viernes, 10 de septiembre de 2010

EN BUSCA DEL CREADOR

Hagamos un esfuerzo y tratemos de olvidarnos de las guerras de religión que han asolado este planeta a lo largo de su historia, de los desastres de todo tipo que las diversas creencias han originado al defender cada cual su fe, la del dolor sin cuento y las barbaries cometidas en defensa de las múltiples confesiones habidas y por haber y que han infligido a propios y extraños con el afán de imponer su Dios como el único, el verdadero, el que salvará a todos aquellos que crean en él y condenará a los que lo nieguen, imponiendo su omnímodo poder por encima de la razón, la justicia y la libertad del ser humano para elegir sus creencias tanto terrenas como divinas en una demostración de absolutismo teológico que ofende a la más elemental naturaleza humana.
Si lo conseguimos y partimos de cero absoluto, abrimos los ojos y contemplamos que el panorama actual lejos de depararnos grandes sorpresas – salvando las distancias propias de una sociedad más civilizada, sin guerras de religión ni inquisiciones varias – nos presenta a las tres grandes religiones monoteístas, Judaísmo, Cristianismo e Islamismo, que siguen presentes en el panorama del siglo XXI, donde los avances de la tecnología y la ciencia, si bien han conseguido en parte relegar a Dios a un segundo plano, no lo han borrado de las mentes de unos seres humanos que parecen seguir necesitando a un ser superior que dé sentido a su existencia y a los interrogantes de siempre: quienes somos, de dónde venimos y adónde vamos.
Indudablemente donde se ha experimentado un profundo cambio, ha sido en la práctica de las ideas religiosas en los templos, donde la afluencia de fieles ha disminuido notoriamente debido a la pasividad de las nuevas generaciones en cuanto a religión se refiere, al menos en occidente, donde los cristianos son mayoría y donde la sociedad, sin duda más avanzada y libre que en los países islámicos, mantiene unas costumbres más relajadas que la han conducido a una sociedad en la que Dios está cada día menos presente.
Las instituciones religiosas tratan de compensar esta situación utilizando incluso las denominadas redes sociales para tratar de llegar a los más jóvenes, los cuales no ignoran el descrédito que está experimentando el clero en diversos países debido a las acusaciones de pederastia que cada día surgen por doquier, consiguiendo así el efecto contrario al que pretendían. En cuanto a los practicantes del judaísmo, minoritarios entre las tres grandes religiones, mantienen con más firmeza sus tradiciones religiosas, conservadas en la vida familiar pero atenuadas en su manifestación por desenvolverse en una sociedad occidentalizada.
Caso distinto es el de los países musulmanes que practican el Islam y que se ven envueltos en una dinámica integrista y fundamentalista religiosa, con una defensa a ultranza de sus creencias, en una sociedad cerrada, donde la mujer sigue sometida, ocupando un segundo plano en la vida social y donde todo está afectado y salpicado por la religión, inseparable de su vida diaria, siendo a la vez ley y norma de conducta que obliga a sus ciudadanos hasta el punto de constituirse estas naciones en estados teocráticos gobernados por representantes del más puro integrismo religioso.
Mantienen estos países una actitud intolerante e intransigente hacia occidente, donde cualquier manifestación por mínima que sea referida a sus símbolos o creencias, desata las iras de los creyentes que en un alarde de intransigente fanatismo, amenazan al escritor que ha desafiado escribir los Versos Satánicos, al caricaturista que se ha atrevido a reflejar en papel la imagen de su profeta y a todo aquel que ose ironizar sobre su libro sagrado.
Esto es impensable en occidente, donde no obstante, con frecuencia se responde de una forma irresponsable a estos desafíos, como el descerebrado pastor estadounidense que se proponía quemar ejemplares del Corán en la zona cero de Nueva York el día once de septiembre aniversario del tristemente célebre 11-S, como si la totalidad de los practicantes del Islam, fueran culpable de semejante barbarie, atribuible a un grupo de fanáticos, los cuales son rechazados por la inmensa mayoría de los practicantes islamistas.
Recientemente se ha desatado la polémica por las ideas sobre Dios y su implicación en la creación del universo que el científico Stephen Hawking ha vertido en su último libro. Descarta Hawking la intervención divina en la creación del universo, afirmando que la física moderna excluye Dios de dicha creación. Del mismo modo que el Darwinismo eliminó la necesidad de un creador en el campo de la biología, asegura Hawking que las nuevas teorías científicas hacen redundante el papel de un creador del universo. El Big Bang, la gran explosión, comienzo de todo, fue la consecuencia inevitable de las leyes de la física.
Tradicionalmente se ha mantenido, no sin cierta dosis de verosimilitud, aquello de que las sociedades más religiosas siempre han sido las más atrasadas, debido quizás a aquella afirmación de Marx en el sentido de que la religión es el opio del pueblo. Existe también un aserto que afirma que los dioses no crearon a los hombres, sino los hombres a los dioses y tantas otras que podríamos aquí exponer y que nada va a aportar a quienes no estén dispuestos a abrir su mente y a rechazar cualquier tentación de fanatismo. Se amparan en la fe y ahí se mantienen inamovibles e inasequibles al desaliento que los mantiene incólumes y firmes en sus creencias.
Prefiero alejarme de cualquier intransigencia fanática que me nuble la razón. Leo a Hawking a Darwin a Carl Sagan y en la medida de lo posible a un Einstein - traducido a mi capacidad intelectual para poder traslucir algo de su prodigiosa mente – y veo al hombre como fruto de la evolución – somos hijos de las estrellas afirmaba Carl Sagan – y descubro el universo autocontenido, sin límites, que no necesita ningún Dios, ningún ser superior para su majestuosa existencia y la nuestra, la de los seres humanos que maravillados, lo contemplamos en soledad, esperando contactar algún día con otros seres inteligentes, que, sin duda, habitan otros mundos del cosmos infinito y de cuya existencia no duda la ciencia, pero que sin embargo, ninguna religión ha sido capaz de vislumbrar. Serán competencia de otros Dioses.

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