Nada es inmutable, todo cambia en este mundo, en esta vida
que nos ha tocado llevar a cabo, en un planeta que sigue esta norma al pie de
la letra, vivo y cambiante sin ambages, algo que demuestra cada día, y que
acostumbra a recordarnos de vez en cuando, que suele hacernos ver lo pequeños
que somos, lo despreciables que parecemos a su lado, minúsculos e
insignificantes hasta el extremo de permitirse el lujo de mostrase impasible, ajeno
a cuanto nos acontece, como si nada tuviera que ver con él, dejándonos hacer,
hasta que la paciencia se le agota, y nos recuerda cual es nuestro lugar en el universo
que nos envuelve.
Y mientras
tanto, no cejamos en la estúpida soberbia que nos caracteriza, que suele
dominarnos, y que nos conduce a cometer continuos errores que nos colocan en
una delicada situación, que somos incapaces de reconocer, lo que nos supone
caer de nuevo una y otra vez, como si no fuéramos conscientes de lo grotescamente
ridículos que nos mostramos ante un cúmulo de situaciones que deberían hacer
sonrojarnos con demasiada y vergonzante frecuencia.
Un planeta
con cuatro mil quinientos millones de años, que ha ido evolucionando desde sus
orígenes hasta ahora, que ha sobrevivido a todas las pruebas a las que se le ha
sometido en un universo a su vez cambiante, que lo alberga en una de sus
galaxias, rodeado de otros planetas, de su satélite, y del astro rey, el Sol, autor
del surgimiento y desarrollo de la vida en la Tierra, que surgió hace millones
de años, y que se ha ido abriendo camino sin interrupción, hasta la aparición
del ser humano, momento en el que entró en competencia directa con el resto de los
seres vivos.
Y lo hizo
limitando su existencia al ocupar progresivamente su espacio, y exterminando
especies animales y vegetales sin cesar, contaminando los ecosistemas que
habitan, sin cesar, sin contemplaciones, en una espantosa ceremonia de la
degradación más brutal, que deja en un triste y penoso lugar a la especie
humana, que se ha convertido en un depravado y devastador depredador de la vida
en un planeta que contempló su llegada millones de años después de los animales
y vegetales que ya estaban aquí cuando surgió el ser humano.
Y todo se
fue al traste, la vida se resintió, y ya nada fue igual, mientras, el hermoso
lugar destinado quizás sólo para la vida vegetal, los animales y el agua, se
resintió en extremo, contemplando impertérrito cómo unos seres supuestamente
inteligentes, denigraban y maltrataban su faz, contaminando su aire, sus mares
y océanos, destrozando, deformando y desfigurando su pétreo, limpio y verde rostro,
con carreteras y autopistas, con cemento y rascacielos, con residuos industriales
y con combustibles que envenenan el aire,
haciéndolo irrespirable.
Mientras
tanto, se empeña en construir ruidosas y contaminantes máquinas, por tierra,
mar y aire, cuyos terribles efectos, el planea sufre en silencio, hasta que
dice basta, en su portentoso y elocuente lenguaje, despertando al hombre de su absurdo
sueño, que le recuerda su locura, y le insta a rectificar, a cambiar el rumbo
de una nave a la deriva, que apenas tiene tiempo de maniobrar para sobrevivir
en medio de la tormenta que se ha desatado por la ausencia de una necesaria
humildad, que se ha transformado en una estúpida, ridícula y fatal soberbia,
que le está conduciendo al desastre, si no cambia su agresiva y voraz labor
destructiva, arrasando el planeta a pasos agigantados, y lo hace de una forma
inmediata, que no admite retraso alguno, ni duda de ningún tipo, que convierta
el proceso en irreversible.
Algo de lo
que nuestro hermosa y herida Tierra está avisándonos con gestos cada vez más
claros y alarmantes, de formas muy diversas, que no dejan lugar para la duda,
para aquel que es capaz de interpretar el lenguaje que utiliza para comunicarse
con sus belicosos y destructivos viajeros, a través de catástrofes de diverso
origen, que causan miedo y perplejidad, pero que no parecen reconocer como señales
inequívocas del sufrimiento de un planeta maltratado, que nos avisa mediante un
claro y rotundo lenguaje acerca del dolor que le causamos, y que somos
incapaces de reconocer y menos aún de rectificar, para lo que cada vez nos
queda menos tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario