domingo, 11 de enero de 2009

INSTALADOS EN LA ÑOÑEZ

No es el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua ni claro, ni explícito, ni mucho menos rotundo a la hora de definir un término tan enraizado en la cultura popular y en el hablar diario de las gentes como lo es el término “ñoño”.
Lo define dicho diccionario de la forma siguiente: dicho de una cosa sosa, de poca sustancia. Dicha definición se queda corta y excesivamente liviana ante la que le adjudica el acervo popular, que le da un significado mucho más expresivo y gráfico y al alcance de cualquiera, ya que todo el mundo entiende a la perfección y sabe trasladar su significado a las cada día más frecuentes situaciones a las que se puede aplicar.
Según dicho saber popular, se entiende por ñoña aquella persona que se caracteriza por ser blanda, pusilánime y débil – ninguna de estas acepciones le asigna el susodicho diccionario – a la hora de calificar a quienes afrontan las diversas situaciones a las que se pueden enfrentar en su quehacer diario.
Muchos son los términos y expresiones que desgraciadamente van desapareciendo del lenguaje y van llenando el saco sin fondo de la degradación de la lengua a favor de una utilización cada día más vulgar, sesgada y limitada – por abreviada - que hace un flaco favor a la comunicación entre las gentes.
No se encuentra en este caso el vocablo que nos ocupa, ya que cada vez tiene más aplicación y puede trasladarse con más facilidad a múltiples situaciones tanto públicas como privadas que hacen honor a este término y que podemos descubrir a nada que nos mantengamos informados a través de los medios de comunicación.
Si en algún sector se ha introducido con toda intensidad la ñoñería es, sin lugar a dudas, en la política. A ñoñez me suenan tantas consideraciones, tantas falsas tolerancias, tantas claudicaciones como las que llevan a término de vez en cuando tanto el gobierno como la oposición. Más aquel que éste último, puesto que sus obligaciones dan para más juego que quien se mantiene la expectativa y en un segundo plano a la hora de las decisiones políticas.
Tanto talante, tanta comprensión, tanto melindre, aburre hasta a las ovejas – con perdón – haciendo que el personal acabe por cambiar de canal cuando se encuentra con un discurso tan pausado, remilgado, sensiblero y harto tolerante, que irrita hasta el más calmado y tranquilo de sus pacientes acólitos.
Con ñoñería se comporta la oposición cuando aprovecha cualquier resquicio, cualquier fallo de sus oponentes – y no digamos cuando se alía con sus compañeros de viaje, los obispos – para criticarles, sin darse cuenta de que están cayendo en el mayor de los ridículos al vocear las debilidades de los otros en lugar de aireas las virtudes propias – si ha lugar a ellas, claro está -.
Ñoñería es aquella que nos impide designar a ciertos colectivos por su nombre, llegando a buscar y rebuscar en el lenguaje un término que los designe sin que se sientan ofendidos, no ellos, que no lo suelen hacer, sino los snob de siempre que se escandalizan ante, pongo por ejemplo “negro”, “marica” “puta”– estos dos últimos están perfectamente recogidos y definidos en el RAE- y tantos otros, que salvo que la intención al expresarlos sea despectiva, no tienen por que entenderse como ofensivos hacia las personas de color, homosexuales o trabajadoras del sexo, que son los ejemplos que nos hemos propuesto.
De extrema ñoñez califico a los medios de comunicación al dedicar en estos días de según ellos “duro invierno”, la mitad del correspondiente noticiario con entrevistas en las que muestran a la gente manifestando el mucho frío que tienen – ñoños ellos - , que han tenido que recurrir a los guantes, al gorro etc., y todo porque han venido unos pocos días en los que la temperatura ha bajado el termómetro, como por otra parte es normal, varios grados bajo cero. Posiblemente todo se deba a que estamos en invierno. Una ñoñez más.
Y qué decir, pasando al terreno de la educación, de los padres que defienden a sus hijos a capa y espada ante los, según ellos, “atropellos del profesor”, al “maltratar” a su hijo/hija por dejarle sin recreo, mandarle una copia o reprenderle por una determinada acción que exige la intervención del enseñante. Estos padres suelen darle más crédito al hijo que al profesor y acaban por convertir a sus hijos en los futuros ñoños consentidos, maleducados e insoportables que contribuirán a rebajar aún más el paupérrimo nivel de la enseñanza en este País.
De ñoños trato a quienes se escandalizan por ejercer la crítica en determinadas situaciones – en los que se trata de mostrar la realidad de unos hechos a veces incuestionables - cuando nos referimos a determinados colectivos, como el de los inmigrantes y otros que podríamos citar, y no quiero en absoluto generalizar, cuando abusan de su condición de colectivo víctima de las iras de los demás, cuando en realidad no es así. Para estos ñoños del siglo XXI, el simple hecho de criticarles, supone, necesariamente, una ofensa, una discriminación.
De ñoña califico a esta estúpida Europa, cada día con menos peso en el mundo, que se muestra incapaz de unirse por egoísmo y miedo, a nivel nacional, a renunciar a un ápice de su soberanía, con una babel de idiomas y una falta total de acuerdo que resulta como mínimo bochornoso y que tiene fatales consecuencias ante las potencias emergentes que se sonríen ante la ñoñez Europea.

No hay comentarios: