martes, 28 de julio de 2020

LA RELATIVIDAD ABSOLUTA

Todo en esta vida suele ser relativo, ya que nada puede valorarse, si no es con un patrón o valor establecido, a partir del cual establecemos todas las demás estimaciones, valoraciones y cuantías varias, que nos dan así una idea más aproximada y real del hecho que estamos analizando, sin tergiversar por ello una realidad, que de otra forma, es decir, tomada de manera absoluta, pervertiríamos y falsificaríamos unos datos que no responderían a la verdad, incurriendo en falsedad y negando una realidad, que aunque evidente en su esencia, se divulgaría una mentira, un fraude, en definitiva, un engaño a todas luces visto, salvo por quienes sin analizar los hechos, asumen como verdad, lo que no es sino una pertinaz falacia.
Esta ficción disfrazada de autenticidad engañosa, se utiliza con demasiada frecuencia cuando de subvertir unos determinados hechos se trata, llevándose a cabo con una espeluznante y atrevida naturalidad, que pasa desapercibida para quienes asumen sin analizar ni discriminar cuánta información les llega, dando por hecho, que cuanto les dicen y afirman, tiene la patente de corso de la auténtica e indiscutible verdad, causando auténticos estragos en los ingenuos receptores, que sin entrar en cuestión, ni poner en duda y cuarentena lo escuchado, lo dan por bueno sin más, en una auténtica ceremonia de la confusión, tan embaucadora como soez, dado el tamaño y la forma del perverso fraude.
Casos podríamos reflejar aquí, que ilustrasen semejante embuste y adulteración de la realidad, aunque baste citar para ello, que en el terreno de la política, la estadística, y la información en general, se dan la mayoría de los casos que relevancia tienen en el orden social en el que todos estamos instalados, y que continuamente nos bombardean, en función de los intereses de quienes pretenden confundirnos con unos datos que toman en términos absolutos, en lugar de relativizarlos, logrando así unos resultados más exactos, y por lo tanto más ajustados a la verdad.
Einstein dejó sentado lo que para la ciencia hoy en día ya no es una teoría, como aún se denomina su Teoría de la Relatividad, sino una aseveración, una certeza “absoluta”, que la ciencia no pone en cuestión, y que afirma que el tiempo y el espacio forman una unidad espacio temporal, en la que ni uno ni otro son absolutos, sino que cada uno de nosotros tenemos una noción, una medida personal del tiempo, y que puede variar en función de determinados valores, pudiendo contraerse y dilatarse, tanto uno como otro, por lo que el concepto “absoluto”, no tiene sentido en el universo.
Un ejemplo claro de la tergiversación de los hechos, al tomarlos de una forma absoluta, es cuando se publican datos relativos a un valor en concreto acerca de dos países, sin tener en cuenta su población, lo que provoca que se tome por veraz, lo que en realidad no es sino una falsa conclusión, al no tomar en cuenta de forma “relativa” dichos datos, lo que se conseguiría con un simple cociente entre el valor del dato en cada caso, y la población del susodicho país, lo que nos daría el porcentaje real y relativizado, obteniendo así una idea real y exacta, de los hechos analizados.
En los momentos que vivimos, con una nueva normalidad preocupante, dados los brotes que continuamente surgen a lo largo del País, muy bien podríamos aplicar la tendencia que suele manifestarse al alterar los valores reales de los contagios, comparados con los datos a nivel mundial, no ya en cuanto a valores absolutos de las víctimas totales, que se sabe están contabilizados a la baja, como se ha demostrado en recientes estudios, sino en cuanto a los valores relativos comparados con el resto de países, ya que se contabilizan de forma absoluta, sin tener en cuenta la población de los diferentes países, lo que supone, que en caso de no tenerlo en cuenta - si los tomamos de forma absoluta - nos darían unos resultados falseados, que no se corresponderían con la realidad, ni con las matemáticas más elementales, ni, sobre todo, con la verdad.

miércoles, 15 de julio de 2020

ANATOMÍA DE LA DESOLACIÓN

Han pasado ya tres semanas del comienzo de la mal llamada nueva normalidad, o del final del peor denominado aún, estado de alerta, que ha dejado al País exhausto, descompuesto y sumido en una especie de melancólica tristeza, que contrasta con la alegre y tradicional vitalidad de una ciudadanía, que no consigue sacudirse una imagen de aflicción y desamparo que se materializa sobre todo en los parques , dónde los niños apenas aparecen, lamentándose su ausencia que nos priva de su alegría contagiosa tan necesaria en estos tiempos de devastación y oprobio, que se manifiesta a todas horas y en todos lugares, con la simple presencia de la gente portando la obligada y lastimosa mascarilla, que nos señala como individuos que estuvieran en  permanente estado de un penoso y lamentable carnaval, disfrazados, imagen que nos persigue allá dónde vamos, sin excepción alguna.
Arrastramos una perversa situación, que sabemos ahora, no va a mejorar, que va para largo, que no tiene fecha de caducidad, que nos va a perseguir cada día, sabiendo que se acabaron los buenos tiempos, la vida despreocupada y más o menos alegre, que muchos se podían permitir, y que empeora notablemente la de quienes ya tenían problemas, que ahora se van a incrementar con la inminente llegada de los ajustes, recortes, y otras negativas nuevas, que habremos de soportar para recomponer una economía destrozada y una sociedad cansada, hastiada y afectada por estos duros y desalentadores tiempos que nos ha tocado vivir.
Asombra, conmueve y desalienta contemplar una España extraña, desolada, minimizada, vacía, dónde el verano movilizaba a amplios sectores de la población en busca de las playas, de las fiestas, del descanso reparador y necesario del estío agotador, que ahora apenas contempla  estas actividades, que se han visto reducidas notablemente, en unos casos y anuladas en otros muchos, ante una angustiosa situación económica y laboral que afecta a un importante sector de la población, que en otros casos se ha decidido por la precaución, ante el miedo que esta pandemia ha desatado, y que les condiciona a la hora de decidirse a viajar o a tratar de salir del lamentable estado en que nos ha postrado este odioso confinamiento que hemos tenido que soportar durante tanto tiempo.
Recorrer pequeños pueblecitos de la meseta, antes tan animosos y concurridos en verano, y ahora tan solitarios, con las pocas gentes nativas y las que acuden de la ciudad, con sus mascarillas ocultándoles la cara, es un espectáculo estremecedor, siniestro y oscuro, que lleva con resignación la gente mayor, que vivió la guerra y la posguerra, y que no salen de su asombro ante semejante desatino en el que vivimos, del que ellos, sobre todo, ninguna culpa tienen, como el resto de los ciudadanos de a pie, que aunque nos preguntemos una y otra vez, quizás nunca sabremos qué está pasando, qué ha motivado este desastre, y, sobre todo, si los hubiere, quién, cómo y por qué se llevó a cabo, si quizás por nuestro estilo de vida todos somos culpables, o si somos víctimas de una brutal confabulación que ha trastocado nuestra existencia.
No hay respuestas, nadie nos dice qué ha pasado, salvo la explicación inicial, que no satisface a casi nadie, o la que implica a las principales potenciales, que se acusan mutuamente, o la de los agoreros de todo tipo que aventuran teorías más o menos fantásticas, que no convencen a nadie, y que no consiguen más que crear una confusión tal, que no hace sino alejarnos aún más de una verdad que posiblemente jamás conoceremos.
No nos queda más que el recurso a la resignación y a la dolorosa sensación de que algo o alguien juega con nuestro destino, y a vivir con el miedo de nuevos desastres que continuamente nos anuncian para un incierto futuro, mientras volviendo la vista atrás, contemplamos un pasado desolador con millares de víctimas, que son muchas más, según todos los indicios, de las reconocidas oficialmente, como son muchos los errores cometidos al comienzo de la pandemia por los gobernantes, que, por supuesto, nadie asumirá, con lo que a los ciudadanos sólo nos queda, el miedo, la resignación, y un punto de profunda rabia e indignación contenidas, ante tanto desamparo y tanta desolación.

lunes, 6 de julio de 2020

LA DIESTRA Y LA SINIESTRA

Los dos términos que dan carta de naturaleza a estas líneas, tienen un origen que procede del medievo, en concreto de la heráldica, cuando se utilizaban para señalar hacia donde se dirigían los elementos del escudo de armas de la casa en cuestión, bien hacia la derecha, bien hacia la izquierda, considerándose que el de la diestra, era el de mayor honor, mientras que el de la izquierda se consideraba de menor calidad, de menor honra, de menor crédito, y así nos encontramos con la posición que ocupa el invitado de mayor categoría, a la derecha del anfitrión, o la de la esposa, a la izquierda del marido, o la del jefe, a la derecha del subordinado, que quedaría a su izquierda, por lo que la diestra, según esta visión, poseería connotaciones de superioridad, de preeminencia, de privilegio, en definitiva, sobre la siniestra.
En otro orden de cosas, desde una visión y perspectiva diferentes, los términos diestro y siniestro, denotan significados muy diferentes a los términos anteriores, que no indican posición relativa sino cualidad de manejar la mano derecha, así como de la capacidad, habilidad y destreza en el caso de diestro, mientras que siniestro, se refiere a una persona o hecho, que posee características perversas o mal intencionadas, así como a un hecho o suceso accidental que puede causar daño a personas o cosas, con lo que términos con significante muy parecido, presentan significados muy diferentes, para terminar con “a diestro y siniestro”, que se utiliza cuando se actúa sin tino, discreción, ni miramiento.
Rizando el rizo, llegamos a donde pretendíamos, después de tan largo preámbulo, que no intenta, sino versar sobre los vocablos derecha e izquierda, dejando de lado el indeterminado, furtivo e indefinible centro, todos ellos, que se supone continúan en plena vigencia política, pese al desprestigio que vienen sufriendo los grupos que así de autodenominan, y que no suele corresponderse con una unidad o patrón, por otro lado inexistente, a partir del cual podríamos sustanciar tales definiciones, que bastante confundidas están hoy en día y que tanta confusión, permítaseme la redundancia, crean en una opinión pública, que ya no sabe a qué atenerse.
La izquierda, se suele identificar con el progresismo, la solidaridad entre los pueblos y ciudadanos, la sensibilidad acerca de los problemas sociales, las libertades individuales y colectivas, así como la igualdad entre los seres humanos, que le otorgaban la denominada supremacía moral de la izquierda, signifique lo que signifique una expresión tan machacada y manida durante tanto tiempo, que parece haber decaído en desuso en los últimos tiempos, de tal forma que la derecha, se ha asociado siempre con el orden y la autoridad, la disciplina, la tradición, el capital, los principios morales, la religiosidad y los valores morales del individuo y la familia, teniendo su origen, ambos conceptos en la revolución francesa, cuando a la  autoridad real , se opuso la asamblea popular.
Hoy en día, ambos términos se siguen utilizando, como manera de señalar a unos y a otros, dejando de lado a los que están en los extremo de cada uno de ellos, a su diestra y a su siniestra, denominándolos con el prefijo “extrema”, que de una u otra forma, han conseguido crear equívocos aún mayores acerca de una definición política, que no consigue otra cosa que lograr una confusión tal, que a ojos del ciudadano, no parecen sino una simple y vulgar etiqueta que ha conseguido desafiar las leyes de la gravedad política, consiguiendo con ello que el votante se desencante en unos casos, y en otros se pregunte cuál es la distancia real entre todo el conjunto de este enrevesado arsenal político.
Y aunque las diferencias existen, ya que no podía ser de otra manera, dados los intereses creados por ambas partes, la percepción que los ciudadanos tienen de ambos extremos, aparece cada vez más difuminado a ojos de unos votantes que contemplan con estupor cómo sus comportamientos ético morales, son cada día más parecidos, menos diferenciados, más ajustados a sus poltronas de dónde no piensan moverse, para evitar no salir en la foto, para eternizarse en su despacho oficial, de dónde no se moverán, salvo que los cese quién los nombró, ya que en este País, no dimite nadie, ni siquiera, como asegura ahora el vicepresidente segundo, que dícese de extrema izquierda, aunque le imputen en el caso en el que está siendo investigado, cuando él, en su momento, exigió a la inmediata dimisión a otros, que se encontraban en similares circunstancias a las suyas.
En el orden económico y social existen diferencias, que tampoco son fundamentales, que no son esenciales ni radicales, sobre todo en economía, dónde es Europa quién dicta las normas, de las que difícil evadirse, mientras que en el orden social, las diferencias suelen ser más amplias, dónde la izquierda suele conectar más y mejor con las clases medias bajas, que es dónde encuentra su filón más importante de votantes, mientras que las derechas, lo consiguen a base de defender el orden, la unidad nacional, la política de inmigración, y otros valores patrios.
En cualquier caso, el desencanto, la desconfianza y el cansancio más desesperante, se está instalando en una ciudanía harta de tanta soberbia, tanta mentira, tanta farsa y tanto estúpido y falaz populismo, que se está alejando cada vez más de la gente y de sus necesidades reales y vitales, que cada vez conectan menos con quienes recibieron en su día el encargo de gestionarles un estado del bienestar, que ni la diestra ni la siniestra, han demostrado ser capaces de llevar a cabo, salvo para sí mismos, algo en lo que tanto unos como otros, pese a sus aparentes diferencias, están siempre de absoluto y total acuerdo.