Siglos después de la Revolución Francesa, que pese a todos
los excesos, errores y horrores cometidos, supuso un definitivo comienzo a la
hora de lograr dar un paso adelante en la liberación de las ataduras impuestas
por los absolutismos imperantes hasta entonces, los seres humanos, a falta de
compararnos con otras civilizaciones allende nuestras fronteras cósmicas, en
este desconocido y vasto universo en el que nos hallamos prisioneros de nuestra
absoluta y obligada soledad, seguimos planteándonos la persistente duda
existencial, entre otras, acerca de la libertad a la que creemos nos hicimos
acreedores desde el principio de los tiempos, y de la que seguimos
interrogándonos si su disfrute aún nos pertenece, si es sólo una ilusión, o si
en realidad, nunca llegamos a cabalgar sobre sus blancas y frágiles alas.
Quizás sólo
se trata de un sueño, de una falsa sensación de una realidad inexistente, imaginada,
arduamente deseada, y por lo tanto más difícil de reconocerla cuando se hace
presente, y mucho más de disfrutarla cuando
la reconocemos como propia, como algo inseparable ya de nuestras vidas,
algo que nada ni nadie nos podría quitar, y que nos mantiene en una continua y
pertinaz vigilancia que nos somete a duras y constantes pruebas de supremo
esfuerzo para defender tan preciado valor, que no cambiaríamos por nada, salvo por
nuestra propia existencia, que sería la única excusa para renunciar a una
libertad, que sacrificaríamos quizás, a la espera de poder recobrarla, sin la
cual, la vida pierde su sentido, pero siempre con la esperanza de retornar en
el futuro a gozar de su amable, sutil y delicado abrazo.
A lo largo de
la historia, la libertad no sólo no ha sido un valor reconocido, deseado, lamentablemente
ausente, sino que no existía conciencia alguna del derecho que asistía a los ciudadanos
en su inalienable reconocimiento, anulado por completo por los poderes
absolutos que dirigían sus vidas, ora los terrenales, que explotaban su fuerza
de trabajo, ora los sobrenaturales, que pretendían dirigir y manipular sus vidas para alcanzar la que denominaban
vida eterna, que no era sino una insidiosa manipulación a cargo de los que se
erigían en representantes de Dios en la Tierra, que según ellos salvarían sus
almas, a costa de obnubilar sus mentes, inculcándolos el miedo, y el temor que
anulaba toda posibilidad de conocimiento, y por tanto de soñar siquiera con una
inalcanzable y lejana libertad.
No será hasta
un muy avanzado el Renacimiento, que una pequeña parte de la ciudadanía, con un
difícil y rudimentario acceso a unos mínimos y rudimentarios conocimientos, que
le permitieran vislumbrar la esperanza de desligarse de las ataduras que le
permitirían albergar la posibilidad de deshacerse de las vendas físicas y
morales que le habían impedido ver y pensar libremente, contemplando el mundo
de otra forma, que le permitía explicárselo de una manera radicalmente distinta
a como hasta entonces lo había concebido, descubriendo y explicando cuanto le
había sido vedado por quienes se habían ocupado de negarle una nueva e
ilusionante visión de cuanto le rodeaba, ante la cual abrió poderosamente su ojos
y su mente, que con el tiempo le conducirían a sentirse un hombre nuevo y
gozosamente distinto, autor y propietario de su existencia.
Pero el
camino para lograrlo, apenas comenzaba a perfilar su largo y complejo trazado
que se vería pleno de obstáculos de todo signo, tanto materiales como
inmateriales, que sería necesario eliminar, labor ardua, lenta y dolorosa que duraría
siglos, durante los cuales, los progresos fueron lentos y complicados, con
avances y retrocesos continuos, que costaron sangre, sudor y lágrimas, pero que
encendieron la mecha que ya no se apagaría jamás, mientras el conocimiento iba llegando
a las masas como un soplo de aire fresco que liberó a un hombre nuevo de sus
ataduras, que le indujo a luchar contra los tiranos y las tiranías que le
mantenían atado a sus oprobioso dictados, al tiempo que descubría a quienes les
tenían sumidos en el miedo y el temor a la condenación eterna, una iglesia que
seguía ostentando un enorme poder sobre las mentes y las vidas del pueblo llano
y trabajador, al que desde los púlpitos, amenazaban con la condenación eterna,
a la que decían, se habían hecho acreedores por sus numerosos pecados.
Vivimos
tiempos convulsos en cuanto al ejercicio de la libertad se refiere, no siendo preciso
mirar muy lejos de nuestra casa, para hallar ejemplos claros en pequeños y en
grandes países, donde este elemental derecho está conculcado en todas sus
vertientes y manifestaciones posibles, con gobiernos déspotas, que no permiten
que los ciudadanos elijan a sus gobernantes, con lo que la posibilidad de
ejercer las libertades civiles se convierte en una quimera, que de una forma tiránica
se ejecuta sin posibilidad alguna de que los ciudadanos puedan intervenir en la
decisión fundamental de elegir a sus gobernantes, al no existir una democracia
que garantice el derecho elemental al voto, como sí disfrutamos en los países
dónde este derecho está recogido en una Constitución que así lo contempla.
No obstante, esto no es garantía absoluta de que determinados derechos puedan ser conculcados, anulados y prescritos, en determinados momentos históricos como los que estamos viviendo en estos dos últimos años, que aunque temporalmente, han sido llevados a cabo de una forma radicalmente severa, que aunque a posteriori la Ley Suprema declaró como inconstitucional, han supuesto una seria llamada a las conciencias libres, como un toque de alerta ante un peligro siempre latente, incluso en nuestras supuestamente afianzadas democracias, en el sentido de que la fragilidad de la libertad está siempre latente, y que la vigilancia y la defensa de la misma, nos compete a todos los ciudadanos que amamos la libertad como valor supremo de la civilización humana.
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