Hubo un tiempo en que en la enseñanza oficial, mentes
deficitarias, instaladas cómodamente en las confortables e inamovibles
poltronas de su despachito oficial, tuvieron la genial idea de eliminar de los
libros de texto, la negativa y antigua costumbre de utilizarlos para estudiar, resumir,
comparar, para relacionar, para penetrar en los conocimientos que cada uno de
ellos pretendía hacer llegar a los sufridos estudiantes, que se veían obligados
necesariamente a memorizar nombres fechas, lugares, acontecimientos y sucesos
de toda índole, si querían superar los oportunos exámenes a los que habrían de
enfrentarse.
En
definitiva, estas preclaras mentes impusieron eliminar la memorística de los
planes de estudio, pues lo consideraban un atraso absoluto en todos los
órdenes, que a la larga supondría un negativo efecto en la formación de los
estudiantes, que se vieron ante unos libros que no eran de texto, sino de
consulta, con lo que el estudio desapareció de sus atribuladas vidas, facilitándoles
una llamadas fichas de trabajo, dónde se limitaban a copiar la respuesta en las
mismas, en una acción semejante al copia y pega de la actualidad.
Todo ello,
con la consiguiente y elemental conclusión de que no se enteraban de nada, pues
a los diez minutos se habían olvidado de todo, gracias a la genial idea de
quienes programaban desde sus despachos, alejados de las aulas, donde los sufridos
maestros se desesperaban ante tan monumental y desabrida barbaridad pedagógica,
contra la que en algunos centros comenzamos a rebelarnos ante tamaña
barbaridad, que habría dado lugar a una generación sin conocimientos, sin
memoria, y sin la mínima capacidad para conocer, situar y relacionar.
De esta
manera, y centrándonos en algunos grandes poetas, complicado tendrían conocer
pongo por ejemplo, que en 1916 Antonio Machado conoce a Federico García Lorca
que estaba de viaje de Estudios en Baeza, dónde al año siguiente vuelven a
verse, y ambos participan en un concierto que se celebra en el casino dónde Machado
leyó un fragmento de La Tierra de Alvargonzález, obra que sería representada por
Lorca con La Barraca años después, mientras Federico interpreta al piano La
Vida Breve, de quién fue su íntimo y buen amigo, el compositor Manuel de Falla
Que en 1931, Miguel
Hernández desde Orihuela escribe a Juan Ramón Jiménez una carta, en la que le
suplica si puede recibirle, pues tiene escritos un millar de versos, que
quisiera que los leyese, a él, poeta humilde que ha leído cincuenta veces la
segunda antología de Juan Ramón.
Ignorarían
que en 1933, con ocasión del estreno de Bodas de Sangre, Antonio Machado
escribió al poeta: “querido y admirado poeta, hasta la noche de ayer, no pude
ver su magnífica obra, que hoy por fin he podido disfrutar, uní mi aplauso al
de un público tan numeroso como entusiasta, bravo y a otra”.
Siguiendo en
esta línea, cómo iban a saber, que en 1937 Vicente Aleixandre escribe una
“semblanza íntima de Federico García Lorca”, que comienza así: “la he escrito como le vi y
le amé, como creo que él se reconocería, ya que la imagen que de él doy, le gustaría, y
recordar que a Federico se le ha comparado con un niño, con un ángel, con un
agua, con una roca, cuando en sus más tremendos momentos era impetuoso,
clamoroso, mágico como una selva, tierno como una concha de la playa, inocente
en su tremenda risa morena, como un árbol furioso, ardiente en sus deseos como
un ser nacido para la libertad”.
No podrían
saber, que en 1927, el recién elegido para la Real Academia de la Lengua,
Antonio Machado, aunque no llegó a tomar posesión, en gran medida por su
desinterés, escribió a Miguel de Unamuno: “Dios da pañuelo a quién no tiene
narices”.
Es obligado
saber, que en 1936, cuando Machado tiene conocimiento del asesinato de su
querido y admirado Federico García Lorca, escribe el hondo poema “el crimen fue
en Granada”, que termina con estos versos: “labrad amigos / de piedra y sueño /
en la Alhambra / un túmulo al poeta / sobre una fuente / dónde llore el agua /
y eternamente diga / el crimen fue en Granada / en su Granada”.
Ignorarían,
sin duda, que en 1902, Machado conoce en París, dónde estaba con su amada
Leonor, a Rubén Darío, maestro del Modernismo, que influyó en la poesía de
Machado, sobre todo en sus “Soledades”, aunque alejado de los adornos y exotismos
de dicho movimiento literario.
Imprescindible
conocer la relación de Lorca y Miguel Hernández, que se conocieron por primera
vez en 1933, en Murcia, dónde Federico está con La Barraca. Miguel tiene veintidós
años, y Federico treinta y cuatro. Miguel recita algunos poemas que son
aplaudidos con fervor por Federico, a quién más tarde escribió cuatro cartas,
respondiendo solamente a una de ellas, Miguel se lo reprocha, y Federico le
responde: “no te he olvidado, pero vivo mucho, y la pluma de las cartas se me va
de las manos, me acuerdo mucho de ti, porque sé que sufres con esas gentes puercas
que te rodean, y me apena ver tu fuerza vital y luminosa encerrada en el corral
y dándose topetazos por las paredes”.
Por último, aunque aún faltan muchos poetas por relacionar, y para seguir dando ejemplo de la siempre necesaria memoria, y por citar a uno de ellos que no fuera natural de nuestro País, en 1933, Lorca y Pablo Neruda, se conocieron en la representación de Bodas de Sangre en Buenos Aires, dónde disfrutaron de una amistad breve pero intensa y festiva, lo recordaba como “ese Federico que le hacía reír, y que nos enlutó a todos por un siglo”.
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