Las modernas tecnologías han
supuesto un inmenso avance en todos los órdenes, sobre todo en cuanto a
comunicación, relación e interacción personal y grupal se refiere,
facilitándonos enormemente tareas que antes resultaban, si no imposibles, sí al
menos de una extrema dificultad, tales como la posibilidad inmediata de
trasladar texto, voz e imágenes desde el mismo lugar donde los hechos se
suceden, o almacenar dicha información para transmitirla después a una persona
o a un colectivo, al tiempo que podemos establecer una comunicación interactiva
inmediata, vía voz e imagen simultáneamente, lo cual ha conseguido transformar
nuestra sociedad hasta extremos absolutamente impensables hace apenas una
década.
Todo esto ha promovido una auténtica
revolución en nuestros hábitos y costumbres, sin lugar a dudas de una forma
positiva, al tiempo que ha logrado trastocarlos también, merced a un incorrecto
uso de estos medios, que como todo avance técnico, presentan una doble cara,
determinada siempre por la sabia o la errónea utilización de los mismos, lo
cual nos conduce a considerar que es preciso analizar con detenimiento, si
estamos favoreciendo o perjudicando aspectos vitales de nuestra vida y entorno,
que hasta ahora considerábamos inamovibles.
Leo con una mal disimulada
sorpresa, que en una ciudad han habilitado un carril exclusivamente dedicado
para quienes son incapaces de levantar la vista del móvil - y de sus múltiples
derivados y versiones varias – mientras se desplazan por las calles de la
ciudad, cuyas aceras se ven incapaces de albergar y conducir los pasos imprecisos,
diletantes y dubitativos, capaces de provocar conflictos peatonales, con
quienes procuran medir sus pasos, mirando por dónde los dirigen, con el objeto
de no molestar al resto del personal, con el que necesariamente han de cruzarse
en su camino, algo que estos ciudadanos pegados a un móvil, con la cabeza
inclinada hacia delante, pegada su nariz a una pantalla de cinco pulgadas, son
incapaces de tener en cuenta, lo que los conduce irremediablemente a
desagradables encontronazos, que pueden llevar a constituir un peligro para
ellos mismos, y no digamos a los demás, a la hora de cruzar una calle, mucho
más aún si carece de semáforo.
En dichas imágenes, se los ve
dentro de los límites de la privada senda creada expresamente para ellos, cómo
milagrosamente se cruzan sin apenas tocarse, absortos por completo en sus
móviles, tecleando como posesos. Uno se pregunta con frecuencia, qué es lo que
miran con semejante fruición en la dichosa pantallita, a la par que con
auténtico y delirante frenesí, pulsan unas invisibles teclas, minúsculas en
extremo, pero que manejan con una perfección admirable, eso sí, con apenas dos
dedos, y sin apenas levantar la vista del artilugio que tan absortos y
ensimismados los tiene. Diríase que están secuestrados, enajenados y siempre
cautivados, hasta el extremo de perder la noción del tiempo y no sé si también
del espacio, por lo que se llega a poner en cuestión, si conseguirán llegar con
exactitud y precisión, allá dónde se dirigen.
Dudo mucho, que el
encantamiento y la abstracción que los domina, los dirijan con frecuencia a
manejar una de las muchas aplicaciones que las nuevas tecnologías nos han
deparado – confieso que yo también me dejo enajenar de vez en cuando por la
magia de estos aparatos – como es la de los libros electrónicos. Son capaces de
albergar centenares de obras completas, que pueden leerse en estos equipos con
suma facilidad, ideales para utilizarlos mientras nos desplazamos en los medios
de transporte o en largas esperas o tiempos de relajación y descanso, pero que
no son tan útiles a la hora de llevar a cabo su lectura mientras nos
desplazamos andando, algo harto difícil y complicado siempre, y que no creo en
cualquier caso, sea lo que estos ensimismados ciudadanos tengan ante sus ojos,
ni mientras se desplazan por las procelosas aceras de nuestras concurridas
calles, ni tampoco en el autobús, el metro o el descaso relajante en el que se
puedan encontrar.
Merecería la pena que los jóvenes
utilizasen con frecuencia esta posibilidad que nos brindan estas tecnologías, y
nos daríamos por satisfechos de su masivo empleo, si en su empeño en el uso de
los mismos, considerasen al menos parcialmente, dedicarle un tiempo a la
lectura de los libros electrónicos, algo que estos medios les permiten y les
proporcionan con una suma y gratificante facilidad, lo cual justificaría total
y afortunadamente la dedicación que los más jóvenes suelen dedicar a estos medios
tecnológicos, pues constituiría un aceptable y rentable valor añadido digno de tener
en cuenta.
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