Nos quejamos, y con razón, de las altísimas temperaturas que soportamos y que estamos condenados a sobrellevar lo mejor que podamos de ahora en adelante, sin posibilidad alguna de que remita, ya que el cambio climático es a estas alturas una realidad insoslayable, que muy pocos niegan a estas alturas, y que hemos de afrontar con medidas que han de llevar a cabo a nivel mundial los gobiernos de un planeta que soporta un maltrato que no va a afectarle a él, con millones de años por delante, ya que sólo el astro rey, el sol, su inseparable y poderoso compañero, acabará con esta hermosa Tierra, cuando aquel se convierta en una gigante roja que arrasará y pulverizará la Tierra.
Pero sí supondrá el final de la
vida que alberga, nosotros los seres humanos, y el resto de animales y vegetales,
que están sufriendo las consecuencias de una actividad humana desenfrenada, que
mientras ha progresado desde los comienzos de la era industrial, no se ha
detenido a meditar hasta dónde podría llegar, cuándo debería empezar a limitar unas
emisiones contaminantes brutales que nos están pasando factura, y que no
podemos demorar más, ya que las consecuencias se agravan a medida que pasa el
tiempo, y que vamos soportando año tras año, como una alerta natural que nos
avisa sobre lo que nos espera, si no tomamos las medidas oportunas, conocidas,
que no ignoradas por quienes han de tomarlas, para las que el reloj de la
cuenta atrás, hace ya tiempo que se puso en marcha.
Pero no parece que haya una postura
común a nivel mundial para tomar las importantes y urgentes decisiones
necesarias para frenar esta grave situación, para la que aún, parece ser,
estamos a tiempo, ya que las convenciones internacionales sobre el cambio
climático, no consiguen ponerse definitivamente de acuerdo, salvo para intentar
delimitar las emisiones con el objeto de frenar la subida de la temperatura
global, algo que suele quedar en buenas intenciones y en compromisos que no
suelen llevarse a cabo con la premura necesaria, mientras la crisis climática
se agudiza a ojos vista, con unas demoledoras olas de calor, que cada año se manifiestan
con una creciente intensidad que todos soportamos.
Y así, nos encontramos con países que
no están dispuestos a renunciar a un progreso que, afirman, ya llevaron a cabo
el resto de los más avanzados, y que no están dispuestos a eliminar o limitar
al máximo la utilización de las fuentes de energía más contaminantes, como el
carbón y otras, de origen fósil, lo que supone un importante freno a las
intenciones de impedir que la temperatura del planeta continúe en un peligroso
y vertiginoso ascenso, que de ninguna manera nos podemos permitir.
No debemos pecar de agoreros, ni
dejarnos caer resbalando sin freno por la fácil e irresponsable senda de un
pesimismo irracional y negativo que a nada nos conduce, salvo a sembrar una innecesaria
alarma y a crear una atmósfera de pánico
y un miedo fuera de toda lógica, que nada aportaría para la solución del
problema que nos ocupa.
Los hechos demuestran que algo está
cambiando en nuestro planeta, que ya hasta los mares comienzan a dar muestras
de cansancio, enfangados y con sus aguas subiendo de temperatura, como si
quisiera comunicarnos que, allí dónde surgió la vida, las condiciones ya no son
las mismas, que han empeorado, que no podemos continuar maltratándolo, que necesitamos
reflexionar, que aún estamos a tiempo, que la vida siempre se abre camino si no
le ponemos obstáculos, que la naturaleza nos ayudará si la ayudamos, que, en
definitiva, nos está avisando, que nos da un nuevo plazo para reflexionar, para
rectificar, para volver a la senda de la justa, necesaria y ansiada convivencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario