Según Albert Camus, la verdad tiene
dos caras, y una de ellas ha de permanecer oculta, lo que supone, y no nos
permitimos dudar en este aspecto, que durante nuestras cortas vidas, los
poderes tanto fácticos como de hecho, nos van a mentir al cincuenta por ciento
en asuntos que califican, en unos casos de relevada importancia, que pueden
afectar a la tan recurrida seguridad nacional, y en otros, aquellos que pueden
llegar a tocar a grupos tanto políticos como económicos, interesados en ambos
casos en que la verdad no llegue a conocerse quedando como materia reservada,
que ni siquiera así llega a calificarse, en las mentes de quienes protagonizan
dichos sucesos, que nos pertenecen a todos, porque a todos nos afectan, pero
que seguramente jamás llegaremos a conocer. Se nos ocultarán en una maniobra
enigmática, siniestra y sumamente oscura, cuyo conocimiento se nos niega a los
ciudadanos de a pie, que en definitiva somos los verdaderos protagonistas de
tantas historias, en las que al final quedamos como simples y vulgares
espectadores, mudos, ciegos y sordos, sin derecho ni a voz ni a voto y a los
que única y exclusivamente nos quedará el recurso a la duda razonable.
Invitados de piedra somos, en
definitiva, por mucho que recurran a la privacidad y a la clasificación como
materia reservada, según nos machacan con tanta frecuencia en unos casos y en
otros en los que ni siquiera se molestan en ello, y que jamás llegaremos ni a
sospechar. Sin duda que existe justificación para ello en determinados casos, y
más aún, en un País sin gran relevancia en el mundo como es el nuestro, que muy
poco figura en la esfera internacional, tanto a nivel político como económico,
menos aún en el primero, donde se nos ignora y donde ninguna fuerza poseemos
que pueda considerarse relevante entre las grandes naciones con peso específico
considerable, no sólo a nivel planetario, sino simplemente a nivel Europeo,
donde ocupamos un lugar secundario, que dada la población, la extensión y la
historia de nuestro País, no tiene una fácil comprensión ni una razonable
justificación.
Tenemos en España importantes
acontecimientos vividos en el pasado, de cuya auténtica veracidad, tal como nos
lo han mostrado los poderes públicos, existen motivos más que razonables para
dudar de los mismos, existiendo diversas corrientes de opinión, que tanto los
medios de comunicación como a nivel de la gente de la calle, vienen
sucediéndose desde que tuvieron lugar los hechos hasta nuestros días, y que
demuestran que no se ha arrojado luz sobre ellos y que la duda sigue planeando
sobre unos acontecimientos tanto más oscuros cuanto más tiempo y más empeño se
emplee en ocultar la verdad.
Uno de esos hechos mencionados,
es sin duda el de cuanto acaeció durante el intento de golpe de estado del 23
de febrero de mil novecientos ochenta y uno, tanto antes de dicho intento, como
durante el mismo y su posterior desarrollo. Es un hecho que nos marcó a todos
los habitantes de este País, que todos recordamos y que algunos seguimos en su
momento con total y absoluta dedicación, por lo que lo tendremos siempre in
mente, con lo duda presente y permanente de que no conocemos, ni mucho menos,
toda la verdad sobre un tema que nos afectó a todos los ciudadanos de un País que
quedó atónito y confundido en su momento por tan traumático hecho, y que sigue
tratando de conocer los verdaderos hechos que tuvieron lugar, sobre los que se
sigue hablando y escribiendo en la actualidad.
Recientemente ha salido a la
luz una de las numerosas publicaciones sobre aquellos acontecimientos, en este
caso un libro de Pilar Urbano, cuyo título, La gran desmemoria, relata aquellos
sucesos, después de dos años de investigación, que según la propia autora declara
estuvo documentándose y que ha vertido en este libro que plantea interrogantes
tales como la posición del Rey ante hechos como el de ausentarse en París
cuando Suárez legalizó el partido comunista – la familia de Suárez ha pedido la
retirada del libro – o hasta dónde estuvo informado sobre la Operación Armada –
y recuerdo los insistentes rumores que hubo durante el golpe en cuanto a que el
Rey estuvo en principio de acuerdo y que rectificó por presiones de D. Juan, su
padre – o el simulacro del juicio militar a los autores, que fue una auténtico
desatino en todos los sentidos y una farsa inadmisible y tantos otros
interrogantes de cuya auténtica y clarificadora verdad parecemos estar muy
lejos.
Estoy de acuerdo con la autora
del libro cuando afirma que se niega a admitir las medias verdades. Son temas
sumamente importantes que nos afectan a los verdaderos protagonistas, en
definitiva, a los ciudadanos, al pueblo español, que tiene el derecho y el
deber de exigir la verdad, que es la única opción admisible a la hora de
relatar su historia.