La
necesidad de conocimiento es una absoluta urgencia para el ser humano, que
nunca debería cejar en el empeño de saber y conocer acerca de cuánto le rodea,
con preferencia de aquello que nos afecta de una manera especial, por el hecho
de resultarnos especialmente complicado y próximo a la vez, como es el caso de un
universo en el que nos encontramos inmersos, por el que navegamos en una
sorprendente nave llamada Tierra, acompañados de otros planetas, girando todos
alrededor del Sol, en una danza celestial en el interior de nuestra galaxia, la
Vía Láctea, que a modo de nave nodriza nos conduce por el colosal universo en
un viaje que dura ya miles de millones de años, del que ignoramos aún gran
parte de su gigantesca dimensión, y del que, ocupados en nuestro diario y
mundano ajetreo, atados a nuestra esférica nave, nos olvidamos que somos
pasajeros de un viaje galáctico a bordo de una nave que no conoce paradas ni
destino conocido adónde llegar.
Esto
no debería representar obstáculo alguno, ni justificación gratuita posible para
desentendernos de algo, cuyo desconocimiento, no afecta a nuestra vida diaria,
lo que no deja de ser una verdad relativa, que no absoluta, ya que el universo,
en definitiva, es nuestro hogar, y no intentar conocerlo, no deja de ser una dejación
del interés que deberíamos mostrar por desentrañar los aparentes misterios que semejante
lugar presenta a quienes no se consideran iniciados, es decir, se sienten
profanos en un tema que consideran ajenos a sus vidas, cuando no lo es en
realidad, ya que cualquiera, si se lo propone, puede llegar a desentrañar
mínimamente, la majestuosidad, la magia, y la soberbia dimensión de un universo
que nos maravilla y nos acoge en sus sobrecogedores brazos, cuyas dimensiones
se miden en miles de millones de años luz, algo que debería ocupar nuestra
mente en intentar descifrar, al menos, de dónde surgió, cómo evoluciona, y
adónde nos lleva.
Conveniente
y necesario resulta asumir el concepto de año luz, utilizado con suma
frecuencia en astronomía, y que solemos leer y oír con asiduidad en los medios,
entendido como una unidad de longitud necesario para medir las distancias en el
universo, ya que las habituales que conocemos, se quedan excesivamente pequeñas
ante la magnitud del cosmos, y que se define como la distancia recorrida por un
rayo de luz en un año, y considerando que ésta viaja a 300.000 kilómetros por
segundo, nos arroja una cifra de 9 billones de kilómetros, es decir, un nueve
con doce ceros, que nos sirven para mostrar los valores de nuestra galaxia, un
disco de cien mil años luz de diámetro y dos mil años luz de espesor.
Se
estima que nuestro universo se originó a partir de la gran explosión o Big
Bang, hace 14.000 millones de años, expandiéndose desde entonces en una
gigantesca carrera, en la que las galaxias se van separando unas de otras, a una
velocidad que es tanto mayor cuanto más separadas se encuentran, y así,
indefinidamente, salvo que algo detenta esta apasionante carrera, como podría
ser la gravedad aportada por la escurridiza materia oscura, cuyos efectos son
conocidos, que no su presencia, que lograría contrarrestar la velocidad de
escape de las galaxias, algo que no podemos aventurar, ni los científicos
asegurar, salvo que el universo en expansión parece ser un hecho admitido por
la inmensa mayoría de la comunidad científica internacional.
Las
galaxias se reúnen en cúmulos de galaxias, que a su vez se agrupan en un gigantesco
supercúmulo, que se conoce como red cósmica, dónde se mantienen unidad entre sí
a través de filamentos de hidrógeno y materia, a modo de redes neuronales se
mantienen unidas formando una colosal estructura, cuyo diámetro se cifra en 520
millones de años luz, es decir, la luz , viajando a 300.000 km/s, tarda 520 millones
de años en cruzar la portentosa red cósmica de galaxias, lo que da una ligera
idea de la descomunal magnitud del universo, dónde se estima que el número de
galaxias, alcanzaría la cifra de dos billones un dos con doce ceros, conteniendo
cada una de ellas hasta 400.000.000.000 de estrellas, cuatrocientos mil
millones, lo que da una idea de la prodigiosa cifra que alcanza el número de
estrellas en el universo, medida en sextillones, algo que supera nuestra
limitada capacidad de entendimiento, que
puede asumir semejante valor, y que nos da una idea del majestuoso universo en
el que nos encontramos.
Seguimos,
no obstante, con un desconocimiento muy importante, tanto acerca del origen del
universo, como de su evolución, y gracias a modernos telescopios situados en
órbita terrestre como el Hubble y el James Web, entre otros, conocemos más en
profundidad un universo, cuyos secretos más escondidos se nos escapan, y aunque
progresamos, lo hacemos muy lentamente, como el conocimiento de los agujeros
negros, zonas del universo con una colosal capacidad de atrapar cuanta materia
se encuentra en sus proximidades, incluida la luz, que siguen constituyendo un
tema aún muy discutido por los astrónomos, y que siguen procurando una amplia
capacidad de información dado su enorme complejidad al no ser posible
estudiarlos más que por métodos indirectos.
Albert
Einstein, afirmó que tenía dos certezas sobre lo infinito: la estupidez humana
y el universo, y de esto último, no
estaba seguro, lo que nos da una idea sobre esta cuestión, ya que no podemos
asegurar nada en este sentido, salvo que el universo se encuentra en expansión,
y hasta este extremo, como el del Big Bang, últimamente se están poniendo en
cuestión por parte de la comunidad científica, en cuyo seno se debaten teorías
que afirman que la edad del universo es el doble de la que se admitía hasta
ahora, es decir, de 28.000 millones de años, o las que afirman que el universo
es un ser pensante, con una estructura neuronal parecida a la de nuestro
cerebro, o la que propugna que somos parte de un gigantesco experimento dirigido
por una inteligencia superior o la teoría más reciente, que afirma que el
universo es un soberbio e inmenso ordenador cuántico, lo que resulta apasionante
en cualquier caso, sobre todo considerando que nuestro hogar, el planeta Tierra,
navega en ese inmenso mar que hemos dado en llamar universo.
Sí
podemos afirmar con casi total seguridad, datos acerca de las impresionante
distancias que nos asombran poderosamente, como la del objeto observado más
lejano, situado 14.000 millones de años luz, lo que supone que la luz de ese
objeto que ahora nos visita, salió de allí, hace 14.000 millones años, como en
el caso de la luz solar, que supone que la imagen que en un momento vemos del
sol, es la que corresponde a la que tenía dicho astro hace ocho minutos, que es
el tiempo que tarda la luz en recorrer los 150 millones de kilómetros que nos
separan del astro rey, mientras que la estrella más cercana a nosotros después
de la nuestra, es Próxima Centauri, a poco más de cuatro años luz.
Cada día, la ciencia nos sorprende con nuevos datos y cifras, que no dejan de sorprendernos y que confirman el sobrecogedor tamaño de un universo sometido últimamente a continuas teorías como el de los universos paralelos que plantean varios universos o realidades relativamente independientes, así como las que se refieren a su final, entre las que aseguran que se expandirá eternamente, y las que afirman que llegará un momento que se contraerá, para llegar de nuevo al punto inicial de origen y comenzar con un nuevo Big Bang, proceso que se repetiría infinitamente, y por último, la que precisa que el universo se evaporará, basada en una teoría original de Stephen Hawking, con lo que el destino de esta colosal maravilla, alcanzaría probablemente su final, en una majestuosa y sobrecogedora acción autodestructiva, que nuestra mente no puede ni remotamente imaginar.
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