Si la vida es frenesí, una ilusión, una sombra, una
ficción, como Calderón de la Barca magistralmente avanzó en su tiempo,
deberíamos preguntarnos qué importancia deberíamos conceder a esas dos contingencias
ordinarias y vulgares que ocupan nuestra mente y nuestro cuerpo durante gran
parte de nuestros días, deseando salir de una de ellas para entrar de lleno en
la otra, salir de pobres y llegar a ricos, así, en un instante, sin necesidad
de esfuerzo, exigencia, ni requisito alguno, como por arte de magia, ya que si
la vida es sueño, soñar podemos de balde, y nada nos ha de costar llegar a la
conclusión de que tanto vale una condición, como ha de valer la otra, ya que
como dijo el poeta, los sueños, sueños son.
Pero el
argumento no convence, no nos seduce en absoluto, por lo que obramos de otra
manera, intentando mejorar nuestra existencia, olvidando si la vida es sueño,
al margen de los que tanto despiertos como dormidos, solemos elucubrar,
intentando no dar nuestro brazo a torcer, y así rebelarnos contra la dictadura
de las lejanas ilusiones, ensoñaciones quizás, que a ningún lugar práctico nos
llevan, y que nos hacen mantener los pies firmemente asentados en la tierra que
pisamos, por mucho que ello nos frustre, nos decepcione y nos muestre la
realidad que vivimos, tan distinta y tan distante del lejano y desconocido
destino adónde pueden conducirnos los oníricos y sutiles sueños, tan añorados
como lejanos, tan vacuos como anhelados.
Poderoso
caballero el vil metal, que desde tiempos inmemoriales consigue movilizar al
más cauto, al más conservador y al menos ambicioso, bastando para ello el
reconocible sonar de las tentadoras monedas al chocar entre ellas, víctimas del
frenético movimiento de las manos al trasladarlas de mano en mano, calculando a
ojo de buen cubero la cantidad que desplazamos, suficiente para comenzar la
carrera hacia la riqueza que, a base de acumular día tras día, lograremos alcanzar
en un futuro más próximo que lejano, cuando al fin el arca se llene a rebosar,
y nuestra condición humana nos induzca a abrir una nueva, en un proceso
imparable que no parará, hasta que las monedas se derramen de tanto acumular
una riqueza que quizás no nos hará más felices, pero que facilitará nuestras
vidas, consiguiendo así satisfacer el deseo de poseer, tan humano como nuestra
propia naturaleza.
Como todo
en la vida, la riqueza es un valor relativo, pues depende de las oportunas
comparaciones que nos llevarán a conclusiones, válidas o no, pero que en
cualquier caso nos indicarán quién lo es en mayor proporción, mientras que para
la pobreza no se necesitan estas exigencias para llegar a la conclusión de que
es un valor absoluto que no necesita de comparaciones ni relativizaciones
varias, tan meridianamente clara se establece esta condición, que se define y
declara por sí misma, con manifestaciones tan rotundas y claras, que de poco
sirve establecer unas líneas divisorias que separen a unos de otros, ya que
todos están indefectiblemente unidos por un término radical y terminantemente
conciso, que se reconoce por un lamentable, severo, y mísero estado de
necesidad, que no precisa de aclaración alguna.
Y ahora, después
de soportar una pandemia en el mundo, una guerra en Europa, y la consiguientes
recesión económica, con una inflación desbocada, las preclaras mentes que nos
gobiernan, han tenido la genial e inoportuna ocurrencia de destapar el frasco
de todas las esencias que en el mundo han sido, declarando a bombo y platillo,
abierta y rotundamente, que en España, a partir de ahora, y debido a las
inclemencias del tiempo y a sus urgencias electorales reflejadas en las
oportunas encuestas que en mal lugar los dejan, repetimos, por si no había quedado
suficientemente claro, que en este País hay ricos, por lo que hay que cargar
sobre ellos el peso de un impuesto especial, para que de esta manera alivien
las cuentas públicas que tan denostadas se ven a causa de las susodichas
inclemencias de todo orden que azotan a este País.
Desconcertante
noticia dónde las haya, que ha dejado trastocada a una sociedad que no tenía
noticia alguna sobre dicho tema, y que ha logrado que los ciudadanos se
pregunten cada mañana al despertarse, cómo es posible que nada supieran acerca
de tan sorprendente asunto, que ha venido a alterar sus vidas de una manera que
nadie podría imaginar hace apenas unos días, cuando tan relevante y extraordinaria
revelación, se hallaba oculta a los ojos de unas gentes que no dan crédito a
tan importante suceso socioeconómico y cultural, que viene a revolucionar una
sociedad a la que se le había ocultado tan notable y decisiva noticia que, sin
duda, tendrá una enorme repercusión en esta España que no para de encajar, una
tras otra, nuevas tan increíbles como la presente, que puede llegar a
condicionar sus vidas hasta extremos que los sociólogos aún no han tenido
tiempo de determinar.
Y hete
aquí, que aunque no los citan expresamente, si hay ricos, necesariamente habrá pobres,
que seremos el resto, algo que no lo han explicitado con claridad, afirmando
categóricamente que se declaran como ricos, a todos aquellos que poseen una
fortuna de más de tres millones de euros, por lo que a la fuerza hemos de
concluir que los pobres serán aquellos desdichados que ingresen menos de esa
cantidad, a los que no se gravará con ningún impuesto ni carga especial, ya que
no entran en la citada categoría, aunque suponemos, ya que el gobierno no lo ha
aclarado, que dentro de los pobres, habrá una infinidad de categorías y
subcategorías regladas y debidamente estructuradas, dada la enorme y abultada
cifra resultante dónde se integran los menos favorecidos.
Todo ello
ha venido a crear tal desconcierto, que según algunas fuentes próximas a los
aledaños al poder, aseguran que podrían sustanciarse con una nomenclatura
basada en designar de la siguiente guisa las citadas situaciones: pobres, menos
pobres, razonablemente pobres, livianamente pobres, pobres de libro, y así hasta llegar a pobres
de solemnidad, que serían los últimos en una escala que los ciudadanos ansían
conocer, para así saber en qué escalón se encuentran, o más bien, dónde los
sitúan los poderes establecidos, para así conocer su nivel tributario y poder descansar
tranquilamente de algo que ha venido a alterar sus vidas, y que nos conduce de
nuevo a Calderón de la Barca: el mayor bien es pequeño, que toda la vida es
sueño, y los sueños, sueños son.
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