No
cambio el incomparable atractivo del majestuoso acueducto de Segovia, obra de
gigantes, arquitectos y escultores, por
ninguna otra maravilla del mundo, y son innumerables, muchas, incontables, las
joyas arquitectónicas que adornan el planeta, conocidas algunas, y otras muchas
por conocer.
Pero
si el amante del arte y la historia se lo propone, puede tener acceso a todas
ellas a través de la abundante bibliografía existente sobre el tema, y por supuesto
internet y otros medios de comunicación, que a través de documentos de diverso
formato, y con los avanzados métodos y sistemas que la tecnología nos ofrece, nos
permiten conocerlas y disfrutarlas con una admirable y real proximidad.
La
soberbia estampa de esta colosal obra invulnerable al paso del tiempo, inmune a
los implacables avatares de la variable
y durísima meteorología propia de la meseta castellana, desafiante ante los
elementos de todo orden, que lo maltrataron durante largo tiempo con un ruidoso
y contaminante tráfico que lo agredió sin compasión, permitiéndose el
atrevimiento de cruzar bajo sus indefensos y milenarios arcos, que
afortunadamente lo soportaron estoicamente hasta que se rectificó, en una sabia
decisión que aplaudimos con entusiasmo.
La espléndida
elegancia del inmortal acueducto seduce por la magnífica planta de sus arcadas
al contemplarlo desde una perspectiva que domine desde una cierta distancia,
bien en línea, bien en una envidiable perpendicular que permita cruzar con la
mirada su hermosa y poderosa imagen que la retina mantendrá como un tesoro de
valor incalculable, que siempre he considerado, y aquí mantengo, no es tan
reconocido y admirado en el mundo como se merece – no hay obra del mismo tipo
en el mundo que pueda comparársele – debido, pienso, a una pertinaz y lastimosa
falta divulgativa a nivel mundial de esta prodigiosa obra que Roma nos legó.
Contemplo
una y otra vez su prodigiosa verticalidad con una mezcla de asombro, admiración
y respeto, agradecido por el hecho de llevar tantos años disfrutándolo, muchos
durante cada uno de los días de mi estancia de estudiante en esta bellísima
ciudad, cuando lo tenía casi al alcance de la mano, en la pensión de la plaza
Díaz Sanz dónde me alojaba, y después durante muchos lustros durante los cuales
no he perdido ocasión de contemplarlo con auténtica pasión cada vez que he vuelto
a los orígenes, a esta maravilla de ciudad, universal, mágica, eterna, que no
me canso de cantar.
Pese
a su poderosa imagen y a sus vigorosos sillares cargados de historia, en
ocasiones lo considero tan indefenso, tan cargado de siglos, tan ferozmente
azotado por las inclemencias del tiempo, que sin piedad lo golpean cada día,
que para protegerlo me lo imagino flanqueado por estilizados y transparentes arbotantes
como los que soportan el empuje de las bóvedas de las naves de la catedral, y
cubierto por un envoltorio cristalino que lo proteja y preserve por otros dos
mil años.
La
hermosísima catedral, su soberbio Alcázar, su cultura, preciosas iglesias y
ermitas, palacios, conventos, monasterios, barrios, edificios singulares,
calles centenarias, toda Segovia está diseñada por los hombres, la historia y
el tiempo, para ser disfrutada una y otra vez, como su excelente y sabrosa
gastronomía, logrando con todo este armonioso conjunto conformar una irrepetible y
armoniosa ciudad patrimonio de la humanidad que tenemos la suerte, el honor y
la dicha de disfrutar, así como el deber de abrir una ventana al mundo para
compartir la majestuosa imagen de la soberbia obra de nuestro grandioso
acueducto.
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