lunes, 10 de marzo de 2014

DÍCESE DEL QUE SABE LATÍN

Era yo un chaval, cuando ya por entonces oía decir a mi padre aquello de que “ese sabe latín”, en referencia a alguna persona conocida que él estimaba particularmente y al que sin duda admiraba por su capacidad e inteligencia, afirmación que escuchaba y no entendía entonces, que ignoraba su significado o que seguramente interpretaba literalmente como alguien que conocía y hablaba dicha lengua – no referido necesariamente al cura del pueblo, única persona en el pueblo que la conocía, ya que hasta la misa entonces era en latín - y que más tarde descubrí, no sé cómo, quizás mi padre me la tradujo, es posible que yo la dedujera o, ya que por entonces me gustaba leer, cabe la posibilidad de que diera con dicha expresión en alguna de mis lecturas y cómo no, posiblemente llegara a una conclusión aclarativa, cuando mi padre la aplicase a alguna persona conocida, de la cual no me cabía la menor duda, que dicha lengua ni la conocía ni la manejaba ni mucho menos hablaba, sino que simple y llanamente, destacaba por ser una persona lista, despierta e inteligente, aunque careciese de otros conocimientos que no estaban a su alcance.
En mi vida de estudiante de bachillerato que siempre llevé a cabo de forma libre, que no oficial, el latín constituyó para mí una auténtica cruz, como suele decirse, ya que me resultaba absolutamente intratable, ininteligible y rechazable, donde tratar de hallar donde se posicionaba el sujeto, de encontrarlo en oraciones inmensamente largas, se me antojaba labor absolutamente imposible y descabellada, que no parecía obedecer a ninguna lógica humana y que tuvo como consecuencia que suspendiera casi siempre, salvo en el último curso de bachiller, donde a pesar de que casi nunca fui capaz de copiar -  no porque no tuviera necesidad, sino porque se me antojaba del todo imposible poder hacerlo sin que me pillaran – en esta ocasión y ante la evidencia de que si no lo hacía, suspendería dicho examen- en el Instituto de Enseñanza Media de Segovia – le eché cuanto valor pude reunir y le pedía al compañero más próximo a mí que me echara una mano, cosa que amablemente hizo y que me permitió aprobar, lo cual supuso todo un hito académico para mí, en una asignatura que se me atascó desde siempre, simplemente por haberle cogido una antipatía, que sinceramente, no merecía, y me refiero, claro está, al Latín.
Esta lengua, que merece una consideración, un respeto y una relevancia infinitamente mayor que la que le dedican aquellos que la utilizan para emitir poco más que los llamados “latinajos”, verbi gratia: carpe diem, in pectore, sine qua non, vox populi, sursum corda, sui generis, rara avis, y tantos otros,  pertenece a la familia lingüística del Indoeuropeo, hablada en la antigua Roma, que fue la utilizada en la Edad Media, siendo de uso frecuente entonces y hasta entrada la edad contemporánea, como vehículo de comunicación indispensable, dando origen a numerosas lenguas Europeas, las denominadas lenguas Romances, entre las que figura el Castellano, el gallego y el Catalán, por citar algunas, ciñéndonos exclusivamente a la Península Ibérica.
Sorprende que siga considerándose como una lengua muerta por el mero hecho de que no se utiliza a nivel de calle – damos por hecho que en la Ciudad del Vaticano se sigue utilizando, ya que es lengua oficial, aunque es el Italiano sin duda, la lengua habitual en la que se desenvuelven sus habitantes - y es en la ciencia, fundamentalmente en la taxonomía Linneana, donde cobra su pleno sentido, ya que se utiliza en la clasificación científica de los reinos animal y vegetal, así como en el mundo del Derecho, donde tiene su lugar procedente del Derecho Romano. Es por ello, que su implantación en los planes de enseñanza, fundamentalmente en el ámbito del área de Humanidades, es absolutamente necesaria
Sigue siendo imprescindible hoy en día en el mundo cultural, donde se hace necesario a la hora de traducir las numerosas leyendas que figuran en monumentos y restos históricos – una detenida visita a Roma y a su inmensa colección de restos arquitectónicos la hace imprescindible – como en la descripción de elementos que conforman las catedrales, monasterios, abadías y conventos, donde se describen en un Latín que se hace necesario y para el que no se necesitan profundos conocimientos del mismo, pero sí un somero dominio de una lengua eterna que seguirá estando presente en la cultura y el conocimiento, a lo largo de la historia de la Humanidad.

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