En
el año del señor de mil quinientos y setenta y ocho, el nuncio de Su Santidad
en España, llegó a calificar a Teresa de Cepeda y Ahumada, como “fémina
inquieta, andariega, desobediente y contumaz que inventa doctrinas, anda fuera
de clausura, enseña como maestra, contradiciendo a San Pablo que mandó que las
mujeres no enseñasen”, a la par que un confesor la denunció en Sevilla a la Santa
Inquisición, por supuestas faltas, sobre lo cual se formó un ruidoso expediente,
que puso en claro su inocencia, hasta tal punto, que ya en Ávila, Teresa, muy
triste, aseguró en una carta, que “le hacían guerra todos los demonios”.
Personaje
singular, mujer antes que santa, inteligente y audaz, decidida y resuelta,
siempre dispuesta a llevar a cabo una ingente cantidad de fundaciones conventuales,
que la tuvieron constantemente viajando por todo el país, de norte a sur y de
este a oeste, con una poderosa capacidad de iniciativa que la condujeron a
enfrentamientos con personalidades influyentes en la sociedad de aquella época,
muchos de ellos de alta alcurnia tanto del clero como laicos, que no lograron detener
su frenética actividad, pese a los numerosos obstáculos que pusieron en su
camino
Quinientos
años no parecen representar nada en el tiempo, y la huella indeleble que en Ávila
dejó para siempre Teresa de Cepeda y Ahumada, continúa intacta, como si más
bien diera la impresión que los siglos parecen haber devenido en acrecentar su
leyenda, la de una mujer única e irrepetible en su tiempo, capaz de sobresalir
por encima de cuantos la rodeaban, en una sociedad dominada absolutamente por
los hombres.
Y es
que ya fueran confesores, que solían encontrarse muy por debajo de su
nivel y capacidad intelectual, ya fueran príncipes, princesas, hidalgos,
gentilhombres, obispos, cardenales, hasta el mismísimo papa y el rey, a los que
se dirigió, escucharon a Teresa con suma atención, pues tal era su relevancia,
pese a su humilde y serena actitud, no exenta de firmeza, que ante todos
mantenía.
Con
una inmensa capacidad para el trabajo, siempre llevó una actitud frenética,
dedicando gran parte de sus energías a la fundación de nuevos conventos, que
según decía, su Amado le inspiraba y ordenaba, como también lo hizo la Virgen,
de la que era gratísima y devota sierva. En el plano terrenal, mantuvo una
profunda y próxima amistad con San Juan de la Cruz, que durante cinco años
actuó como confesor de las monjas en el convento de la Encarnación de Ávila.
Teresa
fue una lectora compulsiva, que leía cuanto encontraba y pasaba por sus manos,
que no era mucho, en aquellos duros tiempos en que la Santa Inquisición
arrojaba a la hoguera lo poco o mucho que se escribiera, ya procediera de
dentro, ya viniera de fuera.
Poseía
una gran facilidad para escribir. La censura oficial le corrigió muchos de sus
escritos, que se los devolvían acortados y mutilados, en tiempos en que la
hoguera campaba por sus respetos al mínimo desvío o desliz que se cometiera, lo
que demuestra su increíble valentía, disposición y temperamento como mujer y
sierva de su Señor al que tanto amaba.
Poseía
un inquebrantable carácter, y una acusada personalidad, no exenta de un sentido
del humor que le llevaba tanto a reprender a sus pupilas por su falta de rigor
en el desempeño de sus labores domésticas, de oración y de absoluta y extrema
pobreza, como a gastarles bromas al tiempo que era capaz de enfrentarse a
personajes como la princesa de Éboli, que se presentó en el convento con todo
su séquito, y a la que ante ciertas exigencias de la misma, la Santa le
replicó: “brava fue ella y brava fui yo”.
Incansable,
desarrolló una ingente tarea de renovación y expansión de su orden
religiosa, desde el convento de la Encarnación de Ávila, donde ingresó con
veinticinco años, llegando a. ser
Priora, comenzando por el convento de San José en Ávila, que fue el primero que
fundó, para ya no parar y desarrollar una frenética actividad durante toda su
vida, hasta su muerte en Alba de Tormes.
Su
fe rayaba en un fanatismo religioso que le llevó a experimentar visiones,
éxtasis y contemplaciones que ella relata y que ha dado lugar a numerosas
interpretaciones a cargo de médicos, psicólogos y psiquiatras, que parecen
coincidir en interpretar estos hechos como resultado de las secuelas que en
ella dejó una salud quebrada por la enfermedad que desde muy joven le afectó,
incluidos los períodos de epilepsia, que unido a su inmensa y profunda fe le
llevaron a la convicción de haber vivido tan místicas experiencias.
Su
legado tanto espiritual como cultural es inmenso, teniendo en cuenta su no muy
largo paso por este mundo, su delicada salud, y los numerosos obstáculos que
encontró a su paso en una sociedad dominada por completo por los varones.
Lectora incansable, escribió numerosas obras en prosa y en verso, así como un
gran número de cartas.
La
Inquisición llegó a registrar la pequeña biblioteca que tenía en el convento de
la Encarnación. Le tachaban párrafos, le arrancaban hojas, le requisaban libros
de romances y caballerías, y hasta le obligaron a rehacer por completo Camino
de Perfección, una de sus obras más conocidas, como también, entre otras, El Libro
de las fundaciones, Las Moradas y El Libro de La Vida, su autobiografía,
“Ándese
con tiento”, le dijeron. Ella siempre obediente ante estos hechos reescribió
tan señalada obra, pero conservó el cuaderno primero en el convento de San
José, que hoy se conserva en el Escorial. La Santa, sabía ser, además de
sumisa, rebelde.
Animó
a sus monjas a leer: “la lectura de buenos libros, es alimento tanto para el
alma como para el cuerpo”, les decía. Ella misma enseñaba a sus monjas a leer y
a escribir, cuando como novicias, ingresaban analfabetas en la orden, hasta tal
punto se preocupaba por ellas, que este gesto se interpreta como una forma de separarlas
y alejarlas de la vida que las esperaba en sus pueblos, con el único y triste
futuro de casarse y someterse al marido que le tocara en suerte y a cuidar de
los hijos que llegaran.
Teresa
de Jesús fue una mujer adelantada a su tiempo, una mujer que en la época actual
hubiera destacado con una indudable fuerza, llegando, sin duda, a alcanzar
altas cimas en una sociedad como la nuestra, y siempre en Ávila, su ciudad,
dónde es fácil encontrarla quinientos años después en cualquiera de sus históricos
rincones, así como en nuestra literatura, y en las mentes de las gentes,
creyentes o no, que admiran, valoran y respetan a personas como Teresa, mujer
universal y santa.
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