Siempre
recordaré a mi madre asando el cordero en la cocina económica de la casa del pueblo,
siempre en la fiesta, mayo y septiembre, o con motivo de alguna celebración
especial, siempre cordero, en la amplia cocina de la casa, en los hornos
clásicos de leña que poseían algunos vecinos, en el bar, en el cocedero del
panadero, y en algún otro adonde la gente llevaba la carne para que se la
asasen, o por encargo, pero siempre cordero, el clásico cuarto de asado, el
cordero, o simple y llanamente, el asado.
Recuerdo
las bodas que se celebraban en el pueblo, en la cochera, dónde instalaban unos
largos tablones apoyados en unas borriquetas, sobre las que se depositaban los
cuartos de asado, bien lanteros, bien traseros, en sus correspondientes
tarteras de barro, acompañados por las hogazas de pan y las jarras de Ribera, como
en los pueblos de alrededor, adónde mi padre me llevaba con él cuando le
invitaban a alguna boda, algo que solían hacer con frecuencia debido a que era el
secretario del ayuntamiento de varios pueblos, y siempre le invitaban, y yo con
él, que siempre me reservaba la pata del cuarto lantero – menos carne, pero más
sabrosa que el trasero – algo que, curiosamente he mantenido hasta hoy, que
sigo conservando esa agradable costumbre.
Nuestro
cordero lechal, esa maravilla gastronómica tan nuestra, tan castellana, y sobre
todo, tan segoviana, basada en la degustación de una deliciosa y tierna carne
de cordero, procedente de los pastos de la zona de Riaza y Sepúlveda, entre
otras, si es que de nuestra provincia
hablamos, asada de una manera sencilla y artesanal como mi madre hacía, con
apenas un poco de manteca y añadiendo algo de agua de vez en cuando, todo ello
en un sencillo horno de la cocina de casa que nada tenía que envidiar a los
asados de los clásicos hornos de leña tan habituales en los pueblos por aquel
entonces.
Pero
siempre cordero, nunca cochinillo, que no recuerdo jamás haberlo probado entonces,
no lo conocía, jamás lo vi por aquellos lares, y hablo de los alrededores de
las zonas antes citadas, dónde hoy sigue siendo menos habitual que el cordero, pues
basta con recorrer con la vista las mesas ocupadas de los mesones y
restaurantes, no digamos ya los figones, para contemplar cómo el cordero ocupa
casi todos los manteles.
De ahí mi sorpresa al contemplar cómo se identifica
cada vez más, Segovia con la tierra del cochinillo, cuando yo considero que es
el cordero el rey indudable de la gastronomía segoviana, por encima del
cochinillo, con todos los respetos hacia ese delicioso manjar, que no obstante,
con perdón, pienso que no puede competir con el perfumado y exquisito sabor de un
excelente cordero asado.
En
absoluto pretendo ningunear al exquisito manjar que representa el cochinillo en nuestra
admirable gastronomía, de ninguna manera, y pido perdón a quienes se sientan
ofendidos por ello, ya que solamente quiero manifestar el hecho de que cada día
es más habitual contemplar en los medios de comunicación, como se asocia
Segovia con el cochinillo, cuando de hablar de su gastronomía se trata, dejando
en ocasiones en la irrelevancia al cordero, algo que he venido observando con
tal frecuencia, y desde hace ya tanto tiempo, que, discúlpenme por el atrevimiento,
quizás ignorante, y siempre apasionado y subjetivo, no he podido mantenerme al
margen a la hora de comentar esta apreciación, que repito, puede estar equivocada,
algo que lamentaría profundamente, ya que aprecio enormemente nuestra tierra
segoviana, su dilatada y limpia historia su rica cultura, su inmenso patrimonio,
su refinada y suculenta gastronomía, su gente.
La
imagen del horno de leña con la puerta
abierta, dejando ver su luminoso interior así como su contenido de tarteras de
barro con los cuartos de asado repartidos por el amplio espacio disponible, así
como la del asador introduciendo la pala bajo la tartera para extraer del horno
el cuarto ya asado, posee para mí
ingentes connotaciones casi siempre festivas, así como su inconfundible aspecto
dorado, su intenso, delicado y aromático olor, que me conducen inexorablemente
a mi infancia, en un viaje en el tiempo que rememoro siempre que tengo la
suerte de disfrutar de este regalo para
el paladar y para el resto de los sentidos, que acompañado de un buen Ribera del
Duero, como con el sabroso cochinillo, y culminado con ese desconocido y
delicioso ponche segoviano, tiene la virtud de trasladarnos a ese séptimo cielo
que tiene su residencia en nuestra incomparable tierra de Segovia.
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