Aunque no desearían seguir estando en el punto de mira
a la hora de reconocer derechos milenarios que aún se les adeudan, en una
sociedad que continúa con una inequívoca tendencia a escorarse hacia uno de los
extremos, por inercia, casi sin sonrojo alguno, en el que la mujer sigue sin
lograr los objetivos que le corresponden por derecho propio, sin más, donde
sobran los manidos y absurdos recursos a la típica, tópica y absurda
justificación acerca de la igualdad con el hombre en cuanto a capacidades,
recursos y valores, que no deben citarse, sencillamente porque le son innatos y
porque el sólo hecho de plantear su reconocimiento, supone una duda que pone en
cuestión una afirmación absoluta que no admite discusión alguna.
Porque ofende a la sensibilidad, a la verdad y a la
inteligencia humanas, que tan poco han hecho por equiparar al hombre y a la
mujer en todos los órdenes, de forma inequívoca y absoluta, y porque a estas
alturas del siglo XXI, se sigue
ofendiendo, cada día, cada hora y cada minuto que la mujer es discriminada en
una sociedad donde sigue sin ocupar el lugar que le corresponde, y donde
incluso, y no solamente en este País, se le quiere negar el derecho a decidir
sobre su propio cuerpo a la hora de llevar adelante o no un embarazo, cuya decisión
sólo a ella le compete, en un acto en la que ella es la única propietaria, en una decisión de responsabilidad que nadie
le puede negar, y que llevará a cabo sobre la base del respeto hacia la vida,
que sólo una mujer puede sentir como autora de la misma y como sujeto de una
extrema y profunda sensibilidad que sólo ella puede llegar a experimentar.
No se entiende la extrema dureza de un gobierno que se
empeña en ir contra corriente, por el egoísta hecho de contentar a su
electorado más regresivo e intransigente – pero que en el fondo comulga con el
ideario de una derecha radical y fundamentalista – aunque se está encontrando
con alguna oposición interna y que cuenta con el apoyo de una vergonzante y trasnochada
Iglesia Católica, que ha influido en esta decisión de cambiar la ley del
aborto, y que ya está amenazando ni más ni menos que con la excomunión, como si
nos encontrásemos en la Edad Media, lo que demuestra que esta anquilosada institución,
está fuera de lugar y de tiempo, pero que sigue ejerciendo una innegable
influencia en el electorado más a la derecha.
Todo esto supone una discriminación más, a la par que
una agresión inaceptable, hacia una mujer que continúa siendo marginada en una sociedad donde parece que tan
sólo en la Administración Pública puede optar a un cargo de cierto nivel,
obtenido a base de un extraordinario esfuerzo demostrado posiblemente en unas
oposiciones, donde no suele caber trampa alguna – con los reparos que puedan
corresponder – para llevar a cabo una función generalmente administrativa o de
cargo político ocupando puestos, como por ejemplo en las consejerías de las
comunidades autónomas, ayuntamientos y poco más.
Sorprende que a estas alturas, tan pocas mujeres
ostenten cargos políticos de alto nivel, salvo la presidencia de alguna
Comunidad – véase la composición del consejo de ministros – y no digamos de la
presidencia del País, al que jamás han llegado y para el que no hay
perspectivas de futuro que puedan cambiar esta incalificable tendencia de negar
a la mujer los puestos de más alto nivel y responsabilidad, que tampoco se
prodigan excesivamente en otros países de nuestro entorno. Tampoco la empresa
privada se caracteriza por tener en sus más altos puestos a mujeres que
ostenten altas responsabilidades.
La sociedad en
su conjunto es la culpable de ello. Por eso tiene la obligación de reclamar
para ella el puesto que le corresponde. Porque la mujer no sólo lo vale, sino
que le corresponde por derecho propio.
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