Nada
puede haber más triste en este atribulado mundo, que la contemplación de una
sociedad sin la algarabía, el jolgorio, la alegría, las risas y la desbordada vitalidad
de los niños, sin los que la vida parece haberse reducido a la nada, a la mera supervivencia, al trabajo, al ocio,
al cuidado y culto por el cuerpo humano, empeñado en eternizarse en el tiempo
sin compromisos ni obstáculos que supongan un impedimento a esta forma de vivir,
de disfrutar sin ataduras ni esclavismos que consideran sufrirían con una
descendencia que los limitaría en su diaria actividad y en sus momentos de diversión
y esparcimiento, aunque justo es reconocer que éstas no son las única causas de
la baja natalidad.
Pero
ignoran la inmensa alegría que los niños procuran en una casa, la felicidad que
reparten por doquier con su inocente e ingenua indisciplina al no estar
sometidos a regla alguna, esos “locos bajitos” nos contagian su permanente
alegría y su incansable actividad, algo que se multiplica en el caso de los
abuelos, que rejuvenecen y disfrutan de forma insólita con sus nietos, que los perciben
como una réplica de los hijos, como uno más de ellos, llenando el vacío de su
casa con una nueva alegría de vivir, que disfrutan cada hora que pasan con
ellos.
Según
leo en varios medios de comunicación, en este país hay varias ciudades dónde se
han contabilizado más perros que niños, algo que ratifican las encuestas sobre
el tema, que en julio del año pasado, arrojaban unas clarificadoras y
preocupantes cifras que establecían los siguientes datos: en España el número
de niños hasta 14 años era de 6,6 millones, mientras el de perros ascendía a
9,3 millones, algo preocupante, que presenta un escenario impropio de una sociedad
con un necesario horizonte de futuro, que sin una razonable población infantil,
una natalidad en unos valores lógicos, muy por encima de los actuales, ve en
serios apuros un logro elemental en un país que los necesita para sobrevivir y
garantizar su esperanza de vida sin éstos sobresaltos.
Contemplar
los parques vacíos con demasiada frecuencia es un triste síntoma de estos
hechos, así como el cierre de aulas en los colegios una medida que refleja
mejor que cualquier otra esta desesperante situación que debe entristecer y
preocupar a cualquier país, y son multitud en el mundo, tanto más cuanto más
desarrollados están, ya que este problema se da sobre todo en el primer mundo,
en el que goza de mayor nivel de vida, soportando los más pobres un exceso de
natalidad, que desgraciadamente repercute en un mayor déficit de atención hacia
unos niños que sufren las consecuencias de la terrible combinación de la
superpoblación y la pobreza.
Como
citábamos al principio, las explicaciones a esta situación no se basan
únicamente en la postura cómoda y hedonista de la sociedad moderna, empeñada en
evitar compromisos y disfrutar de la vida sin ataduras. El estilo de vida de
las sociedades modernas con un ritmo infernal diario, con ambos progenitores
trabajando, en ocasiones con horarios que no favorecen en absoluto la conciliación
de la vida laboral con la familiar, los problemas económicos, altas tasas de
paro, dificultad para disponer de una vivienda, y otros a los que están
sometidas las parejas actuales, explican en gran parte la situación expuesta.
Habría
que añadir aquellas parejas que no se encuentran en ninguno de estos casos, y
que en el uso de su libertad de decisión, toman la determinación de no tener
descendencia, sustituyéndola o no, por una mascota, que les hará disfrutar, y a
la que seguro llegarán a cuidar y mostrar el mismo desvelo en todos los
sentidos que si de un niño se tratara.
Aunque
quizás no lleguen nunca a saber que no hay comparación posible alguna, que una mascota
no puede sustituir a un niño, ni
proporcionar el mismo cariño, ni el amor
inmenso que mutuamente se profesan, pero si vida les pertenece, y nadie puede
imponer nada en este aspecto.
Sólo
el lamento de las calles y los parques sin
niños, nos recordarían que la vida sin el
bullicio, el griterío, la algazara y las desbordantes risas de los niños, se
reduciría a un mundo infeliz y solitario, dónde las mascotas jamás ocuparían su
lugar, ni en los hogares, ni en las calles, ni en los parques, que llorarían la
ausencia de lo mas preciado que por fortuna en este mundo tenemos, que son los
niños.
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