Era yo un chaval, cuando ya por entonces oía decir a
mi padre aquello de que “ese sabe latín”, en referencia a alguna persona
conocida que él estimaba particularmente y al que sin duda admiraba por su
capacidad e inteligencia, afirmación que escuchaba y no entendía entonces, que
ignoraba su significado o que seguramente interpretaba literalmente como
alguien que conocía y hablaba dicha lengua – no referido necesariamente al cura
del pueblo, única persona en el pueblo que la conocía, ya que hasta la misa
entonces era en latín - y que más tarde descubrí, no sé cómo, quizás mi padre
me la tradujo, es posible que yo la dedujera o, ya que por entonces me gustaba
leer, cabe la posibilidad de que diera con dicha expresión en alguna de mis lecturas
y cómo no, posiblemente llegara a una conclusión aclarativa, cuando mi padre la
aplicase a alguna persona conocida, de la cual no me cabía la menor duda, que
dicha lengua ni la conocía ni la manejaba ni mucho menos hablaba, sino que
simple y llanamente, destacaba por ser una persona lista, despierta e
inteligente, aunque careciese de otros conocimientos que no estaban a su
alcance.
En mi vida de estudiante de bachillerato que siempre
llevé a cabo de forma libre, que no oficial, el latín constituyó para mí una
auténtica cruz, como suele decirse, ya que me resultaba absolutamente
intratable, ininteligible y rechazable, donde tratar de hallar donde se
posicionaba el sujeto, de encontrarlo en oraciones inmensamente largas, se me
antojaba labor absolutamente imposible y descabellada, que no parecía obedecer
a ninguna lógica humana y que tuvo como consecuencia que suspendiera casi
siempre, salvo en el último curso de bachiller, donde a pesar de que casi nunca
fui capaz de copiar - no porque no
tuviera necesidad, sino porque se me antojaba del todo imposible poder hacerlo
sin que me pillaran – en esta ocasión y ante la evidencia de que si no lo
hacía, suspendería dicho examen- en el Instituto de Enseñanza Media de Segovia
– le eché cuanto valor pude reunir y le pedía al compañero más próximo a mí que
me echara una mano, cosa que amablemente hizo y que me permitió aprobar, lo
cual supuso todo un hito académico para mí, en una asignatura que se me atascó
desde siempre, simplemente por haberle cogido una antipatía, que sinceramente,
no merecía, y me refiero, claro está, al Latín.
Esta lengua, que merece una consideración, un respeto
y una relevancia infinitamente mayor que la que le dedican aquellos que la
utilizan para emitir poco más que los llamados “latinajos”, verbi gratia: carpe
diem, in pectore, sine qua non, vox populi, sursum corda, sui generis, rara
avis, y tantos otros, pertenece a la
familia lingüística del Indoeuropeo, hablada en la antigua Roma, que fue la
utilizada en la Edad Media, siendo de uso frecuente entonces y hasta entrada la
edad contemporánea, como vehículo de comunicación indispensable, dando origen a
numerosas lenguas Europeas, las denominadas lenguas Romances, entre las que
figura el Castellano, el gallego y el Catalán, por citar algunas, ciñéndonos
exclusivamente a la Península Ibérica.
Sorprende que siga considerándose como una lengua
muerta por el mero hecho de que no se utiliza a nivel de calle – damos por
hecho que en la Ciudad del Vaticano se sigue utilizando, ya que es lengua
oficial, aunque es el Italiano sin duda, la lengua habitual en la que se desenvuelven
sus habitantes - y es en la ciencia, fundamentalmente en la taxonomía Linneana,
donde cobra su pleno sentido, ya que se utiliza en la clasificación científica
de los reinos animal y vegetal, así como en el mundo del Derecho, donde tiene
su lugar procedente del
Derecho Romano. Es por ello, que su implantación en los planes de enseñanza,
fundamentalmente en el ámbito del área de Humanidades, es absolutamente
necesaria
Sigue siendo imprescindible hoy en día en el mundo
cultural, donde se hace necesario a la hora de traducir las numerosas leyendas
que figuran en monumentos y restos históricos – una detenida visita a Roma y a su
inmensa colección de restos arquitectónicos la hace imprescindible – como en la
descripción de elementos que conforman las catedrales, monasterios, abadías y
conventos, donde se describen en un Latín que se hace necesario y para el que
no se necesitan profundos conocimientos del mismo, pero sí un somero dominio de
una lengua eterna que seguirá estando presente en la cultura y el conocimiento,
a lo largo de la historia de la Humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario