Hace
poco tiempo, con el título de “el discreto encanto de Muñoveros”, escribí un
artículo acerca de este encantador pueblo segoviano, dónde residí durante una
docena de años, y del que guardo gratos recuerdos que atesoraré para siempre, dónde
conocí los amigos que conservo, y a tanta buena gente con la que conviví y
disfruté los mejores años de mi vida, en plena adolescencia y juventud, entre
amables gentes a las que siempre agradeceré la acogida que nos dispensaron a mí
y a mi familia durante esos inolvidables años.
Un
pueblo castellano, amable limpio, tranquilo y claro, como tantos de esta
hermosa meseta, que pugna cada día por amanecer con el horizonte pulido por el
sol, con el brillante y blanco renacer de su transparente y luminosa atmósfera impregnada
del perfumado aire de los pinares que lo acunan y protegen, de las arboledas de
chopos y álamos entre los que serpentea el río Cega, aliados todos ellos para
cuidarlo durante el día y mecerlo por la noche, soñando con los caminos que lo
rodean y los campos que lo envuelven, blancos
en invierno, dorados en verano, verdes en primavera y en otoño deshojados.
Y
así ha ido cubriendo etapas a lo largo de los años, por dónde han pasado
generaciones de abuelos, padres, hijos y hermanos que han disfrutado de su
pueblo durante el tiempo que les ha sido concedido, hasta llegar al día de hoy,
año tras año, siglo tras siglo, sin interrupción, sin apena cambios
reconocibles, durante los cuales han ido labrando la tierra y cuidando los
campos, que agradecidos, han ido cediendo las cosechas que llenan los graneros
para obtener el pan de los hombres y el grano de los agradecidos animales que
colaboran y ayudan en las faenas del campo.
Y
ahora contemplo cómo toda esta limpia trayectoria se quiere borrar a golpe de
planta de biogás, por parte de quienes consideran que la paz de los campos ha
tocado a su fin, que el aire ya no será lo que era, que la tierra dejará de mostrar
su blanca y luminosa cara, que los vientos no trasladarán ya su perfumado aroma, que los
caminos sufrirán el castigo del ruido de las máquinas, transportando los
desechos de animales y plantas que alterarán el medio ambiente y un paisaje
inmutable durante siglos, que Muñoveros
y sus gentes lamentarán, un pueblo de limpia y recia alma castellana obligado a
lamentar cómo alteran la paz de sus campos, la pureza de su aire y el brillo de
sus amaneceres.
Nuestros
campos bañados por el sol y por el aire, labrados por las manos de quienes los
cuidan y contemplan con dedicada y exigente devoción, no merecen el castigo de
la voracidad del ser humano empeñado en rentabilizarlos a toda costa, sin piedad,
sin consideración alguna hacia un medio ambiente que se ve agredido ya no sólo
en las ciudades, sino en los medios rurales tan necesitados de protección, de
respeto, de solidaridad con sus pueblos, con sus gentes, que se ven indefensos
ante estas agresiones a su derecho a vivir en un medio limpio de una
contaminación que no ha provocado, y que degrada y maltrata su calidad de vida.
Flaco
favor le hacen estas plantas a esa España vaciada que tan a menudo está en boca
de todos, pretendiendo resolver una despoblación galopante, si continúan con estas
acciones que maltratan y ensucian los campos de esa España rural que clama por sobrevivir
sin que la contaminación los obligue a abandonar sus pueblos, hoy aún limpios y
dispuestos a seguir disfrutando de su privilegiado medio ambiente. No maltraten
nuestros campos.
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