Nadie
lo sabe, nadie parece querer hablar de aquel viejo sistema de dos partidos que
se alternaban en el gobierno, dos concepciones diferentes de la política, de una
forma de gobernanza que, alternándose, solía garantizar el acceso al poder de
la izquierda y la derecha, de conservadores y progresistas, que entonces
parecían bastar para representar dos
tendencias suficientes para unos votantes que no tenían que preocuparse por las
posibles dudas que les pudieran surgir a la hora de depositar su voto –
insuficientes para quienes no optaban ni por una ni por la otra - y que ahora
suele llenar de dudas a quienes no tienen muy claro ni la intención del mismo,
ni si realmente deberían llevarlo a cabo, entre tanta y tan abundante oferta.
Ahora
apenas se habla del bipartidismo, de un viejo sistema que se considera caduco
para unos, aún vigente para otros, y tema tabú para quienes no quieren
reconocer su nostálgica añoranza que les impide hablar de ello porque lo
consideran políticamente incorrecto y socialmente rechazable, condenable incluso
por parte de quienes se arrogan la condición de progresistas, que detestan un
sistema tan escueto y simple que de ninguna forma llega a recoger sus
pretensiones.
Para éstos últimos, mantener esa opción
bipartidista, es propia de retrógrados, y otras absurdas y acostumbradas descalificaciones
que suelen dedicarse hoy - tanto unos como otros – que no soportan que
contradigan sus “verdades”, indiscutibles e incontrovertibles, en un alarde de
una sonora falta de respeto, y de una incapacidad absoluta para reconocer y
considerar mínimamente las posiciones del que no mantiene sus mismos puntos de
vista.
Algo que se ha incrementado con el tiempo, y
que ha llevado a una penosa polaridad palpable a pie de calle, de barra de bar,
de pasillo y ascensor, así como a una crispación galopante, que no favorece en
absoluto una necesaria paz social, que no está rota como aseguran los agoreros de
siempre, pero que pesa y se palpa en el ambiente, y que deberíamos desterrar de
nuestros comportamientos, sobre todo ahora, cuando la situación política y sus
circunstancias, no ayuda precisamente a ello.
Analizar
las circunstancias que han motivado este paso del bipartidismo de siempre al
multipartidismo actual, puede darnos cierta claves, como el inconformismo y el
descontento de las clases sociales más desfavorecidas, que han motivado con sus
protestas y sus manifestaciones llevadas a cabo utilizando la calle y las redes
sociales, provocando la aparición de nuevos movimientos sociales que han calado
hondo en los sectores más jóvenes y más deprimidos, motivando con ello la
aparición de nuevos partidos políticos, que han ocasionado una fragmentación
política de considerables dimensiones.
Una
situación que ha dividido a un electorado que se encuentra ante un panorama
político complicado, diverso y segmentado de tal manera, que la elección que
antes creía tener asegurada y firmemente decidida, ahora trata de contrastarla
con la dispar oferta que se le presenta, y obrando en consecuencia, elegir si
procede, la nueva opción que corresponda.
Asegurar
que el bipartidismo ha quedado definitivamente atrás, que ha quedado relegado
del sistema político de este país, es ir demasiado deprisa, aventurar un futuro
que no podemos predecir, ya que no se trata de una moda pasajera, o de un
cálculo matemático al alcance de una omnipresente y absurda inteligencia
artificial que nos pueda adelantar los avatares electorales a los que estamos
expuestos, que no dependen de nosotros, sino de unos condicionamientos
sociales, políticos y económicos imposibles de prever.
Cuanto
más amplia es la oferta a nivel de mercado, más posibilidades de elección tendremos
y mejores condiciones económicas de adquisición por parte de un consumidor que
agradecerá una situación que sin duda le beneficia.
Pero ¿es aplicable este ejemplo comercial a
una oferta política amplia y variada, tal como la presentamos aquí? ¿Resulta
realmente ventajosa para el ciudadano elector semejante dispersión de propuestas
de todo signo, con promesas y propuestas de gobierno tan diferentes como
partidos se presenten a las elecciones? ¿Verdaderamente se justifica, y sobre
todo existe de hecho y de derecho una oferta política y social tan amplia? ¿No se correría el riesgo de confundir, de pervertir
la oferta con promesas vanas, como ocurriría con una oferta comercial a base de
productos de ínfima calidad?
La
ley de la oferta y la demanda ampara esta situación que puede darse también en
este sector, el político, que aparece, no necesariamente por una perentoria necesidad
vital, sino por un movimiento social que, como ha sucedido en nuestro país, y
otros, aporta nuevas vías, ideas y soluciones, destinadas a mejorar las vidas y
haciendas de los ciudadanos, que gozan de esta manera de un arco de
posibilidades mayor a la hora de una elección política, que en muchos casos no
es sencilla.
Y no
lo es porque elegir entre dos únicas opciones,
no le satisface, ni llena sus expectativas, por lo que desde este punto
de vista, el bipartidismo, lógicamente, no tendría razón de ser al contrario
que el multipartidismo, que satisfaría, casi con toda seguridad, sus aspiraciones
de elección política.
Otra cuestión a analizar, y que no queremos dejar al margen, ya que está íntimamente conectada con lo aquí expuesto, es el hecho de que la opción múltiple, implica si no necesariamente, casi con toda seguridad, que el resultado de las oportunas elecciones obligaría a la formación de un gobierno de coalición con sus correspondientes roces y contradicciones, que pueden hacerle morir de éxito, mientras que el bipartidismo suele desembocar con frecuencia en unas mayorías absolutas, no siempre deseables ni satisfactorias para nadie, lo que inexorablemente nos conduce a una famosa frase del final de una conocida película: nadie es perfecto.
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