Se hace preciso y necesario
recordar ahora, cuando aún están calientes las urnas, que hace apenas un par de
meses, los dos grandes partidos no se tomaban en serio lo que ahora ha quedado
de manifiesto con una rotunda y aplastante naturalidad, que los ha dejado en
entredicho, primero, en ridículo, después, y en estado de incredulidad al
final, cuando han visto unos resultados electorales que han dado al traste con
su privilegiada y aplastante superioridad hasta ahora mantenida.
Han estado durante toda la democracia
española abusando de su condición de partidos únicos, alternándose en un
gobierno que nadie les podía disputar, a sabiendas de que más pronto que tarde,
les correspondería ocupar las poltronas, manejar el poder, tocarlo y disfrutarlo
durante dos o tres legislaturas, para cederlo durante otro tanto tiempo, y
vuelta a empezar.
Fácil, cómodo, sin
complicaciones, con la seguridad de quien sabe que le basta con esperar, con
observar un mínimo de contención, un poco de paciencia, de savoir faire en
política, con la completa seguridad de que siempre obtendrían su premio, en un
alarde de soberbia personal e institucional, que ahora se ha visto cortada de
raíz.
Un vuelco completo, que ha dado
un giro de ciento ochenta grados, que ha venido a insuflar una saludable y más
que necesaria ráfaga de aire fresco, que ha penetrado a través de una ventana
que llevaba sellada durante demasiado tiempo por quienes no tenían ningún
interés alguno en renovar una atmósfera que ya era totalmente irrespirable.
Se acabó lo que se daba. Quien
ahora quiera gobernar, sea quien fuere, deberá contar con los recién llegados.
Con las Candidaturas Ciudadanas, fundamentalmente Podemos, y con Ciudadanos. No
están aquí provisionalmente, sino para quedarse. Sin embargo IU, quién lo iba a
decir, y UPyD, prácticamente desaparecen del mapa político, sobre todo éste
último, tal como se esperaba.
Así lo han decidido los
ciudadanos, que ahora van a tener su lugar y su acomodo en un panorama político
muy diferente al hasta ahora impuesto por dos partidos, uno de los cuales
favorecía y privilegiaba a los suyos sin contemplaciones, hasta que les llegaba
su turno, mientras que los votantes de la oposición eran ninguneados y
marginados, hasta que terminaba la espera y ganaba su partido, en una rutinaria situación, que solía durar un par
de legislaturas, es decir, ocho largos años.
Con el nuevo status, en la que
todos los partidos están presentes debido a la gran fragmentación del voto,
todos los ciudadanos van a estar necesariamente representados en mayor o menor
proporción, lo cual representa un gran avance respecto de la situación
anterior.
Las cifras hablan por sí solas.
El partido en el gobierno, el PP, que gozaba de un poder casi absoluto en todo
el País, tanto en ciudades como en Comunidades, han perdido casi todas esas
mayorías. En votos les ha supuesto perder dos millones quinientos mil. El PSOE,
aunque ha perdido ochocientos mil votos,
podrá gobernar con el apoyo de otras candidaturas en importantes ciudades y en
Comunidades que ha perdido el PP.
Toda una conmoción, una catarsis, una revolución necesaria. Y es que los
tiempos están cambiando.