Desde
mi más tierna infancia albergo recuerdos del término trolero, muy popular
entonces, cuando se utilizaba para designar a quienes acostumbraban a engañar
con frecuencia, a inventar, a quienes mentían más que hablaban, a quienes, en
definitiva, contaban trolas, al trolero de siempre, de toda la vida, él al que
todos conocían, que a nadie engañaba, sin malicia ni maldad alguna, pero que no
obstante persistía en el empeño, inmerso en su peculiar mundo trapacero en el
que parecía vivir convencido de su persistente engañifa, y los resignados y
silenciosos interlocutores, que esperaban pacientes con una media sonrisa
dibujada en los labios, que acabase la sarta de alocadas historias fruto de una
imaginación disparatada, desbordada, pero sin pretensión alguna de ofender ni
molestar a nadie.
Hoy,
éstos modernos troleros ya no se limitan a ejercer su singular labia en
reuniones de amigos o en charlas de barra o ascensor, sino que vagan por doquier a otro nivel, ya sea en los
medios de comunicación clásicos, en las redes sociales o en reuniones, convenciones y, sobre todo,
en el mundo de la política, no sólo en sus agotadoras e insoportables campañas,
dónde los voceros de turno, han hecho de la mentira y el engaño un auténtico y
espectacular ejercicio digno de competir con el de aquellos troleros que citábamos,
a los que nada tienen que envidiar, y a los que superan no sólo por el alcance
en la difusión de sus manifestaciones, sino por el contenido de las mismas, sin
duda con otras ocultas y siniestras pretensiones y siempre a otro nivel.
Troleros
en definitiva, con una diseñada e intencionada capacidad para lograr unos
objetivos basados en conseguir un desmedido y ambicioso poder que los sitúe
allí dónde pueden influir en las vidas y haciendas de las gentes, los grupos de
dirección y decisión, así como en las altas esferas económicas y sociales, donde
sentir satisfecha su ególatra y soberbia necesidad de lograr el poder y el
control que persiguen a toda costa, y cuyo máximo exponente reside en el cargo
ejecutivo de mayor nivel que un ciudadano puede lograr cuando asciende a la
presidencia de un país.
Un
elevado y responsable puesto al que sólo deberían acceder quienes aporten la
dignidad, honestidad y capacidad ampliamente demostradas, sin el menor atisbo
de cuestionar, traicionar o defraudar las capacidades y cualidades citadas, que los invalidarían absolutamente
para ocupar un cargo dónde la representación de sus ciudadanos, al máximo nivel,
es la exigente y alta tarea que han de desempeñar, siempre sin la menor
sospecha de haber llegado hasta allí sin tacha de ningún tipo que pudiera
oscurecer su acceso al poder.
Vivimos
en nuestro país unos convulsos tiempos políticos, en los que el trolero
político - que no el troleo, que no es lo mismo - está siendo moneda común
entre nuestros representantes a todos los niveles, incluidos los que ocupan los
más altos cargos – en este gobierno destacan varios especialistas en este
deleznable tema - dónde el trolero que miente, engaña, falsea e inventa, está a
la orden del día, buscando los más miserables e indignos signos que puedan
suponer un demérito para el rival, el decadente, indigno y detestable “y tú más”,
con el que tratar de desacreditarle ante los demás, en un ejercicio de perversidad
moral que no soporta el menor examen de una necesaria, exigente y honesta
muestra de humana honradez.
Y
aquí debemos hacer mención a un término de plena actualidad, que parece derivar
de “trolero”, aunque no es así, que es “troleo”,
acto de ofender, provocar, boicotear y entorpecer, que necesariamente no son
atribuibles al trolero, ya que este, en principio, sólo tiene interés en mentir
e inventar – los modernos políticos troleros suelen argumentar que no mienten,
sino que cambian de opinión – lo que los desacredita no solo como troleros,
sino como representantes de los ciudadanos a los que ofenden al tomarlos por
ignorantes.
Precisamente
trolear, es lo que dice hará en el Senado uno de los titiriteros que tienen en
jaque a este ejecutivo, en una indigna, absurda y ridícula acción, que no
persigue engaño alguno - aunque lo intentara el titiritero, a nadie iba a
engañar a estas alturas de la representación - sino que tratará de entorpecer y
boicotear, algo que le deja a un nivel tal, que los antiguos troleros citados
al principio de estas líneas, le dejan en mal lugar, ya que aquellos nos
entretenían y divertían, mientras que éstos nos hastían, cansan y aburren, sin
aportar nada positivo a una sociedad crispada y harta de tanta y tan detestable polarización como
han creado.
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