Qué bonito es Badalona, en
invierno y en verano, con mantilla y barretina, a la sombra y al solano, tal
como la describe Serrat en su célebre canción, que ahora viene a colación,
cuando los medios de comunicación airean a pleno pulmón los acontecimientos
allí vividos en el ayuntamiento de ese bonito pueblo, que hace ya demasiados
años decidiera cantarle Joan Manuel, en un alarde de buen humor, desprovisto de
cualquier sospecha de la marea independentista que ha motivado los sucesos que
se citan, y que tan lejos están de la letra y el espíritu que desprende esta
canción de Serrat.
Y es que algo se ha roto en la
apacible y serena relación que siempre existió entre Cataluña y el resto de
España, que siempre se materializó en una sincera admiración hacia una región
que la veíamos con una sana envidia, ante su fuerza industrial, y la pujanza
económica que siempre le ha caracterizado, así como por sus innumerables y
valiosos atractivos culturales, que hicieron que volviésemos la vista con
respeto y admiración hacia quienes hoy dicen que no los queremos, que los
odiamos, que los tratamos despectivamente.
Todas esas consideraciones nos llevan a la conclusión
taxativa de que la situación creada no responde a una ofensiva desatada por una
ciudadanía del resto de España, que desprecia o desatiende a los catalanes, que
además, en una importante proporción, son originarios de esa población de otras
regiones, que contribuyeron al desarrollo de Cataluña, y que se sienten tanto
catalanes como españoles, a la vez que integrantes de una Europa, a la que
todos, por igual, pertenecemos.
Los sucesos acaecidos en
Badalona el día doce de octubre, con una desobediencia absurda y radical por
parte de los concejales del ayuntamiento, no contribuyen a un necesario
entendimiento y a una paz y sosiego social, que todos deseamos, y que se
necesita para actuar racionalmente por ambas partes, para alejarse de todo
radicalismo y fundamentalismo siempre negativos, que no hacen sino alejar unas
posiciones cada vez más resueltas a llegar a acuerdos que puedan resolver un
problema que pesa ya demasiado en una sociedad que no puede ni obviarlo, ni
permitirse el lujo de mirar hacia otro lado.
No podemos permitirnos el lujo
de prescindir de Cataluña. Demasiado doloroso en todos los sentidos. Más de la
mitad de la población, no lo desea, con lo que los enfrentamientos entre ambas
posiciones, instalados ya a nivel incluso familiar, pueden llegar a
generalizarse en otras instancias, trasladándose a la calle, algo absolutamente
rechazable y no deseable, que podía eternizarse en una sociedad dividida y
enfrentada.
Por otra parte, el daño
infringido a este País, sería de unas enormes proporciones, dado el hecho de
que la economía catalana supone el veinte por ciento del pib de España, y que
la pérdida de población, alcanzaría la considerable cifra de siete millones y
medio de habitantes. Como le sucedería a Cataluña fuera de España, y cuyas
consecuencias negativas, sus gobernantes se esfuerzan por ocultar a la
ciudadanía catalana.
Hace no mucho tiempo, un vecino
de Badalona, llegó a la inefable conclusión de que su pueblo es una nación. Aducía
para ello, que Badalona posee un territorio propio. Segovia, mi ciudad, también
tiene el suyo. Posee, dice, vegetación y fauna propias. Nosotros tenemos
chopos, álamos, encinas, robles, enebros, conejos, codornices, perdices,
cigüeñas, águilas, palomas. Afirma también, que tienen lengua, historia y
economía también propias.
Pues bien, el Castellano es
nuestra hermosa lengua, históricamente Castilla nos avala, y en cuanto a la
economía, somos afortunados poseedores de la mies de nuestros prodigiosos campos,
de una soberbia y rica gastronomía, y de un amplio y grandioso patrimonio
artístico que disfrutamos.
Nada, por lo tanto, que
envidiar a Badalona. Tenemos, como mínimo, lo mismo que ellos. Pero somos una
buena, tolerante y pacífica gente, que no ansía más que vivir en armonía con
todos los ciudadanos de paz de este País. También con los de Badalona, y con el
resto de la Humanidad. Afortunados que somos, oigan.