poder adquisitivo disminuye cada día.
Dudo mucho que estos mensajeros del miedo lean a Federico García Lorca, a Antonio Machado, a Miguel Hernández, a Alberti, a Baroja, a Delibes, a García Márquez. No creo que ni siquiera lean, salvo sus dosieres, memorandos e informes llenos de cifras, datos y estadísticas desprovistos de sensibilidad alguna.
Si nos despertasen cada mañana con la lectura de un poema, de un capítulo del Quijote o con un agradable tema musical, quizás nos levantásemos con otros ánimos que nos alegrasen el duro día que comienza, haciéndolo más llevadero, más amable, y en la medida de lo posible, más feliz.

martes, 24 de julio de 2012

ARRIERITOS SOMOS

Entendí a la perfección, en su momento, a aquellos votantes de izquierda que ante los acontecimientos vividos al comienzo de la crisis y el panorama que se presentaba en el momento de depositar su voto, cambiaran el destino del mismo haciéndolo de tal manera, que su orientación giró ciento ochenta grados, teniendo como destinatarios los gobernantes que ahora dirigen este país, en los cuales depositaron su confianza con la esperanza de que los cambios necesarios se llevarían a cabo, recogiendo cuantos deseos y anhelos esperaban se llevaran a cabo, siempre con la intención de mejorar algo que parecía imposible fuera a peor.
Ahora, después de poco más de medio año de aquel triunfo más que sonado al conseguir una holgada mayoría absoluta, intenta recoger los frutos de una decisión que creyó correcta y que más que otra cosa lo hizo a la desesperada por aquello de que peor no podemos estar, contempla con pesar y desilusión, que no solamente no hemos mejorado, sino que el abismo del que partimos se ha ampliado hasta extremos que no permiten ver el fondo del mismo, que todo es oscuridad y pesimismo y que un profundo desasosiego se extiende por una sociedad maltratada y harta de soportar las consecuencias negativas de quienes provocaron tanta destrucción, cuyos efectos recaen, como siempre, sobre las espaldas de los ciudadanos menos favorecidos.
Llevo muchos años sin votar. No creo en un sistema que únicamente nos necesita hasta el preciso y justo momento de depositar el voto para después olvidarse de su contenido y de los propietarios del mismo. No obstante, entendí a quienes decidieron cambiar el sentido de su voto, pretendiendo que fuera o bien de castigo a los antiguos gobernantes, o bien de confianza en los nuevos, pensando que no podrían empeorar un situación ya de por sí sumamente deteriorada.
Pero se equivocaron. No solamente hemos ido a peor, sino que lo han conseguido de una forma casi despótica, arrogante y con un punto de chulería que exacerba los ánimos de cualquiera. Es insoportable la pertinaz cantinela de la herencia recibida, como si ello les justificase de tal manera que les posibilita para tomar las durísimas medidas que están empobreciendo a una gran parte de la población, para echarse después a dormir, lavándose las manos como señal de inocencia, de no culpabilidad, de una ausencia de responsabilidad tal que irrita al más de los templados ciudadanos que no soporta ya más vejaciones.
No se han atrevido – seguramente la oposición tampoco lo hubiera hecho de continuar en el poder – con los sectores intocables de siempre, es decir, las grandes fortunas, la iglesia, la monarquía, la banca, así como instituciones obsoletas y costosísimas como el Senado y sí han permitido que los grandes defraudadores se vayan de rositas aportando una pequeña cantidad de las inmensas fortunas que han amasado a espaldas de la legalidad establecida.
Una vez asentados en su territorio, han dado comienzo a la caza de brujas en los medios de comunicación, haciendo una auténtica criba con todos aquellos que se han destacado en la radio y la televisión por mantener una línea demasiado abierta y liberal para la concepción que ellos tienen del tratamiento de la información, y así han despachado a todos aquellos cuyos programas habían crecido desmesuradamente en audiencia, lo cual relacionan directamente con la abierta crítica a las acciones del gobierno por parte de los oyentes, lo cual por otra parte, es verdad, por lo que hay que cerrar las líneas abiertas a la libre expresión. Quién evita la tentación, evita el pecado.
Y ellos, que se declaran abiertamente católicos practicantes – aunque ello no es óbice ni obstáculo para algunos que ya hayan demostrado que se puede conjugar a la perfección misa y corruptelas varias – ya han comunicado a través del ministro de justicia, que van echar abajo la ley del aborto penalizando alguno de los supuestos, en un gesto que supone una bofetada despectiva hacia las mujeres, que son las únicas que de una forma irrenunciable pueden decidir.
En fin, juzguen ustedes, sobre todo los que cambiaron la orientación de su voto porque llegaron a confiar en ellos. Sin duda no lo contaron todo a la hora de transmitir sus intenciones a través de su programa electoral. Pero no se le pueden pedir peras al olmo, ni llamarse a engaño en determinadas circunstancias. Claro que les queda el remedio del pataleo, es decir, de quejarse, protestar y llamarles de todo aquello que aquí ni debemos ni queremos ni podemos reproducir, claro que siempre queda llevar a la práctica aquello de arrieritos somos y en el camino nos encontraremos.

martes, 17 de julio de 2012

VOLVER A LOS ORÍGENES

Recientemente ha llegado a mis manos un texto sobre un idílico país llamado Finlandia, uno de los que disfrutan de una envidiable calidad de vida, situado en los primeros lugares de la lista de los mejores países como se les denomina ahora, donde las gentes son eminentemente felices. Con apenas cinco millones de habitantes, con una igualdad social y económica entre ellos absolutamente envidiable, donde las diferencias entre las denominadas clases sociales parecen no existir, donde la armonía y la ausencia del afán de destacar por encima de los demás brilla por su ausencia, y donde sobre todo, y es lo que más ha llamado mi atención y causado mi asombro, el respeto por la tierra, por los orígenes, por congraciar la modernidad con las tradiciones es norma comúnmente admitida y signo de profundo respeto y admiración de unos ciudadanos que en su inmensa mayoría se declaran sumamente felices.
Aman los bosques, respetan los campos y conservan los aperos de labranza de sus antepasados. Las jerarquías apenas dan muestra de su existencia, la gentes es democrática e igualitaria. La enseñanza es gratuita y los hijos de los trabajadores y de los directivos de la fábrica, van juntos a la misma escuela, así como la criada comparte la ropa con la dueña de la granja. No hay opulencia, nunca han sido ricos, llevan una vida confortable y sencilla y todos trabajan juntos.
Mientras que en la Europa del Sur, la emigración del campo a la ciudad fue brutal, con un abandono masivo de los pueblos, en Finlandia nunca se abandonó la agricultura en su afán por conectar con el progreso, y así, se prolongó la relación con el campo. Después de la guerra, se cultivaban verduras en los jardines, hortalizas y otros productos del campo, una costumbre que aún hoy sigue vigente. La innovación, la modernidad, toda la tecnología más actual, sin raíces, desaparecerá.
Leo y contemplo los maravillosos paisajes salpicados de miles de lagos que han logrado mantener impolutos y que proporcionan a la naturaleza una belleza hermosa y salvaje que emociona al lector. El respeto por el entorno une a sus ciudadanos que jamás reniegan de sus orígenes campesinos porque nunca han abandonado su lugar de procedencia, haciendo que sus ciudades sean una prolongación del campo que con tanto esmero cuidan.
Vuelvo mis ojos al lugar donde nací y mis recuerdos recorren la maravillosa naturaleza donde sigue enclavado el sosegado y precioso pueblecito que contempló mis primeros y deliciosos años de mi vida. Todo sigue igual que entonces, con la montaña en un prolongado arco de ciento ochenta grados que todo lo domina, de un gris azulado en verano y de un blanco inmaculado en invierno. Me extasía contemplarla durante largo rato, inmóvil, sosegada y desafiante a la vez, parece proteger con sus brazos extendidos, cuanto domina desde sus altivas cimas.
El río, el bosque, las praderas, los huertos, las alamedas que salpican el campo cortado de vez en cuando por sendas y caminos que invitan a pasear y contemplar las maravillas que la paz de los campos nos depara. Sólo hay que abrir los ojos del corazón y disfrutar del paseo, de los fragantes olores, de los delicados y múltiples colores, de los recuerdos que nos sumen en una dulce nostalgia, todo en medio de un silencio amable y acogedor que nos invita a la vida sencilla, tranquila y reconfortante que sólo el contacto directo con la naturaleza puede ofrecer.
Aquellas noches de verano con una luna tan poderosa y hermosamente brillante que las convertía en día, con una claridad asombrosa, transparente y cristalina como jamás he vuelto a contemplar. Y elevar la vista al cielo y contemplar miles de puntos brillantes, que aún hoy constituyen un espectáculo de una belleza indescriptible que lo convierten en un privilegiado observatorio para observar la Vía Láctea, el Camino de Santiago con una nitidez increíble, miles de millones de estrellas refulgiendo y atravesando el cielo como si de una mancha blanca se tratara.
Volver a los orígenes, ahora más que nunca, cuando la vida en las grandes ciudades se hace cada vez más insoportable, más contaminada, ruidosa y agresiva que nunca, cuando los problemas económicos se multiplican y se hace insostenible la supervivencia. Quizás habría que volver los ojos de nuevo al campo, a los pueblos y pequeñas ciudades donde la vida es más grata, tranquila y amable con las gentes, más humanizada y tolerante, más sencilla y afable.

viernes, 13 de julio de 2012

FUNCIONARIOS DE NEGRO

En tiempos ya un poco lejanos, existía la figura del opositor que, procedente de los pueblos y ciudades se desplazaba a la capital de la provincia y sobre todo a la capital de España, donde dedicaba unos buenos días a buscar una pensión dónde alojarse a un precio módico que le permitiese afrontar los gastos que le iba a ocasionar una estancia de a veces años, hasta que lograba aprobar la oposición, no siempre a notarios o similares, a la altura de muy pocos, sino a auxiliares administrativos, subalternos de ministerios y otras que les reportase un trabajo seguro de por vida.
Una vez encontrado el alojamiento y seleccionada la academia donde preparar el temario de la oposición, el sufrido opositor se encerraba en su habitación, bien sólo, bien con un compañero - lo cual repercutía favorablemente en el importe de la mensualidad correspondiente - y allí se eternizaba durante el tiempo que le quedaba después de asistir a las clases, rodeado de sus temas y apuntes que habría de repasar una y mil veces, con el fin de a afrontar con las máximas garantías los duros exámenes.
No siempre el opositor conseguía su objetivo que no era otro que el de aprobar la plaza y entrar a formar parte del personal del ministerio o institución pertinente, sino que suspendiendo en alguno de los ejercicios, se veía obligado a intentarlo de nuevo, siempre que su posición económica se lo permitiera y su moral estuviera a la altura de las circunstancias. Aprobar a la primera, ya se sabía, era harto complicado, por lo que generalmente estaba preparado para asumir este reto.
La vida en la pensión tenía bastante de romántica vivencia – analizada desde la perspectiva actual, claro está – no desprovista de una cierta sensación de soledad y desamparo, alejado de la familia y sin apenas conocer a nadie, siempre limitado económicamente y encerrado entre cuatro paredes en un pequeño, desangelado y frío espacio, con el espacio justo para pasar las largas horas de estudio, con la pequeña estufa de gas pegada a los pies para poder soportar los duros y largos inviernos que se avecinaban.
El café con magdalena para desayunar con el aliciente de los churros los fines de semana, la comida sencilla y frugal a los dos y media, la cena aún más comedida a las nueve, la ducha una vez a la semana y pagada aparte, el teléfono y sus fichas que devoraba sin cesar, en un lugar común sin intimidad alguna para conversar, y el servicio, único para todos los pensionistas al final del pasillo, eran su rutina diaria.
Paso ahora, con cierta frecuencia cuando voy a Madrid, por uno de esos lugares donde estuve en una pensión como la que describo, y me sorprendo siempre, de que pese a todo, fueron años muy felices para siempre recordar y, sobre todo, me sorprendo de la maravillosa y hoy apreciada ubicación de la pensión, ni más ni menos que en el centro de Madrid, en la Puerta del Sol, lugar emblemático como pocos, y que entonces apenas destacaba en aspecto alguno, salvo por pertenecer al centro de la ciudad.
Me desvío del tema central, me dejo llevar por el romanticismo y la ternura que despiertan en mí aquellos tiempos – que no fueron de opositor, sino de estudiante – y me olvido de los funcionarios de hoy, tan envidiados y vapuleados por su condición de trabajadores fijos, a perpetuidad, sin temor a despidos ni a represalias de ningún tipo, en oposición al resto de los ciudadanos con trabajo continuamente en precario, con un paro galopante y una inseguridad que llena de incertidumbre sus vidas.
Hoy, estos trabajadores tan acostumbrados a la crítica feroz y constante, ven como el gobierno se ciega con ellos – y con todos los ciudadanos, pero con ellos de una manera especial - aplicándoles unas durísimas condiciones económicas como si ellos fuesen los principales culpables de una situación que ni ellos ni los demás ciudadanos hemos causado.
Es por ello que yo, que también he sido muy crítico con este sector, he de reconocer que no merecen la extrema dureza con que los están tratando las instituciones en el poder, y por ello, me uno hoy a la protesta que ante sus centros de trabajo van a llevar a cabo vestidos enteramente de negro, color con el que quieren manifestar su descontento y con el que me he cubierto de abajo a arriba. Eso sí, con el mejor traje de riguroso negro que he podido encontrar en el armario. Faltaría más.

martes, 10 de julio de 2012

LA HERENCIA

El título de este artículo podría perfectamente ilustrar la portada de una novela, de un relato de intriga o del texto correspondiente a la descripción de los bienes, derechos y obligaciones transmitidos por los legatarios a sus herederos y aunque de hecho corresponde en sentido estricto a éste último supuesto, de derecho habría que encuadrarlo quizás en un relato novelado, intrigante y con tintes más que trágicos, tragicómicos, como corresponde a una historia, que aunque real como la vida misma, debería responder más bien a unos hechos irreales, imaginados y virtuales, sin posibilidad alguna de ser tomados en consideración.
Las herencias otorgadas de padres a hijos, han ocasionado no pocos altercados familiares, algunos de ellos con desenlaces dramáticos, que han logrado la desunión y el absoluto y definitivo alejamiento de los fraternales lazos que pudieran existir entre los hermanos u otros vínculos y familiares a los que afectase la transmisión de unos bienes patrimoniales que en ocasiones logran romper la anterior armonía entre ellos, debido a los desacuerdos motivados, bien por la ambición desmedida, bien por un desigual e injusto reparto o bien por ambas causas, que de todo puede darse cuando la buena voluntad no se halla por ningún lado.
Casos famosos ha habido, hay y habrá, muchos de ellos incluso que han logrado saltar a los medios de comunicación debido a la magnitud de esas herencias, fundamentalmente entre las grandes fortunas multimillonarias que todos más o menos conocemos. Casos históricos podríamos citar también, a la hora de repartir reinos, condados o ducados, para lo cual debemos remontarnos siglos atrás y que están en los libros de historia.
Finalmente, podríamos hacer un recorrido por la España más negra y trágica, no sólo en las zonas rurales sino también en las urbanas, donde podemos hallar terribles sucesos con desenlaces fatales, que han logrado pasar a los anales de la más cruel de las mezquindades y tantos otros que quedaron en viles intentos que no pudieron materializar, en encargos que no se consiguieron llegar a cabo o en proyectos que por uno u otro motivo, afortunadamente y para ventura y suerte de los progenitores o competidores de la herencia en cuestión, no pudieron llevarse a cabo.
Desde que el partido Popular gobierna este País, el término que hoy nos ocupa, está en boca de todos y cada uno de sus ministros, incluido el Presidente, con una frecuencia machacona, pedante e insistentemente insoportable, hasta el punto de que no hay día que no se cite en los medios de comunicación, llegando a extremos tales que aquello de que “la herencia recibida”, se entiende lógicamente del anterior gobierno, es la culpable de todos los males que asolan a este País.
Comenzando por el déficit y terminando por la ausencia de lluvias, todo culpa es de la herencia envenenada que recogieron cuando les traspasaron los poderes los antiguos gobernantes, herencia que les condiciona de tal forma que impide que ellos puedan remontar semejante desbarajuste, por lo que se declaran incapaces de resolver unos problemas que ellos no han originado.
Es decir, están exentos de responsabilidad, pueden por lo tanto echarse a dormir y dejar que todo se vaya al carajo, al tiempo que los sufridos ciudadanos pagan el pato sacándoles las castañas del fuego, por una incapacidad, que según ellos es no culpable, ya que la herencia recibida les exonera de toda culpa. Al final, este relato no es susceptible de convertirse ni en una novela costumbrista ni en un relato intrigante. Es simplemente un sainete al uso.

jueves, 5 de julio de 2012

LOS CÓMICOS DE DIOS

Ellos, que siempre son los últimos, que a veces ni siquiera están cuando debieran, son los primeros en pronunciarse cuando determinados acontecimientos los reclaman por su extrema gravedad que debiera movilizarlos de inmediato, por su naturaleza humana que requiere su ayuda unas veces, su denuncia sin paliativos otras y en todos los casos su solidaridad, caridad y comprensión, saltan ahora a los medios de comunicación, como lanzados por un poderoso resorte, como impulsados por una fuerza de la que carecen en tantas ocasiones y manifiestan a viva voz, con el ímpetu que les proporciona su soberbia altanería y sin el menor sonrojo, que la Partícula de Higgs - el Bosón de Higgs - recientemente descubierto por la Ciencia, no derrumbará la teología.
Declaración patética donde las haya, que demuestra un estado de alerta permanente y a la defensiva ante cualquier pronunciamiento de la Ciencia que pueda comprometer su teoría creacionista en horas tan bajas que a ellos mismos les cabe ya la duda razonable ante el empuje de un método científico que todo lo prueba mediante la observación, la medición de los hechos, la experimentación y la conclusión a ojos vista de cuantos quieran y puedan quitarse la venda de los ojos y contemplar las verdades demostrables sin tapujos ni escrúpulos que nos limiten unas verdades cada vez más universales que tanto espacio les está restando a los que dicen creer sin más, a los que les basta con la fe y les sobran las demostraciones de la Ciencia.
Nadie los ha mencionado, nadie ha citado a la Iglesia – Católica, por supuesto – ni ha existido reto alguno hacia ella una vez que la partícula citada, que ya fuera predicha por Higgs hace un cuarto de siglo, fuera definitivamente descubierta y admitida por todos los científicos del mundo. Sin embargo, se han apresurado a proclamar que dicha partícula, la más elemental de todas y que da sentido a todas las demás partículas de la física cuántica, es ni más ni menos que la Partícula de Dios, que por supuesto fue su hacedor, con lo cual queda una vez más demostrada la teoría creacionista en la que en una semana el Hacedor despachó un universo, cuya existencia según los científicos más eminentes, no exige la presencia de ningún Dios.
Esta preocupación por los avances de la Ciencia, ha sido siempre motivo de continua preocupación y desasosiego para una Iglesia Católica que fiel a su soberbia, nunca admitió verdad alguna que la suya. Son tantos los casos en los que se empecinó en defender sus verdades que después fueron demostradas como falsas, que necesitaríamos de amplio espacio para citarlas. Tuvieron que rectificar, pero lo hicieron de tal manera y al cabo de tantos siglos, que la Ciencia ni se molestó en mencionarlo.
Científicos como Galileo y tantos otros, tuvieron penosamente que humillarse desdiciéndose, aún sabiendo que tenían razón, para evitar la tortura, el encarcelamiento o la muerte como les ocurrió a tantas víctimas inocentes de la arrogancia intolerante de una institución que tiene aún mucho que perdonarse, pero que fiel a su altivez de siglos es incapaz, ella que dice representar el amor, la caridad, la humildad y tantas otras virtudes de las que ha demostrado carecer a lo largo de su existencia.

miércoles, 4 de julio de 2012

UNA SINGULAR ADAPTACIÓN AL MEDIO

La teoría de la Selección natural – ya es hora de que se abandone un calificativo que no deja clara constancia de que no es una teoría, sino una constatación científica universalmente aceptada - afirma que ante la competencia de las distintas especies por la supervivencia, sobreviven las mejor preparadas, las que logran adaptarse al medio donde se desenvuelven, experimentando variaciones naturales que transmiten a sus descendientes a través de la herencia, y en consecuencia cada generación tiende a mejorar con respecto a la anterior. Aquellas especies que no logran adaptarse sufren las consecuencias ante el medio al que se enfrentan y desaparecen.
A esta verdad científica aún hay mentes obtusas que pretenden combatir con la, esta sí, teoría llamada creacionista, que afirma que toda la aceptación científica es falsa, y que todos los seres vivos los creó Dios, así como la Tierra a la que algunos atribuyen una edad de seis mil años - los Egipcios y civilizaciones anteriores debieron de contemplar su formación - en oposición a los cuatro mil quinientos millones de años que los científicos le atribuyen.
Creacionismo y evolucionismo (Darwinismo), son dos expresiones opuestas que se basan, la una en la fe, en la creencia sin demostración posible alguna en la intervención de un Ser Superior que todo lo crea, la materia y la vida, sin molestarse en buscar explicaciones científicas, sin dejar que la razón, ni la lógica humana intervenga, mientras que la otra, la evolucionista, se base en la observación, en el método científico y en la aportación que la inteligencia humana, desprovista de todo tipo de contaminación, fanatismo e intolerancia racional, pueda aportar la verdad demostrable y evidente.
La adaptación o acomodación al medio es una necesidad absoluta a la que han de someterse necesariamente todos los seres vivos entendidos como unidades inteligentes o no, así como consideradas en grupo, tanto si éste es mínimo como si hablamos de comunidades a cualquier escala, llegando incluso al máximo escalón al que podemos ascender, que no es otro que el planetario, considerado como una unidad global, individualizada a escala cósmica, donde la vida se abrió camino hace millones de años.
De todos es sabido la rudeza con la que la especie humana lleva tratando al medio en el que nos desenvolvemos desde que hace ya doscientos años comenzó la revolución industrial. Todo comenzó a cambiar desde entonces y no hemos parado en la progresiva degradación de los ecosistemas que sin pausa alguna nos hemos encargado de devastar desde entonces de un modo imparable y despiadado que cada día nos recuerda de múltiples formas que no somos nada ni nadie para sacrificar miles de especies, contaminar la tierra el aire y el agua y someter en definitiva a la vida al más cruel de los destinos: su desaparición.
Si trasladamos estas consideraciones a las vivencias diarias, y en concreto a nuestro País, podemos deducir que no somos los Españoles ciudadanos del mundo que se adapten con facilidad a las nuevas condiciones que los tiempos puedan deparar. Bastante deberíamos tener con la que nos ha caído encima desde hace varios años ya y lo que nos queda por soportar, ante lo cual, no nos queda otra que la de poner la otra mejilla, ya que al menos así, podremos ver repartida tanta bofetada materializada en múltiples y diversas formas que están consiguiendo que nuestra existencia se vea penosamente alterada de modo y manera que o nos adaptamos al nuevo medio que a la fuerza nos han impuesto o sufrimos las consecuencias que la selección natural impone.
Pero la sabia naturaleza, no sabe con quién se juega los cuartos. No es éste País de adaptaciones varias ni de selecciones impuestas que puedan obligarnos a cambiar a la fuerza con el objeto de mejorar la especie. Si hay que suprimir días festivos, reducir el denso y obsoleto santoral o anular la mitad de los días que duran las fiestas del santo/santa patrón/patrona, Darwin no contaba con nosotros, reduciéndose de esta forma su publicación a una mera e incompleta teoría sin validez universal.
Viví durante años en un pequeño pueblo que no obstante, durante las fiestas pudo permitirse durante años montar una pequeña plaza de toros – a base de carros, tablas y tablones – donde los mozos del pueblo se encerraban con unos enormes astados que ni los toreaban ni apenas se acercaban a ellos, simplemente los citaban de lejos y poco más, todo ello en un ambiente de tensión extrema debido al latente peligro que flotaba en el ambiente.
El presupuesto de esta absurda y temeraria atracción era enorme y llegó un año en el que el Alcalde anunció que el Ayuntamiento no podía sufragar semejante derroche. La respuesta no se hizo esperar. Una rebelión popular se extendió por todo el pueblo que quedó cubierto de pintadas, incluida la casa del Edil Municipal, reclamando el insensato espectáculo. No lo duden. Hubo toros para los cuatro mozos del pueblo.
Vivo ahora en una ciudad con aroma del pueblo que siempre fue y del que no ha podido desprenderse, donde las fiestas, basadas como no en los toros, duran siete días. Por supuesto ni han reducido en estos años ni van a reducirlas un solo día. Sobran la mitad, pero la Corporación Municipal – que por cierto y por increíble que parezca siendo de derechas, le va a pedir el IBI a la Santa Madre Iglesia – no va a eliminar ni días ni los consiguientes y excesivos gastos. Y es que aunque se condenen, prefieren cobrarle a los curas ante que tener que soportar una insurrección popular que puede acabar con su mandato.
Faltaría más. Diga lo que diga Darwin, aquí sobrevivimos sin necesidad de adaptarnos, y su Selección Natural, falla tanto como las leyes de la física en el denominado horizonte de sucesos de los agujero negros. Se dice entonces que se ha dado una Singularidad, la misma que se da en este País desde el principio de los tiempos.