Esa
maravilla azul, de dimensiones gigantescas, que ocupa el setenta por ciento de
nuestro hermoso planeta, venerado desde el principio de los tiempos por quienes
tuvieron la fortuna de contemplarlo en sus albores, cuando impoluto, bañaba las
solitarias costas y reinaba en solitario sobre la faz de la Tierra, cuando
barco alguno surcaba su límpido rostro y las solitarias playas en formación lucían
solitarias, mientras las olas lamían sus primeras arenas, sin nadie que las incomodarla,
sin más compañía que el sol, el viento y la luminosa Luna, como amables y celosos
guardianes de tan grandioso y sonoro espectáculo que disfrutaban sin
compartirlo con nada ni con nadie, en una amigable y amistosa unión que duraría
milenios, hasta que la aparición de los seres humanos, vino a trastocar, en
parte, tan gozosa, transparente y limpia convivencia.
El
soberbio espectáculo de la visión del Planeta cubierto en su inmensa mayoría
por agua, no tiene parangón alguno, algo que nos fascina, conmueve y emociona,
no solamente cuando lo contemplamos desde el espacio sino cuando sentados al
borde del mar, nos extasiamos ante su arrebatadora y portentosa capacidad de
atraernos poderosamente cuando prolongamos con la mirada su vasta extensión, su
apacible manto de líquido elemento, sin aparente final, sin apreciables límites
observables, principio y origen de la vida, que allí se abrió camino en el
principio de los tiempos, escenario de titánicas batallas por la supremacía en
el mar, de portentosas aventuras llevadas a cabo por los primeros descubridores
de las ignotas tierras aún por descubrir, y de trágicos naufragios que han
convertido a estos gigantescos espacios de agua, en memorable leyenda para los seres humanos, en
cuyas profundidades habita una soberbia e inmensamente variada vida marina.
Una
belleza que interiorizarnos profundamente, y que permanece en nuestra memoria
mientras nos encontramos lejos de esta maravilla a la que deseamos siempre
regresar, que forma parte de nuestro común ideario de ensoñaciones y recuerdos,
que imaginamos a veces en su pacífico, sutil, rítmico y sonoro movimiento de
las ondulantes y leves olas que lamen la playa, o en las bravas y formidables
tormentas que con desatada y asombrosa fuerza, azotan los acantilados en una impresionante
demostración del inmenso poder de este gigantesco señor del mar y los océanos
que clama por sus respetos ante los atónitos, admirados y respetuosos ojos de
quienes sabemos estamos a su merced, y a quien debemos cuánta vida surgió en
sus entrañas poderosas y amables.
La
impresionante visión del Planeta cubierto casi en su totalidad por agua, es un
soberbio espectáculo que no deja indiferente a nadie, incluso a los astronautas
que lo contemplan cada día desde la estación espacial Internacional, que, como
nadie, tienen el privilegio de disfrutar de semejantes vistas de la Tierra, envidia
de los que no despegamos de nuestro destino en la superficie, que no nos
permite gozar de esa posibilidad, aunque sí podamos acercarnos a la costa para
desde allí, contemplar cómo el mar parece juntarse con el cielo en el
horizonte, y visualizar con emocionado entusiasmo la curva que se dibuja, que
nos permite emular, aunque sea mínimamente, a los viajeros espaciales que ven
la esfera terrestre desde esa privilegiada posición que disfrutan.
No
sólo la vida depende de los océanos, sin los cuales sería imposible su
existencia, sino que el clima está absolutamente determinado por ellos, hasta
el extremo de configurar el tiempo, el régimen de lluvias, los vientos,
temperaturas y todas las consecuencias que de la existencia de estos fenómenos
meteorológicos se derivan, por lo que la presencia de los mares es totalmente
imprescindible para la supervivencia en este Planeta, algo que olvidamos con
excesiva frecuencia, dado el trato al que lo sometemos, con una absoluta y
total falta de delicadeza, previsión y, sobre todo, de una inteligencia que se
nos supone, pero que brilla por su ausencia hasta unos niveles temerarios que
debería preocuparnos infinitamente más de lo que demostramos cada día de
nuestras vidas, que dependen de los mares, sin los cuales, nuestra supervivencia carece de futuro
alguno.
Sin duda, en el universo debe haber lugar para una infinidad de planetas habitables, dónde el agua será el primordial elemento que, como aquí, la haga posible, y así imaginamos lugares situados a distancias inimaginables de nosotros, quizás con condiciones semejantes a las nuestras, quizás totalmente cubiertas de agua, de mares y océanos similares a los que aquí poseemos, dónde la vida se ha abierto ya camino o esté en proceso de conseguirlo, de llevarlo a cabo, como aquí sucedió, y que es algo que nos emociona y nos conmueve, en la esperanza de saber que no estamos solos, que más allá, en la inmensidad del espacio, en el titánico y sobrecogedor universo, mares y océanos como los que disfrutamos en la Tierra,y que dieron lugar a la vida, no sean exclusivos de nuestro mundo, sino que se encuentren presentes más allá, entre las lejanas y distantes estrellas.
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