martes, 5 de octubre de 2021

EL LENGUAJE DEL PLANETA

Nada es inmutable, todo cambia en este mundo, en esta vida que nos ha tocado llevar a cabo, en un planeta que sigue esta norma al pie de la letra, vivo y cambiante sin ambages, algo que demuestra cada día, y que acostumbra a recordarnos de vez en cuando, que suele hacernos ver lo pequeños que somos, lo despreciables que parecemos a su lado, minúsculos e insignificantes hasta el extremo de permitirse el lujo de mostrase impasible, ajeno a cuanto nos acontece, como si nada tuviera que ver con él, dejándonos hacer, hasta que la paciencia se le agota, y nos recuerda cual es nuestro lugar en el universo que nos envuelve.

Y mientras tanto, no cejamos en la estúpida soberbia que nos caracteriza, que suele dominarnos, y que nos conduce a cometer continuos errores que nos colocan en una delicada situación, que somos incapaces de reconocer, lo que nos supone caer de nuevo una y otra vez, como si no fuéramos conscientes de lo grotescamente ridículos que nos mostramos ante un cúmulo de situaciones que deberían hacer sonrojarnos con demasiada y vergonzante frecuencia.

Un planeta con cuatro mil quinientos millones de años, que ha ido evolucionando desde sus orígenes hasta ahora, que ha sobrevivido a todas las pruebas a las que se le ha sometido en un universo a su vez cambiante, que lo alberga en una de sus galaxias, rodeado de otros planetas, de su satélite, y del astro rey, el Sol, autor del surgimiento y desarrollo de la vida en la Tierra, que surgió hace millones de años, y que se ha ido abriendo camino sin interrupción, hasta la aparición del ser humano, momento en el que entró en competencia directa con el resto de los seres vivos.

Y lo hizo limitando su existencia al ocupar progresivamente su espacio, y exterminando especies animales y vegetales sin cesar, contaminando los ecosistemas que habitan, sin cesar, sin contemplaciones, en una espantosa ceremonia de la degradación más brutal, que deja en un triste y penoso lugar a la especie humana, que se ha convertido en un depravado y devastador depredador de la vida en un planeta que contempló su llegada millones de años después de los animales y vegetales que ya estaban aquí cuando surgió el ser humano.

Y todo se fue al traste, la vida se resintió, y ya nada fue igual, mientras, el hermoso lugar destinado quizás sólo para la vida vegetal, los animales y el agua, se resintió en extremo, contemplando impertérrito cómo unos seres supuestamente inteligentes, denigraban y maltrataban su faz, contaminando su aire, sus mares y océanos, destrozando, deformando y desfigurando su pétreo, limpio y verde rostro, con carreteras y autopistas, con cemento y rascacielos, con residuos industriales y con combustibles  que envenenan el aire, haciéndolo irrespirable.

Mientras tanto, se empeña en construir ruidosas y contaminantes máquinas, por tierra, mar y aire, cuyos terribles efectos, el planea sufre en silencio, hasta que dice basta, en su portentoso y elocuente lenguaje, despertando al hombre de su absurdo sueño, que le recuerda su locura, y le insta a rectificar, a cambiar el rumbo de una nave a la deriva, que apenas tiene tiempo de maniobrar para sobrevivir en medio de la tormenta que se ha desatado por la ausencia de una necesaria humildad, que se ha transformado en una estúpida, ridícula y fatal soberbia, que le está conduciendo al desastre, si no cambia su agresiva y voraz labor destructiva, arrasando el planeta a pasos agigantados, y lo hace de una forma inmediata, que no admite retraso alguno, ni duda de ningún tipo, que convierta el proceso en irreversible.

Algo de lo que nuestro hermosa y herida Tierra está avisándonos con gestos cada vez más claros y alarmantes, de formas muy diversas, que no dejan lugar para la duda, para aquel que es capaz de interpretar el lenguaje que utiliza para comunicarse con sus belicosos y destructivos viajeros, a través de catástrofes de diverso origen, que causan miedo y perplejidad, pero que no parecen reconocer como señales inequívocas del sufrimiento de un planeta maltratado, que nos avisa mediante un claro y rotundo lenguaje acerca del dolor que le causamos, y que somos incapaces de reconocer y menos aún de rectificar, para lo que cada vez nos queda menos tiempo.

No hay comentarios: