Si un día los pájaros dejaran de trinar, si las aguas del mar
silenciaran su rítmico son, si el viento se olvidara de susurrar, si las guitarras
perdieran sus cuerdas, si los instrumentos musicales se apagaran para siempre,
si los cantos de los cantores enmudecieran, si la lluvia olvidase su aterciopelada
melodía, si la tormenta se deshiciera de sus poderosos bramidos, si los múltiples
arpegios de la selva desaparecieran como por encanto, si los acordes del
silencio fueran los únicos que pudiéramos escuchar, si la tristeza y la soledad sonora se instalasen para siempre, algo habría muerto en este desdichado mundo, que lo haría inhabitable, inhóspito y sumamente triste e imposible
de soportar.
La música nos
alegra la vida, la hace agradecida y amable cuando todo parece carecer de
sentido, cuando la desesperanza nos atrapa, cuando la tristeza y la melancolía
nos invade, sus armoniosos sones consiguen que el espíritu se eleve a alturas
dónde ya no pensábamos llegar, hundidos en el hastío, la apatía y el aburrimiento,
remontando el vuelo al escuchar una melodía apacible y placentera para el goce
de los sentidos, una canción, un himno, una sinfonía, que nos eleva el estado
de ánimo, nos emociona y nos llena de un fervor sublime, que nos ilusiona
poderosamente, nos alegra la vida, y nos llena de una ilusionada y renovada
esperanza, que nos llena de felicidad.
Es la música uno
de los grandes logros de la humanidad, que sin ella, sería insoportablemente
tediosa y tristemente aburrida, hasta el extremo de lograr que fuera
inconcebible su ausencia, imposible su carencia y detestable la existencia de
quienes tuvieran que coexistir con un silencio musical que haría de la vida diaria
un sufrido y triste peregrinar por un mundo sin sonidos dulces, susurrantes, y armoniosamente
agradables para unos sentidos sin vida, que no escucharían sino los vulgares,
disonantes y desagradables ruidos de la vida cotidiana, que la harían insufrible
e intolerablemente carente de una necesaria y feliz alegría de vivir.
La música nos
hace más humanos, más sensibles, más libres y con más capacidad para sentirnos
unidos en una conciencia universal, que nos transforma la mente y el espíritu,
nos emociona, nos conmueve, y nos transporta a
estados de ánimo que nos aleja de la vida rutinaria y vulgar que nos
depara nuestra diaria existencia, nos aleja de la insolidaria y cómoda actitud
individualista, y nos acerca a la naturaleza y al deleite del equilibrio y la
sensibilidad que el ser humano representa como tal.
Nada como la
música para unir a los pueblos y a las gentes con su lenguaje universal, que no
conoce límites, razas ni fronteras de ninguna índole, que no sabe ni busca
discriminar a quienes sólo desean disfrutar con su rítmico y melodioso cantar,
huyendo de las pretenciosas, altisonantes y enfervorizadas composiciones
musicales, que con pompa exacerbada y un triunfalismo rechazable, arengan a los
ciudadanos con oscuras y siniestras intenciones, que se alejan de la música
como lo que es, un instrumento capaz de emocionar y conmover profundamente al
ser humano, que nos permite disfrutar del momento y nos permite trasladarnos a
través de la memoria, hacia lugares, personas y acontecimientos pasados, que
hacen de la música un almacén de recuerdos permanentes e inolvidables en el
tiempo.
La música
siempre logrará imponer su dulce y melodiosa voz por encima del siniestro y
violento tronar de los cañones que imponen y arruinan la voz de los hombres cuando
elevan al viento sus canciones, porque la música permanece en el ideario común
de las gentes que la aman, en su espíritu y en su mente, en las partituras y en
los documentos, libros y registros grabados que perpetuarán sus dulces y
armoniosos sones para siempre, para el disfrute de sus sentidos, de su
espíritu, y de su sensibilidad, porque la música nos hace más humanos, en el
más amplio sentido de esta palabra, que nos define como seres libres y
pensantes, capaces de disfrutar de esa maravillosa capacidad que poseemos para
emocionarnos y conmovernos ante la contemplación y el disfrute de la belleza.
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