Enciendo
el televisor, y contemplo cómo en pie, dos personas se gritan de una forma
desaforada e insultantemente gritona, alternándose en el uso de la palabra, profiriéndose
una serie de acusaciones a cada cual más airada e iracunda frente a un desquiciado y
gesticulante auditorio sentado en cómodos sillones dispuestos en filas
semicirculares, que conforman un anfiteatro que pronto confirmo no puede ser
otro que el hemiciclo del Congreso de los Diputados.
Templo
de la democracia, lugar sagrado dónde los haya a éstos fines, convertido en una
auténtica jaula de grillos, dónde el insultante ruido, el escándalo, la mala
educación y la absoluta y total falta de respeto, brillan con toda su decadente
capacidad de representar dignamente a los ciudadanos de un país, que no pueden
dar crédito a tanta miseria y tanta falta de consideración hacia quienes los
han elegido.
Jamás,
nunca en los últimos tiempos habíamos tenido una decadencia semejante
políticamente hablando, con unos representantes de los ciudadanos tirándose los
trastos a la cabeza de una vergonzosa
manera, no sólo en los medios de comunicación, sino, y esto es lo más
incalificable, penoso y repudiable, en sede parlamentaria, sin escrúpulos de ningún tipo, sin respeto
alguno hacia dicha institución, cuna del parlamentarismo, y por ende, de la
democracia, convirtiéndola en una auténtica jaula de grillos, en un acto
imperdonable que no tiene disculpa ni justificación alguna.
Las
malas formas, los modos más detestables y soeces, los gestos despectivos, la
burla y el desprecio al contrincante, al opositor, el y tú más, ofenden la
sensibilidad del espectador, del ciudadano, del votante que depositó su confianza en quienes
ahora se insultan, se gritan, comportándose como auténticos hooligan
desenfrenados, sin el menor respeto y la educación más elemental, siguiendo, sin
duda, la consigna del todo vale, todo está justificado si con ello logramos
descalificar, humillar y denigrar al contrario.
Y
así, se increpan airadamente, se lanzan puyas envenenadas, se difaman con supuestos
escándalos sean ciertos o no, veraces o
inventados, verdades a medias o falsedades absolutas, por aquello del difama que algo queda, buscadas
y encontradas en instituciones públicas o en cloacas privadas, retocadas
maliciosamente para ofrecer la peor imagen posible, destinadas al consumo de
quién no racionaliza, de quién no discrimina, de quién está sediento de
justificar su dogmática posición partidista sin que le exija pensar demasiado,
siempre con el propósito de desprestigiar al otro, de enfangarlo, de hacer
ruido, de provocar desafección e inquina hacia el contrincante.
Con
la máquina de vilipendiar a plena rendimiento, se buscan y se encuentran todo
tipo de supuestas fechorías cometidas en el pasado, a cargo de cualquier
autoría, ya sean propias o de extraños, relacionadas directamente o cometidas
por familiares, amigos o compañeros sentimentales, arrojando inmundicias de
todo tipo, que de inmediato serán amplificadas por los medios, los tertulianos
y los debates de todo signo, para consumo del asombrado ciudadano que no da
crédito a tanta miseria humana e intelectual como contemplan sus atribulados sentidos, hartos
ya de tanta y tan perversa miseria moral, estética y éticamente reprobable, protagonizada
por sus representantes políticos, en una indigna demostración de la mas elemental
falta de respeto hacia quienes los han elegido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario