En
el año mil novecientos treinta y uno, Albert Einstein, seguramente el
científico más importante de la historia de la humanidad, afirmó que “el futuro
pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños, ya que la
imaginación, es más importante que el conocimiento, porque el conocimiento es limitado,
mientras que la imaginación abarca al mundo entero.”
Procediendo
de este genio, de este sabio que tanto ha influido e influye en la ciencia de
este mundo, esta reflexión cobra un doble sentido, tanto filosófico como
científico-pedagógico, e incluso literario, ya que posee una belleza cuasi
poética, que contrasta con la formulación de sus descubrimientos científicos y
de la aplicación de sus conocidas fórmulas, alguna de las cuales son tan
conocidas, tan divulgadas, que resultan familiares para el más común de los
humanos, a quienes E=mc², les resulta tan familiar como la del agua, o
cualquier otra, al alcance de la mayoría de las gentes.
Su
aspecto del clásico sabio despistado, con su torpe aliño indumentario, como
afirmaba de sí mismo Machado, mal vestido y peor peinado, con un desparpajo en
sus hábitos que contrastaban con su privilegiado cerebro que le hizo sobresalir
desde su trabajo en una oficina de patentes de Suiza, hasta llegar a las
cumbres más alta y más influyentes de la ciencia en general y de la física en
particular, hasta llegar a formular su archiconocida teoría de la relatividad,
que supuso un cambio radical en el conocimiento que sobre el espacio y el
tiempo se tenían hasta entonces, estableciendo una unidad espacio-tiempo, que trastocó
el mundo científico en este aspecto.
Y lo
hizo de tal forma, que todas las predicciones que se derivaron de sus teorías,
se han ido confirmando hasta el día de hoy, que para cualquier interesado en
este tema, habrá ido conociendo a través de las redes sociales y de publicaciones
especializadas, que gracias a los modernos telescopios espaciales así lo
registran, en una demostración más del genio de este científico universal, que
demuestra con ello una inteligencia superior, que ha ido transformando con su portentosa
genialidad, el conocimiento que teníamos del universo y de cuánto contiene, así
como de la integración de los seres humanos en él, como avalan sus teorías sobre la noción que
tenemos acerca del tiempo, algo que siempre ha intrigado a los seres que
habitamos este planeta.
Sus
afirmaciones sobre el espacio-tiempo, siempre complicadas de entender, si se
pone empeño, interés, y una devoción especial, siempre rayando en la obsesión,
y sobre todo, en una pasión absoluta y dedicada sobre este tema, pueden llegar,
si no a comprenderlas, algo imposible para un profano, sí a vislumbrar y a percibir instintivamente algunos conceptos
mínimos, que están a nuestro alcance, y que nos satisfarán al comprobar que
somos capaces de alcanzarlos, teniendo en cuenta que fueron formulados por Einstein.
La
fuerza de la gravedad, esa fuerza siempre atractiva, que no repulsiva, a la que
están sometidos todos los cuerpos, todos
los astros que navegan por el universo, toda la materia que contienen,
incluidos nosotros, los seres humanos que habitamos el planeta, se mueven en una
imaginaria tela metálica, que se deforma a su paso, que la curva, como lo haría
una bola al desplazarse por ella, provocando una deformación en el espacio-tiempo,
una curvatura, dentro de la cual caen los cuerpos, los astros, que se ven
obligados a seguir una trayectoria alrededor del cuerpo que provocó la
deformación del espacio-tiempo, en una órbita circular – como lo haría una
segunda bola que incorporásemos a la tela metálica - en lugar de seguir una
trayectoria rectilínea como por inercia tenía antes de caer en la deformación ocasionada
por el astro principal.
Este
importante hecho científico, que demuestra que la gravedad es una curvatura del
espacio-tiempo, causada por la masa de los cuerpos, se pudo demostrar experimentalmente
en 1919, cuando durante un eclipse, se pudo comprobar cómo la luz de una
estrella, visible en esas condiciones, se desviaba al pasar por las
proximidades del sol, debido a la atracción de la ingente masa que posee el
astro rey, capaz de cambiar la trayectoria de la luz de la estrella, que
viajando a 300.000 kilómetros por segundo, fue capaz de deformar el
espacio-tiempo y atrapar en dicha deformación la luz de la estrella.
Albert
Einstein, afirmó que el tiempo tal como lo entendemos, no es absoluto, que cada
uno tenemos una medida personal del tiempo, que el presente y el pasado no son cosas
diferentes, ya que el presente no es sino un instante entre el pasado y el
futuro, por lo que experimentamos, no es sino una versión del pasado, y así, lo
que se considera como el “ahora”, puede ser el pasado o el futuro para otra
persona.
Todo esto resulta extremadamente difícil de asimilar, pero si nos esforzamos, y dejamos de lado los convencionalismos acerca del tiempo, podremos llegar a percibir cómo somos capaces de abrir nuestra mente para entender mínimamente a este genio tan alejado de nuestras capacidades, pero tan próximo a una imaginación, que él valoraba más incluso que el conocimiento, que todos los seres humanos tenemos la suerte de poseer y disfrutar, si a ello nos atrevemos, en un reto, que aunque seamos profanos, la imaginación nos proporcionará un inestimable apoyo, no para emular a Einstein, pero sí para disfrutar de mundos inexplorados, fascinantes y mágicos, que no soñábamos alcanzar.
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