Solemos los humanos retroceder en el tiempo, a veces solamente
un pequeño espacio, que nos sitúa a escasos minutos, horas, o tramos más largos
que los cotidianos días que nos empeñamos en repetir, uno tras otro, siempre
sumando, siempre hacia delante, como la flecha del tiempo que nos impide volver
atrás con su imperioso y rectilíneo gesto, indicándonos la única dirección
posible, la única viable, pese a los delirios de añoranza de quienes soñaron la
máquina del tiempo que nos llevaría a lugares remotos en el pasado, con el fin
de frenar la loca e inevitable carrera que nos conduce inevitablemente hacia el
final de nuestra existencia.
Una suma de
días que con el paso del omnipresente tiempo, se transformarán en los cíclicos
y repetitivos años, con la salvedad de experimentar unos avances que no son
tales, ya que aunque se materialicen en experiencias diversas de todo orden,
positivas quizás, que no todas, no lograrán que nuestro deterioro como humanos
que somos, vaya acumulándose a medida que sumamos esos periodos de tiempo tan seguros,
tan lejanos, tan temidos por quienes no quisieran crecer tan rápido, tan
fugazmente vividos, tan a la vista de todos los que nos observan y contemplan
nuestro progresivo deterioro.
Vamos
quemando etapas a velocidad de vértigo, pese a que al principio no se considere
así, no se conciba el paso del tiempo, como si no existiera su continuo e
ininterrumpido caminar, hasta que llegado un momento, de improviso, como por
encanto, que somos conscientes de que existe ese pasado que hemos ido obviando,
y que no podremos recuperar jamás, convirtiéndonos a partir de ese momento en conductores
precavidos y cautos que intentaremos frenar una alocada marcha que nos permita
doblegar su paso, a un ritmo más lento y con pasos más firmes y seguros, con el
fin de retrasar nuestra llegada a una meta, cuya ubicación desconocemos.
Y es a partir
de entonces, cuando nuestros viajes al pasado se tornan más frecuentes, más
lejanos, llegando incluso más allá de nuestros orígenes, de nuestra infancia, cuyos
recuerdos serían los primeros en evocar con una lejana nostalgia que sin duda
nos invadirá, y así, viajando en el tiempo, siempre en sentido inverso a su
marcha, surcaremos sus insondables y desconocidos senderos,tratando de llegar
hasta los confines del camino, hasta donde nuestra memoria alcance, para
encontrar a nuestros ancestros más lejanos, hasta el origen e infancia de
nuestros padres, y forzando nuestra mente, llegaremos a nuestros abuelos, y más
allá si nos es posible, hasta los confines de los recuerdos alojados en nuestra
memoria.
Todo ello, para
llegar a la conclusión de que lo andado, lo sumado, lo vivido en definitiva, no
es sino un ligero y sutil soplo en el viento del tiempo comprimido en unos
años, que nuestra conciencia y nuestra memoria mantienen retenido en nuestra
mente, de lo que de ninguna manera desea deshacerse, para evitar que el tiempo
lo consuma y lo reduzca a una nada, que negamos obstinadamente, y que por un
impulso elemental y vital, no queremos ni deseamos admitir, porque no soportamos
que el tiempo se consuma, y con ello, nuestros días en este proceloso mundo que
nos ha tocado vivir, al que nos aferramos con una obstinada y persistente
voluntad de seguir, de continuar, sin que el tiránico y brumoso tiempo,nos señale
el camino nos y conduzca hacia su meta final.
La
relatividad del tiempo nos permitiría, en circunstancias especiales, y por lo
tanto ideales, viajar en él, a través del espacio-tiempo, hasta llegar al
extremo de comprimirlo de tal forma, que su ralentización nos permitiría prolongar
la vida, sin que conozcamos las consecuencias que de ello se pudieran derivar,
aunque la ciencia admite su posibilidad, siempre en determinadas condiciones que
están aún a años luz de la tecnología humana, los mismos que necesitaría
alcanzar la imaginaria nave que debería lograr dicha velocidad, para detener el
vertiginoso e irrefrenable deterioro humano, que indefectiblemente, nos conduce
hacia el final del camino.
La física
cuántica, la que se dedica a estudiar lo más pequeño, lo más insignificante,
mínimo y elemental de la materia, afirma
que la realidad, tal como la percibimos, es una construcción de nuestra propia
mente, que se empeña en mostrarnos una realidad que no existe si no la observamos,
que no tiene sentido sin nuestros sentidos aplicados a la observación de lo que
llamamos realidad en la que creemos movernos, y cuya medición hace que tengamos
la impresión de existir.
Todo ello nos
conduce a interpretar de esta sutil manera, que dicha observación llevada a
cabo, consigue modificar la materialidad del mundo que observamos, haciendo que
el mismo emerja a través de lamedición de dicha realidad, lo que necesariamente
supone que la conciencia afecta a la materia, por lo que todas nuestras dudas y
problemas existenciales, podrían venirse abajo, así como cuantas preocupaciones
y divagaciones varias podamos albergar, ya que, en definitiva, y para suerte y
tranquilidad nuestra, la existencia, no es, sino un sueño hecho realidad.
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