Leo en la prensa que en un
pueblo de Castellón, que prefiero no citar, porque simple y llanamente me
indigna lo que allí ha sucedido y que paso a comentar, ha muerto un hombre de
una cornada en los encierros que se celebran con motivo de las fiestas
patronales. Nada nuevo, ya que por duro que suene, desgraciada e injustificadamente
es un hecho que casi todos los años sucede en algún lugar de esta inexplicable
España, donde estos desdichados hechos continúan sucediéndose en las miles de
fiestas que en los meses de verano cubren gran parte del territorio nacional,
curiosamente en honor de santos, santas y cristos varios que no tienen el menor
interés en evitar esta sangría fruto de una brutalidad ancestral basada en los
toros, que nadie tiene el menor interés en eliminar, ya que por el contrario,
si algún ayuntamiento se atreviera a semejante desatino, seguramente se viera
cercado por las iras populares prestas a derruir el edificio con el alcalde y
los concejales dentro.
En el pueblo citado, pero no
nombrado, pues lo considero improcedente por una simple cuestión de repulsa,
pese a la muerte de la persona corneada en el encierro, las fiestas no se han
suspendido, todo ha continuado igual, como si nada hubiera ocurrido, la bandera
arriada durante veinticuatro horas, y aquí no ha pasado nada, que siga la
juerga y la algarabía ciudadana, que sigan los encierros y a correr delante del
toro, a ver si tenemos suerte y no hay más desgracias, porque en caso
contrario, quizás habría que suspender algún acto, o incluso las fiestas, lo
cual supondría una carga insoportable, un penosos contratiempo y, sobre todo,
unas pérdidas irreparables para los que se lucran de las mismas, que son
muchos, no sólo los que se dedican a vender litronas a diestro y siniestro,
sino aquellos que no se enfrentan a unos actos anacrónicos por incompatibles
con el siglo XXI, seguramente por motivos pura y egoístamente personales y
electoralistas, como son los que atañen a la conservación del poder municipal.
Aunque el rechazo cada vez es
mayor hacia tantos festejos que incomprensiblemente continúan celebrándose en
relación con los toros, donde este animal es acorralado, perseguido por las
calles, por el monte, atado con cuerdas, con los cuernos en llamas, y de tantas
otras viles maneras, todos estos actos vandálicos continúan sin excepción,
llevándose a cabo con el pretexto de distraer a los ciudadanos y de hacerse eco
de una costumbre de siglos de destrozos contra la ética y la estética más
elementales, que parece seguir desconociendo y despreciando esta España absurda
y cruel, que no favorece en nada la integración en una modernidad en la que no
acabamos de encontrar nuestro sitio.
En uno de los pueblos en los
que residí, hace no muchos años, la Corporación Municipal intentó anular un
acto de las fiestas relacionado con los toros, ya que no había dinero
suficiente en el presupuesto para que los mozos del pueblo se distrajesen con
ellos en una plaza artesanal construida a base de carros, tablas y tablones. Se
produjo un alzamiento vecinal tal, que llenaron de pintadas todo el pueblo,
incluida la casa del alcalde, y amenazaron a la Corporación en pleno, que en
vista del cariz que tomaban los acontecimientos, se vieron obligados a ceder.
Donde ahora vivo, todo gira en
torno a los toros y al santísimo cristo, en honor del cual se celebran unas
fiestas que duran toda una semana, con sus encierros, sus corridas y toda la
parafernalia acostumbrada. Pese a la crisis que nos azota, no he visto en estos
años reducción significativa en los gastos que ocasiona. Nadie se va a atrever
a poner el cascabel al gato, a reducir los días que dura el jolgorio, ya que
las posibilidades de un levantamiento popular serían muy elevadas y el bullicio
y la parranda, todo lo justifica, porque ante todo, en esta España
primitivamente absurda y contradictoria, la fiesta, pese a todo y sobre todo,
debe continuar.