Nadie
puede serlo, nadie que provenga del pueblo llano y trabajador, del ciudadano
que pelea cada día con su destino, con su suerte, con las interminables
veinticuatro horas que le esperan desde el ocaso hasta el alba, con las que se
enfrentará el resto de su vida, intentando pasar por encima de las incontables
circunstancias negativas que habrá de afrontar y disfrutando de las pequeñas
grandes satisfacciones que de vez en cuando le deparará una existencia que no
eligió en su momento, pero que afrontará sin que se enrede en estas abstractas
consideraciones, que a ningún lugar le llevará.
No somos
culpables, en ningún caso, de sufrir las perversas consecuencias derivadas de
los actos y decisiones de unos gobernantes, que elegimos sobre la base de un
programa de gobierno y de unas promesas alardeadas en su momento que no
llegaron a llevar a cabo, que nos llevaron a engaño y nos condujeron a una
errónea elección que habremos después de lamentar, cuando instalados en su sólida
posición, se desdigan, nieguen o afirmen haber cambiado de opinión, siempre,
como no, para mejor servir a una ciudadanía, que entonces ya, sin margen de
maniobra, nada puede hacer, salvo un recurso al pataleo que a ningún lugar le
ha de llevar.
La
situación política actual ha quedado determinada por la conformación de dos
bloques, uno de los cuales, el ganador, fue elegido por quienes confiaban en un
programa electoral, que a la postre no se corresponde con lo que se prometió,
utilizando este vacío para, utilizándolo como moneda de cambio, mercadear con los
beneficiados, y conseguir formar
gobierno, lo que ha irritado profundamente a sus oponentes, a parte de sus
fieles, y a un importante sector de la población, que le recriminan esta compra
venta, y han dejado satisfechos a la
mayoría de los suyos, que no necesitan plantearse este hecho, aunque no lo
esperaran, ya que colma los deseos de ver a los suyos en el poder.
No
podemos considerar culpables a éstos últimos por haberlos votado, es su libre e
indiscutible opción, aunque hayan sido, si no engañados, sí han falseado su
discurso por parte de unos políticos que no incluyeron en su plan de gobierno
la medida que ha causado una colosal controversia, y que está llevando a la
población a una situación como hace muchos tiempos que no se vivía en este
País, polarizado en dos extremos, a favor y en contra de una medida extrema, no
contemplada ni divulgada antes de las elecciones, y que está siendo objeto de discusiones
y controversias a nivel de calle, barra y ascensor, llegando incluso, y esto es
lo más lamentable, a nivel familiar, laboral, incluso de amistad, que siempre
ensombrece la vida social por sus perniciosas consecuencias.
No
somos culpables de soportar a una clase política cuyos componentes no se
respetan, que llegan al insulto y a la descalificación con harta frecuencia,
que no dedican su tiempo al servicio público como es su obligación, tal como
prometieron en su momento, cuando necesitados estaban de votos, sino a su
exclusivo interés de una desmedida ambición personal.
No es
la política el arte de la perversión, sino los políticos que la desvirtúan con
sus inconfesables manejos y su ambición sin límites, que les lleva en unos
casos a mentir para conseguir su fines, a ocultar sus aviesas intenciones y en
otros a asegurar que todo lo hacen por los ciudadanos, cuando no por España,
que es el colmo de la hipocresía más abyecta.
No
necesitamos salvadores, no precisamos de mesías que nos rediman, somos
ciudadanos que confiamos el poder que nos corresponde por derecho, a quienes
democráticamente son elegidos por todos, sin artimañas sin engaños, sin usos
indebidos y absolutamente repudiables de las instituciones y los poderes de un
Estado Social y de Derecho, que no les corresponde a ellos, que no pueden
utilizar a su antojo saltándose la división de poderes, sin la cual, la
democracia brilla por su ausencia al perder todo su sentido.
Rechazo
todo dogmatismo y subjetividad al analizar éstos hechos (aunque reconozco que
esto último es sumamente complicado), al escribir estas líneas, todo partidismo
que no haría sino contaminarlo todo, ya que no me inclino por una u otra opción,
de hecho no soy votante desde hace ya muchos años, descontento no con la
política, que juzgo necesaria, sino con unos políticos que no representan a
nadie, salvo a sus inconfesables intereses personales, que de ninguna forma deberíamos
admitir, soberbios, ególatras y con una ausencia total de escrúpulos, que
ocultos bajo un disfraz de salvadores patrios, pretenden eternizarse en un
poder que no les corresponde ni hemos solicitado.
No somos culpables, pero quizás debiéramos tentarnos la ropa, la mente, y el espíritu que nos anima cada día, para concienciarnos de que los titulares de nuestras vidas y haciendas no son quienes se sienten con derecho a manejarlos a su antojo, una vez obtenidos los votos necesarios, sino a rendirnos cuentas de ello, y a cesar en su cargo y su empeño, cuando incumplen en el mismo, cuando abusen de él, o en último caso, cuando quienes los eligieron, pública y manifiestamente los rechacen, algo que desafortunadamente está muy lejos de sus posibilidades, ya que la expresión pública de sus opiniones políticas, se limita a una escueta papeleta introducida en las socorridas urnas. Fuera de ahí, el ciudadano de a pie, no tiene otra opción, salvo salir a la calle y mostrar su desacuerdo, algo siempre problemático, con todo el riesgo que ello conlleva. Tampoco de esto, el sufrido ciudadano, es culpable.
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