Dícese de quienes poseen el
milagroso don de hablar múltiples lenguas que no conocen, por lo que se
atribuye al Espíritu Santo la atribución de tal facultad concedida a unos pocos
elegidos, generalmente incrédulos, por lo que esta concesión representaba para
ellos toda una señal celestial, y en general para todos los no cristianos, de
que el recién fundado cristianismo contaba con el aval divino, hecho que
animaba a su conversión y a la propagación de una fe que comenzaba su andadura
y que necesitaba de estas demostraciones prodigiosas, que asombraban y
maravillaban a los posibles candidatos a profesar en un cristianismo necesitado
de incrementar la nómina de sus fieles creyentes.
Según la Unesco, en nuestro
políglota planeta se hablan, entre lenguas y dialectos, alrededor de seis mil
diferentes lenguajes, lo que sorprende hoy en día, en un mundo globalizado y
estandarizado, donde la utilización de los medios técnicos y las redes de
comunicación, han conseguido unificarlo en muchos aspectos, logrando un
continuo y permanente flujo de información al alcance de una inmensa mayoría de
seres humanos, que no obstante chocan frontalmente con la muralla idiomática
que consigue que esa fluidez comunicativa se vea seriamente frenada y
conculcada en gran medida, debido al impedimento que supone el elevadísimo
número de lenguas que entran a formar parte del juego comunicativo que tiene
lugar en las redes sociales, fundamentalmente, y por supuesto, en la vida
diaria de las gentes de procedencias cada vez más dispares que habitan nuestros
pueblos y ciudades.
No está tocado este País por la
divina mano que otorga el Don de lenguas a sus gentes, las cuales adolecen de
ese Don, ya sea por la intervención directa de los dioses o de los hombres,
hasta el extremo de situarnos en la cola de nuestro entorno europeo a la hora
de hablar alguna otra lengua, al margen de la nuestra, la cual buena falta nos
hace perfeccionar su uso, y no digamos por lo tanto de otras, tan necesarias y
exigidas en el ámbito laboral, donde somos absolutamente deficitarios, hasta el
extremo de representar un serio problema a la hora de encontrar un trabajo
aquí, en nuestro País, donde se pide el manejo del Inglés con cada vez más
frecuencia y más insistencia en todas las ramas de actividad, un idioma
universal por excelencia, que no se tomó en serio en su momento en los planes
de enseñanza y que ahora parece haberse relanzado en las escuelas, desde la más
tierna infancia, cuando los conocimientos se fijan con una absoluta y brillante
facilidad, entre ellos, y de manera especial, el aprendizaje de varios idiomas.
En nuestros tiempos, y gracias
a la generosa y clarividente visión de quienes desde sus poltronas dictaban las
normas y leyes que iban a regir en las escuelas, universidades y demás centros
de formación oficiales, se implantó el Francés como lengua extranjera,
impartida muchas veces, como ahora, por personal enseñante deficitariamente
cualificado, lo cual, unido a la inutilidad y obsolescencia del aprendizaje de
una lengua que en ningún momento llegó a alcanzar la importancia que hoy tiene
el Inglés, supuso para tantos y tan esforzados estudiantes de entonces un
soberano y mayúsculo error, que vimos cómo dichos conocimientos idiomáticos no
nos sirvieron para nada, ni en el ámbito personal, ni en el social ni mucho
menos en el laboral, salvo para pavonearnos ingenuamente con un pretendido
dominio de un idioma, por el hecho de parlotear algunas lindezas como bonjour,
bonsoir, mon amour o mercie beaucoup, y poco más.