lunes, 28 de marzo de 2016

AUGE Y CAÍDA DE PODEMOS

Pocas veces, si exceptuamos los años del comienzo de la transición y los inmediatos posteriores, un movimiento como el de Podemos, había despertado el interés, la esperanza y la ilusión de un importante sector de la ciudadanía de un País, harta hasta lo inimaginable de una clase política desprestigiada y vilipendiada por todos los sectores, desde la izquierda hasta la derecha pasando por el resto del arco político.
Un éxito sin paliativos que ha llevado a esta corriente política, de la nada hasta el infinito, en poco más de un año, lo cual constituye, sin lugar a dudas, toda una hazaña difícil de de comprender, y más aún, de digerir, no sólo para la población votante, sino incluso para ellos mismos, para los protagonistas de semejante hecho, que no parecían dar crédito de lo conseguido, hasta que las primeras contradicciones tuvieron lugar.
 Algo nuevo para ellos, los componentes de Podemos, más bien los dirigentes, que han vivido en un limbo de auto satisfacción y gloria ininterrumpida, desde sus comienzos, hasta el presente, en un subida continua y permanente, que parece ahora haberse detenido, justo cuando comienza su labor política en un parlamento, que trata de configurar un nuevo gobierno.
Los desacuerdos con el Psoe, algo que no pasaba por la mente de la mayoría de sus votantes, y que según las últimas estadísticas no están dispuestos a perdonar, está causando auténticos estragos en las filas de Podemos, dónde están surgiendo grietas entre sus dirigentes, hasta el extremo de haber comenzado la que parece ser una guerra interna, de difícil e incierta resolución, que nadie se atreve a pronosticar cómo acabará.
La dimisión forzada del hombre de confianza de Errejón, por parte de Pablo Iglesias, ha supuesto un auténtico mazazo en una formación que parecía una auténtica piña, unidos hasta la extenuación como parecían estar, más aún si observamos con detenimiento las imágenes de este partido cuando aparecen en público.
Lo hacen de tal forma, que uno de ellos, el primero del grupo, es la voz cantante, el que interviene, el que emite el correspondiente mensaje o comunicado supuestamente consensuado, mientras que el resto, los siete u ocho acompañantes, le siguen por los pasillos hasta llegar a la sala de prensa, dónde se colocan detrás del líder de turno, en un acto de mostrar y demostrar una unión y una solidez a toda prueba.
Pero no parecen haber durado mucho las teatrales intenciones de mostrar tanta imagen de cohesión, firmeza y estabilidad que les ha acompañado siempre. Algo se ha roto, se ha ido abajo, se ha desmadejado, dejando un rastro de dudas e incertidumbres, que nadie podía presuponer, al menos entre sus representantes de más alto nivel, que parecían dejar paso claro y franco a su líder más carismático.
Y ha sido él quién ha deshecho el encantamiento hasta ahora existente, enfrentándose con su compañero y  número dos, por esta destitución. Si a esto unimos el hecho de que las incendiarias y radicales intervenciones de Pablo Iglesias en el Congreso, no eran, según parece, excesivamente aplaudidas por Errejón, la disensión está servida.
El dogmatismo del líder de la formación, excesivamente enrocado y radicalizado en sí mismo y sin contar como se creía con la anuencia total y absoluta del resto, puede acarrear funestas consecuencias para Podemos, hasta ahora impensables, y que puede repercutir de múltiples formas, todas ellas no deseables para esta formación de tan poco recorrido, y que nadie podía presagiar.
Si a ello sumamos el hecho de que el distanciamiento del Psoe y el no llegar a acuerdos para formar gobierno ni tampoco facilitarlo, no goza de la simpatía de gran parte de su electorado, la conclusión es simple y llanamente harto pesimista para un grupo que se las prometía tan felices, y que ahora ve cómo en tan poco tiempo, las peleas internas comienzan a aflorar.
Pese a todo el potencial desplegado por Podemos en estos dos años, la imagen que ofrecen, indudablemente con un cierto tufillo populista, no se corresponde, ni en el fondo, ni en la forma, con un clásico partido político al uso, y aunque ello les ha dado un aire nuevo, y hasta agradecido, no cabe duda de que las ilusiones de cambio, dado su mensaje nuevo, fresco y rompedor, se están difuminando con el paso del tiempo.
Ojala no se rompan en pedazos, no se dividan y fragmenten, pues pese a todo continúan manteniendo abierta esa nueva ventana que aporta un aire nuevo y fresco, tan necesario en una atmósfera tan viciada como es la que respiramos.
Pero habrán de moderar su radical discurso, tendrán que suavizar su rígida posición respecto de ciertos temas que seguro divide a sus electores y que les pueden hacer perder parte de lo conseguido y ganado hasta ahora, que ha sido mucho, y en muy poco tiempo.
Sólo así, con unos planteamientos más elásticos y transigentes, dispuestos a negociar sin condiciones iniciales, podrán ellos y los que quieren llegar a acuerdos con Podemos, conseguir el necesario consenso para formar un gobierno que no debería hacerse esperar más.

martes, 22 de marzo de 2016

UN LATÍN MAL HABLADO

En algún lugar escuché, o quizás leí, la frase que antecede a esta primera línea, que hace las veces de título, y que habla por sí sola de las intenciones que pretende este texto escrito en una de las lenguas romances, que como tales derivaron del Latín, lengua muerta para algunos, pero que otros consideramos muy viva, no sólo porque siga utilizándose en notaciones científicas, culturales e históricas, sino porque es y será para siempre, la lengua origen y madre de numerosos e importantes idiomas vigentes en la actualidad.
Dichas lenguas Romances, como el castellano, el galaico-portugués, el catalán, valenciano, mallorquín, francés, rumano e italiano proceden del latín que los romanos denominaban vulgar, que el pueblo llano hablaba en su cotidianos quehacer.
El Latín culto, académico, únicamente era usado por los escritores y oradores de más alto nivel cultural en el Imperio Romano, experimentando muchas influencias regionales, motivado por los usos idiomáticos que los pueblos conquistados mantenían de las lenguas que hasta entonces hablaban, de la misma manera que el castellano que llegó  a los indígenas en la conquista de América, sufrió diferentes y variadas influencias.
El castellano nació en las montañas cantábricas con una gran influencia del euskera (la lengua vasca que posiblemente fuese la lengua de los íberos que, huyendo de los romanos, se refugiaron tras las montañas cantábricas), el latín vulgar de aquella zona más las influencias de los vecinos vascos hicieron del castellano la lengua romance más dura (sonidos más fuertes y secos) entre las demás lenguas romance, mucho antes de que fuera algo suavizada con la influencia árabe del siglo VIII al siglo XV y del francés en los siglos XVIII y XIX.
Y hoy en día, algunos grupos sociales tratan de justificar su entidad exclusiva y excluyente, utilizando para ello el idioma como símbolo sagrado que exhiben para afirmar su “elemento diferencial”, llegando incluso hasta extremos inadmisibles para defenderla, y que llegaron incluso hasta el extremo de utilizar la violencia como ocurrió en nuestro País hasta fechas muy recientes.
 En otros casos blindan su espacio laboral imponiendo barreras idiomáticas, que en muchas ocasiones resultan obstáculos insuperables para los trabajadores que desean desarrollar su función en esos espacios acotados en los que sin el dominio de su lengua las expectativas de encontrar un trabajo se ven altamente mermadas.
Según la Unesco, el número de lenguas que se hablan en el mundo es de unas seis mil. Me pregunto con frecuencia si esta riqueza  idiomática mundial constituye realmente un valor en sí mismo, pues el uso de las diferentes lenguas, nos imponen de hecho una barrera, una muralla que lastra el entendimiento.
Todo ello suele conducir a enfrentamientos, incomprensiones y tensiones que conducen en innumerables ocasiones a una marginación social, que en estos tiempos de continuas migraciones, causan dolor y sufrimiento, que se ve ahondado aún más, por las cortapisas idiomáticas.
Resulta un tanto patético, el hecho de necesitar traductores para entender el mensaje de los representantes de las naciones/nacionalidades/realidades nacionales, que se empeñan en defender a ultranza su lengua, cuando nadie en su sano y culto juicio puede tratar de ir contra un valor cultural de tanto valor como es una lengua.
Pero Ninguna bandera, ningún himno, ningún idioma, ninguna verdad, pueden tener la consideración de sagrados. La solidaridad, el entendimiento y la buena voluntad entre los seres humanos, están muy por encima de todos esos signos que fanatizan y nublan la mente de quienes los defienden a capa y espada como valores eternos e inmutables.
Y es que al fin y al cabo, las lenguas citadas, que con tanto afán y ahínco defendemos, apenas son los restos de un Latín mal hablado. Ya ven que, en definitiva, no es para tanto. No merece la pena semejantes dislates como se cometen a la hora de defender a ultranza nuestra lengua. Hagámoslo, pero con la humildad necesaria.

martes, 15 de marzo de 2016

LA NUEVA PROGRESÍA

Ser progre, en tiempos en los que uno podía permitirse semejante calificativo, suponía un comportamiento que hacía que estas personas se sintieran diferentes al resto, más avanzados, más al día, más liberales, tanto en cuanto a los ideales políticos como a los sociales, de los que hacían alarde continuamente, en un permanente afán de exhibirse y mostrar sus claras y rotundas diferencias con el resto de una sociedad que consideraban cutre y rezagada, a años luz de su original y lúcido pensamiento. Ingenuos ellos.
Los progres, se sentían, o al menos así se consideraban por derecho propio, fruto de una mente privilegiada, de una ideología original y distinta a cuantos les rodeaban, dotados de una sensibilidad, que les proporcionaba a raudales una cultura adquirida a base de leer una literatura que creían estaba sólo a su alcance, proveniente de los autores de nombre más reconocido, fundamentalmente poetas o ensayistas, cuyos textos citaban a modo de pedante exhibición de un superior nivel cultural del que hacían alarde con frecuencia.
Al progre se le veía venir ya a distancia. Vestían de tal forma que, cómo no, con ello pretendían mostrar un estatus de distinción y originalidad que les otorgaba su indumentaria, siempre al día, a la moda, a lo último que la actualidad demandaba, que en su caso, se trataba de un lucimiento completamente alejado de la elegancia clásica, que quedaba para los snob, ya que ellos se decantaban por una singular extravagancia, con la que dar la nota y marcar la consabida diferencia que según ellos les caracterizaba.
Más que una corriente, fue una forma de vivir, a veces plena y sinceramente desarrollada por quienes la consideraban necesaria y con la que fueron consecuentes, marcando una época, bastante alejada del presente, dónde no hay cabida alguna para estos representantes de aquellos efímeros tiempos, cuando la democracia aún no se había instalado en nuestro país, y que perduró una década después de su llegada.
Hasta que las libertades que entonces comenzaron a disfrutarse, dejaron sin apenas sentido a tanto progre que había encontrado en su ausencia una manera de afianzar su condición a base de discursos libertarios, de aprendiz de revolucionario que no siempre se movilizaba cuando pintaban bastos y había que correr delante de las fuerzas de orden público, con lo que sus ínfulas protestatarias quedaban disueltas como azucarillo en agua, pero que en honor a la verdad, a muchos les llevaron hasta los sótanos de la siniestra Dirección General de Seguridad, con lo que podían decir bien en voz alta, que ellos eran consecuentes con lo que pensaban.
Y hete aquí, que hoy, casi medio siglo después, parecen resurgir de sus cenizas estos aprendices de una progresía trasnochada y suburbial, que no parece haber percibido que los tiempos cambian, que los puños en alto y las formas y proclamas populistas, hace tiempo que desaparecieron del imaginario ciudadano y popular, que ya no cree ni confía en quienes creen haber encontrado las fórmulas mágicas para reconducir al pueblo a la senda que le llevará al triunfo definitivo que le fue usurpado por las fuerzas del mal.
Anti sistemas, anti capitalistas, anti europeístas y varios y variopintos títulos más que se arrogan estos progres del siglo XXI, que parecen haber perdido el norte, cansados de negar todo aquello de lo que se pueda renegar, en un acto de protesta ridículamente contradictoria, ya que incluso, a nivel político, llegan a aliarse con fuerzas que nada tienen que ver con su pensamiento, que están en las antípodas de de su credo político, que nada tienen que ver con su programa económico y social, pero que les ayudan a acercarse al poder, algo a lo que de ninguna forma están dispuestos a renunciar, y que irremisiblemente los hunde en el proceloso fango.
Y así nos despertamos de vez en cuando con estos seguidores de aquellos progres, que parecen querer emularlos ahora, sobre todo a nivel político, pero también a nivel personal o colectivo, que son capaces de ofender a los titiriteros cuando afirman que lo son y llevan a cabo representaciones pretendidamente progres, cuando no son sino burdas actuaciones, fruto de una falta total y absoluta de una inteligencia y sensibilidad necesarias para desarrollar y llevar a cabo tan digna profesión.
Son pretendidas progresías marginales, que no tienen cabida en una sociedad que ha evolucionado en todos los órdenes, llegando hasta extremos que causan asombro, tanto por su ingenuidad en unos casos, como por su atrevimiento populista en otros, pasando por una fase de ridícula y extrema petulancia, no exenta de una mal disimulada ambición, que acaba por arruinar su mala y absurda caracterización, que a estas alturas resulta como mínimo anacrónica.

jueves, 10 de marzo de 2016

LOS TOROS, LORCA Y EL DUENDE

Al descender lentamente y buscar en la memoria almacenada en aquellos primeros peldaños de la adolescencia, uno recuerda con sorpresa, que llegó a ser un pequeño experto en la siempre mal denominada fiesta nacional. Pese a mi aversión de siempre a la misma, no puedo evitar recordar numerosos nombres de toreros de aquella época, nombres de plazas de las principales ciudades dónde este espectáculo se desarrollaba con una frecuencia inaudita, detalles de las denominadas suertes, instrumentos utilizados en la lidia, y otros términos relacionados más o menos directamente con este espectáculo, que de una desafortunada e inaceptable manera, algunos han dado en incorporarlo, ni más ni menos que la categoría de arte.
Las corridas de toros, tenían lugar con mucha asiduidad en aquella época que cito, teniendo una gran repercusión en la población, debido al hecho incuestionable para quienes lo vivimos entonces, de que solían televisar una ingente cantidad de ellas, hasta el punto de que casi todas las más importantes que tenían lugar en las principales ferias de la mayoría de las grandes ciudades del País eran contempladas por una mayoría de la población, ya que la pequeña pantalla, que empezaba por entonces a hacerse presente en los hogares españoles, era objeto de suma atención y dedicación casi exclusiva de toda la familia.
Eran tiempos en que sólo existía un canal, con lo que la oferta televisiva se veía reducida al mínimo, con un abanico de programas tan limitado en el tiempo y en el espacio, que los toros, el fútbol, y también, por cierto, el boxeo, llenaba en un alto porcentaje una programación que basaba su oferta en estos espectáculos no siempre suficientemente edificantes, que cómo no, eran utilizados arteramente por las instancias oficiales, como una segura y eficaz manera de mantener las mentes ocupadas, en una dirigida y sistemática maniobra que funcionaba a la perfección.
Nos pasábamos el tiempo enganchado a ella, aleladas y obnubiladas nuestras jóvenes mentes, horas y horas eternas, dispuestos a ver lo que pusieran, ya fueran corridas de toros, fútbol o boxeo, espectáculos que llenaban gran parte de las horas de emisión, por lo que nada tiene de extraño que en estas actividades citadas, fuéramos diestros y concienzudos expertos, fruto de un aprendizaje que llevamos a cabo de una manera incondicionalmente aceptada.
Podría citar, ya que aún los retengo en la memoria, numerosos nombres de toreros que poblaban el mundo de la tauromaquia. Conocía hasta la población de la que eran originarios, y otros detalles que ahora, pasado tanto tiempo, me resulta inconcebible, al igual que me conocía a todos los futbolistas, el nombre del estadio de cada equipo, y otros muchos detalles de ese mundo del fútbol. Lo mismo sucedía con los escasos pero omnipresentes boxeadores que llenaron toda una época, que lograron ser muy populares, cuyas peleas retransmitían por televisión con suma frecuencia.
Estoy leyendo un libro sobre el mundo de los toros. Quien me lo iba a decir a mí, tan refractario y radicalmente opuesto a todo lo que tenga que ver con la tauromaquia y cuanto concierne, rodea y versa acerca un espectáculo que me resulta absolutamente insoportable, a la par que injustificable.
 Un amigo, al cual podría calificarlo certeramente y con toda propiedad, de mi bibliotecario privado, se empeñó en que tenía que leer un libro sobre este tema. Me negué en rotundo a aceptar semejante dislate. Ni siquiera quise que me hiciese una breve y extractada sinopsis del mismo. Pero no tuve más remedio que oírle, que no escucharle, y recuerdo que apenas se me quedó grabado el título del mismo: Juan Belmonte, matador de toros. Una biografía sobre dicho torero.
Pese a mi oposición y a que conoce mi nulo interés por el tema, me lo dejó, e insistió en que lo leyera. Tuve que prometerle que le echaría un vistazo, más porque dejáramos el tema, que por propia convicción. Al día siguiente, comencé uno de los libros que me dejó, pero al ver debajo de éste, el dichoso libro sobre Juan Belmonte, en un acto de generosidad hacia mi amigo, lo abrí y leí la primera página, después la segunda, y, confieso, ya no pude parar de leer.
Su autor, Manuel Chaves Nogales, periodista, que murió muy joven, escribió esta biografía, un auténtico prodigio del clásico relato amable, fresco y ameno, que suele caracterizarse por una rara capacidad para atraer al lector y absorberlo completamente, en una ceremonia de la más agradecida e ilusionada confusión, que envuelve al afortunado lector en una nube, de la cual logra bajar, solo cuando comprueba que ha leído ya casi medio libro, y que lo que le queda, le parece muy poco. Tal es la atracción que sobre él ejerce.
El relato de la infancia, de los primeros años del torerillo Belmonte, ocupa una importante parte de las trescientas cincuenta páginas, y constituye una pequeña obra maestra de la narración. Con un  estilo sumamente ágil, fresco, espontáneo, y vivaz, dotado de un maravilloso y audaz sentido del humor, logra con este relato narrar los increíblemente duros y difíciles primeros años de la vida de un muchacho que no vivía más que para los toros.
Disfrutaba toreándolo todo, como él mismo afirma, ya fueran becerros, vacas, toretes, y cuanto animal más o menos bravo se le ponía por delante, y que buscaba, junto con otros compañeros aprendices de toreros, en las tientas, fincas y otros lugares, siempre en plan furtivo, por la noche, al alba, a cualquier hora, jugándose la vida, y experimentando un inmenso placer que le absorbía hasta extremos inimaginables, que asombra y sorprende al ensimismado lector.
Un relato intenso, que no da descanso a la curiosidad desbordante que va despertando página a página, y que habla no sólo de un torero que llegó a ser excepcional en su terreno y en su vida, que ya desde muy pequeño desborda genio, carácter y un sólido temperamento, hasta el punto que llegó a quitarse la vida,  sino de una increíble y sorprendente Andalucía, de sus gentes, de sus costumbres, y sobre todo de una fiesta profundamente arraigada en esa tierra, donde los jóvenes, desde la más tierna infancia, tenían como primordial objetivo, impulsados la mayoría de las veces por un imperiosa necesidad, llegar a ser una figura del toreo.
Federico García Lorca, en su Teoría y Juego del Duende, manifestaba que el torero Juan Belmonte, poseía un Duende Barroco. Duende, un término sobre el que he leído con frecuencia, y que resulta, según afirman los entendidos, entre ellos Lorca, difícil de entender, que se tiene o no se tiene, que sólo se siente, y que solamente unos pocos, como Federico, pudieron llegar a experimentar.
Según nuestro genial poeta, amante de los toros, él conocía en ese mundo, a gente que poseía ese misterioso duende, como su entrañable amigo Ignacio Sánchez Mejías. Otro afortunado, que sin embargo no cita, se llamaba Federico García Lorca, poeta, porque él era el espíritu del Duende.

martes, 8 de marzo de 2016

EL CONGRESO DE LAS DIPUTADAS Y DIPUTADOS

Definitiva y afortunadamente, el Congreso de los Diputados, ya no es lo que era. Tal ha sido la transformación habida, no en sus instalaciones, asombradas y perplejas ellas por lo que sus ocultos ojos y oídos ven y oyen, sino por su contenido humano, que lo ha dejado irreconocible.
Hasta tal punto ha experimentado dichos cambios, que hasta la expectación pública por las sesiones hasta ahora habidas, han sufrido, mejor dicho, han gozado, de un considerable y agradecido incremento en una audiencia que siempre mantenía una creciente perplejidad ante las insoportables y previsibles sesiones, que apenas despertaban interés alguno en la paciente y socorrida audiencia.
 Tedio y aburrimiento en suma, ante tanta rutina y previsible sucesión de unos acontecimientos que se hacían insoportables y soporíferos para un espectador que hoy goza con una composición de escaños, tan diversa y variopinta, como entretenida, amena y saludablemente bienvenida.
Es tal la diversidad de Sus Señorías, considerada en todas sus vertientes, ya sea en cuanto a su perfil, aspecto, origen, tendencias varias y comportamientos humanos y sociales, que han logrado configurar un Congreso diferente y variopinto.
 Y hasta tal punto que jamás habíamos visto nada comparable, todo ello fruto de la decisión soberana y libre de una ciudadanía harta hasta lo indecible de un bipartidismo que se había establecido omnipresente y estáticamente inamovible durante demasiado tiempo.
Y ahora, los vemos en camisa, con o sin coleta, en jersey, con rastas, con la mochila a las espaldas y una sonrisa contagiosa que incluye besos, abrazos y efusiones varias, que suscitan todo tipo de comentarios en los trajeados y etiquetados congresistas de toda la vida que no dan crédito a tanta novedad.
 Hasta el Hemiciclo, tan coqueto y liviano como siempre – la ciudadanía que lo visita se sorprende de su contenido y pequeño tamaño que contrasta con lo que ve en los medios de comunicación -  se siente aliviado, ante el soplo de aire fresco que ha conseguido colarse en un espacio excesivamente rígido y formalista.
Y es que a base de repetirse invariablemente durante lustros y legislaturas sucesivas, el bipartidismo comenzaba o exhalar un cierto tufillo a naftalina, que influía en sus señorías, que tendían al conformismo, la rutina y el bostezo inevitables ante tanta parsimonia, tanta previsión y tanto sosiego parlamentario.
Al igual que en los ciudadanos, que hoy contemplan con deleite, fruición y hasta con un destello de morbo, cómo el ambiente se caldea, se tensa y se mantiene en un crescendo digno de agradecer, que mantiene a los espectadores antes aburridos o ausentes, ahora pendientes de una pantalla que les ofrece diversión e interés a partes iguales.
Incendiarias intervenciones que hasta ahora eran inimaginables en un apacible Congreso, que escucha con suma atención, sin apenas escaños vacios, algo antes sumamente impensable, cómo sus señorías se tiran los trastos a la cabeza, en un tira y afloja múltiple, con réplicas y contra réplicas, que se multiplican tantas veces como grupos diferentes habitan este Hemiciclo, sin duda agradecido ante tanta diversidad y tanta multiplicidad de opiniones que enriquecen sin duda alguna el espacio parlamentario antes tan deslucido. Bien venido sea.

martes, 1 de marzo de 2016

PRODIGIOSA TIERRA EXTREMEÑA

Portentosa a la par que asombrosa y bella Extremadura, tierra de conquistadores que siglos ha, decidieron saltar de las verdes dehesas extremeñas a las  desconocidas tierras de un lejano y nuevo mundo por descubrir, navegando a través de un océano desconocido, en busca de la gloria y la riqueza que aportarían después a sus pueblos y ciudades de origen.
Alfombradas de un mágico y tupido color verde, sembradas de encinas, de luz y de agua, las bellísimas e incomparables dehesas de Extremadura, compiten ventajosa y triunfalmente con aquellos infames e inmerecidos  textos que sufrimos entonces, y en los que necesariamente creímos, cuando estudiábamos en nuestra adolescencia y que no le hacían ni el honor ni la justicia que merece.
Hablaban de una tierra inhóspita, desértica y pedregosa, exenta de belleza alguna, la misma que ahora tantas veces he descubierto y disfrutado, la que tanto valoro y amo, una hermosa y agradecida región, que lo tiene todo, y a la que entonces le negaban los incultos e ineptos autores de aquellos libros, que tanta mentira y oprobio arrojaron sobre la venturosa y prolífica tierra Extremeña.
Hablaban de las Hurdes, como un lugar alejado del mundo, desértico y oscuro, abandonado de la mano de Dios y de los hombres. Ignorantes de la belleza que posee, nos inculcaron, que por extensión, toda Extremadura se reducía a una zona deshumanizada, agreste y pedregosa, sin encanto alguno. Apenas citaban su inmenso y prodigioso patrimonio histórico y cultural, su deliciosa gastronomía, y esa buena, acogedora y atenta gente que puebla sus campos, sus pueblos, villas y ciudades.
Pasar por Trujillo, una de las puertas de Extremadura y no detenerse para deleitarse y disfrutar honda y profundamente con su inmenso y maravilloso patrimonio artístico, no puede entenderse, salvo que las prisas, siempre malas consejeras, así lo determinen, privándonos del inmenso deleite y placer que contemplar su belleza nos proporcionará, si al hacer un alto en el camino recorremos sus calles cargadas de arte y de historia.
Camino de la inconmensurable y bellísima Cáceres, Patrimonio de la Humanidad por méritos propios, siempre he hecho un pequeño alto en el camino en Trujillo. Esto es lo que me ha sucedido en los diversos viajes que he girado a esta Extremadura que ya la hago algo mía, pero sin recorrerlo con detenimiento, simplemente disfrutando de su hermosa plaza presidida por la figura del conquistador Francisco Pizarro.
 Pero en esta ocasión he decidido reposar en Trujillo, haciendo parada y fonda en esta hermosísima villa, cuna de conquistadores, que dejaron un patrimonio de un valor incalculable, legándonos sus palacios y casas señoriales, que unidas a las espléndidas y hermosas iglesias que salpican el barrio histórico, hacen de esta prodigiosa villa, un auténtico baluarte de la historia y un tesoro más de la agraciada y afortunada Extremadura.
Visitar Trujillo, supone, necesariamente, acercarse a la radiante y encantadora Cáceres. Me movía a ello, no solamente su siempre deseable contemplación, sino el reencuentro con un amigo de la juventud. Gracias a las redes sociales, volvimos a vernos después de cuarenta y cinco años. Toda una vida. Sin embargo, para ambos, diríase que apenas había transcurrido ese tiempo medido en días. Al despedirnos nos fundimos en un emocionado y sincero abrazo. Te doy las gracias por todo, amigo. A ti, y a tu hermosa y bella Extremadura.