Una
vez conocidos los resultados de las
elecciones en Cataluña, analistas, tertulianos
y cuanta mente pensante habita este país, se ha lanzado al ruedo a intentar
justificar lo sucedido, o como mínimo a interpretarlo, descifrando las claves
de unas elecciones que parecen haber desactivado, al menos parcialmente, un
independentismo, que últimamente había decaído en su intensidad, y parecía
hallarse en horas bajas.
Todo
parece indicar que efectivamente así es, ya que los resultados apuntan a una
bajada de los partidos nacionalistas, que sugieren un cansancio de su electorado, que más que
cambiar de bando, que también se ha
dado, han sucumbido al agotamiento, al cansancio, y en definitiva, a un
comprensible hartazgo ante tanta mentira y tanta falsedad como vienen
soportando desde hace demasiado tiempo.
No
es necesario recurrir a los acontecimientos muy próximos en el pasado reciente,
cuando se declaró la tristemente famosa declaración unilateral de independencia,
la ominosa y taimada DUI, que apenas se alargó en el tiempo por espacio de
treinta segundos, y que dejó huellas indelebles en los ilusionados ciudadanos
que creyeron en ella y que por consiguiente sufrieron de engaño y de una
frustración insoportable, que imaginamos no habrán perdonado a sus arteros
autores, que siguen campando por sus falsos respetos en el panorama político
actual.
Ni
siquiera a las promesas siempre incumplidas de sus representantes políticos,
que no han avanzado ni un solo milímetro
en la consecución de esa ansiada independencia que no consigue materializarse pese a mantener
un discurso permanente reivindicativo que únicamente ha cosechado algo positivo
para ellos, para quienes les prometen, pero no cumplen, para quienes les hablan
de un paraíso que no consiguen vislumbrar, salvo para estos falsos mesías que
sí lo han encontrado, léase indultos, amnistía y perdones varios, que en poco
tiempo han logrado sin grandes esfuerzos, utilizando los recursos de los que
disponen por razón de su cargo, y sobre todo, haciendo un uso rastrero y egoísta
de los votos que recibieron de quienes ahora se ven defraudados ante sus
reivindicaciones soberanistas.
Sin
embargo, pocos analistas parecen haber tenido en cuenta la abstención habida en
estas elecciones, superior al cuarenta por ciento, cifra elevada siempre, y más
teniendo en cuenta este caso, el catalán, dónde el independentismo toma auténtica
carta de naturaleza, y que es indicativo del cansancio al que antes nos
referíamos, con unos políticos que, teniendo en cuenta las facilidades
aportadas por un gobierno central, siempre presto y dispuesto a mercadear, a
intercambiar votos por poltronas, no parecen muy dispuestos a mantener, pese a
su aparente radicalidad, una firme y definitiva posición que obligue al
ejecutivo central a doblegarse antes sus exigencias independentistas, con la
consecución de un referéndum, algo que vista la facilidad con que cede el
gobierno, sorprende que no hayan logrado ya, y no es que seamos partidarios de
ello, pero es el relato que creemos corresponde ante lo que está sucediendo.
La
imagen del titiritero jefe, léase Puigdemont, valiente y heroicamente huyendo
en el capó del coche, después de haber citado a los suyos al día siguiente, vagando
por Europa ante la pasividad del ejecutivo central, a la hora de detenerlo, para
no desairar a los que a la postre ha concedido beneficios y prebendas sin
cuento para mantenerse en el poder, era ya entonces toda una declaración de
intenciones de lo que les acontece a los ciudadanos catalanes hoy en día, cabreados,
desairados y hartos de tanta farsa y tanta mentira como soportan, y que explica
en gran medida los aparentemente sorprendentes resultados de estas últimas
elecciones.
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