No parecen querer entender los
componente de Podemos, metidos en faena como están, que la política era otra
cosa distinta a lo que ellos creían, a sus algarabías y jolgorios mitineros, a
sus cánticos y proclamas de la década de los setenta, cuando entonaban
enfervorizados, a la par que despistados, y abrazados para dar una imagen de suprema y
arrebatadora unidad, las canciones de Lluis Llach y compañía, que muchos
entonamos hace ya más de cuarenta años.
Comenzaron arrolladores e
incrédulos, ante unos resultados electorales que en poco más de dos años les
han llevado a sentar en el Hemiciclo y en no pocos consistorios, a una
considerable cifra de diputados, senadores y alcaldes, en una arrolladora
acción perfectamente diseñada y pergeñada en los medios de comunicación y en
las redes sociales, que manejan a la perfección, consiguiendo un colosal eco,
que les ha llevado a convertirse en una fuerza política tan importante como
para destrozar el status quo existente hasta entonces, conocido por
bipartidismo.
Con una juventud impetuosa y
rebelde, y unas irrefrenables ganas de sobresalir y de constar en el panorama
nacional, en poco tiempo destacaron con su ardoroso y populista mensaje, que
consiguió más pronto que tarde llegar a los jóvenes sobre todo, pero también a
cierto personal maduro, hartos de la corrupción política, del derroche
generalizado y de la ineptitud campante entre la clase política.
Sobradamente preparados en el
terreno académico, con una innegable capacidad para congregar multitudes, con
un encantador y romántico halo de luchadores dispuestos a echar a los ladrones
para entregar sus pertenencias a los más necesitados, a modo de modernos Robin
Hood del siglo XXI, salieron de las aulas de la universidad para comerse el mundo,
algo que consiguieron con una sorprendente rapidez, merced a su poder de
convocatoria, a su ardorosa y vibrante verbo, y de una envidiable capacidad
para contactar con la gente más joven a través de las modernas tecnologías.
Se movieron con una inusitada, brillante
y eficaz capacidad de acción por cuantas tertulias y debates se daban en
nuestro panorama audiovisual, siempre con sus mejores y más lúcidos
representantes, enfrentados permanentemente con los integrantes situados más a
su derecha, consiguiendo sacarles los colores mediante la denuncia y el acoso
verbal, logrando con ello la aquiescencia de multitud de escuchantes y
televidentes descontentos, que quedaron desde entonces indisolublemente unidos
a su causa, en espera de la llegada de las próximas elecciones, dispuestos a
depositar en la urna el voto a este nuevo partido.
Sin apenas rodaje previo ni
preparación alguna, se lanzaron a la conquista de los votos, con una maquinaria
apenas engrasada y preparada para semejante aventura, que debería haberse
quejado y chirriado ante tanto y tan desbocado empuje, logrando unos resultados
que dejaron desconcertados a propios y extraños, fruto de una desbordante
campaña plena de un rupturista discurso populista que caló hondo en el
descontento generalizado de un País harto de tanta corruptela.
La desesperanza y el desánimo
que campaba por sus respetos en una sociedad desencantada con la política y sus
políticos, dejaron paso a una confiada esperanza en los nuevos y jóvenes
valores que lanzaban sus proclamas sin el menor pudor, y con un aire confiado y
seguro que llegó al corazón de un importante sector de la sociedad española que
no dudó en otorgarles su voto de
confianza.
Entraron en las instituciones adoptando
distintas denominaciones, formando una alianza con Izquierda Unida, que no
parece haber beneficiado más que a ésta última, y trataron de comerse el mundo
hasta el extremo de que su líder, con un discurso impetuoso y agresivo, se atrevió a adelantar un posible gobierno con
él de presidente y el líder de los socialistas como vicepresidente, que no
tardó en rechazar tan semejante y atrevida apuesta.
Con este estado de cosas, y
dado el hecho de que no se consiguió un acuerdo de izquierdas, se convocaron
nuevas elecciones, que no depararon sino un rotundo fracaso para unos y otros,
hasta el extremo de que Podemos perdió un millón de votantes, lo que les
confundió de tal manera, que desde entonces las peleas internas por el control
del partido, no han encontrado freno entre los dos bandos dirigidos por sus dos
máximos representantes.
Y hasta hoy, en que una carta
de una militante de setenta y seis años, ha hecho reflexionar a Pablo Iglesias,
hasta el extremo de pedir perdón a los militantes. “Perdonadme, sé que os
estamos avergonzando”, fue la respuesta que emitió, pidiendo de paso a los
portavoces del partido, que se contengan y dejen de airear sus conflictos
internos en los medios de comunicación.
Pero todo parece indicar, que
el brillante y protector aura que envolvía al número uno de Podemos, le ha
abandonado definitivamente, no quedándole más remedio que compartir su
liderazgo o incluso cederlo, algo que en cualquier caso debieran entender como
un proceso lógico, normal y democrático, que sin duda les facilitará su
consolidación como auténtico partido político de hecho, que no de derecho, que
es algo que ya lograron en su momento con todos los pronunciamientos.
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