Estamos
viviendo una situación política inauditamente trastocada por unos
representantes que desconocen el término impunidad, instalados en una vileza
galopante que causa sonrojo a quienes aún, instalados en su bonhomía ingenua y
bienpensante, conciben su desempeño como un ejercicio honesto, justo y leal,
honrado y dedicado, amable y sincero para con los ciudadanos que los han
elegido, que han confiado en ellos y que hoy se llevan las manos a la cabeza al
contemplar la deriva autoritaria que ha conducido al gobierno a unos manejos
calamitosos de las instituciones del Estado,
como no habíamos conocido jamás en
nuestra corta historia democrática.
Se
desenvuelven como pez en el agua a la hora de utilizar como moneda de cambio cuantos
recursos quedan a su alcance, ya sean materiales o humanos, instrumentalizando
los poderes democráticos, fundamentalmente el que atañe a la justicia, el
Judicial, como si fueran suyos, de su exclusiva propiedad, y así utilizarlos a
su antojo con un único propósito que no es otro que el de perpetuarse en el poder,
cubiertos como están por una ausencia absoluta de escrúpulos y una soberbia
rampante que no les permite ceder ni un ápice en su absoluta convicción de que
el Estado les pertenece, y así, mercadean, compran y venden y juegan a sus
anchas hasta conseguir cuanto desean.
Todo
ello forma parte de una ceremonia del más absoluto y desconcertante despotismo
que ni soñábamos podíamos contemplar a estas alturas, en un país moderno de una
Europa, que alertada por lo que aquí está sucediendo, está empezando a tomar cartas
en el asunto, exigiendo una limpieza democrática de la que nos estamos
alejando, solicitando información acerca de los manejos de un gobierno que
siente muy poco respeto por la división de poderes, pilar básico y fundamental
del Estado Social y de Derecho.
Afortunadamente
son muchos ya los que desde hace tiempo vienen advirtiendo del rumbo errático e
incierto seguido por la política de este país, que basada en el engaño, la
mentira y una decadente soberbia que todo lo justifica, siempre al margen de
consideraciones éticas que pudieran limitar su cínica acción, está causando un
daño considerable a las instituciones y por ende a una democracia que contempla
impasible cómo se vulneran sus principios más elementales como la independencia
judicial, asaltada por un ejecutivo sin escrúpulos, que avanza inexorablemente
hacia una arbitrariedad aplastante en sus decisiones, que no se detiene ante
nada a la hora de alcanzar sus objetivos de poder, utilizando para ello cualquier
medio, lícito o no, estratagema, subterfugio legal o recurso de dudoso origen, y
utilizarlo así, sin escrúpulo alguno para lograr sus fines.
Si
escribir es llorar, las lágrimas deberían llenar infinidad de páginas sobre
este tema, asunto que nos atañe a todos, que oímos constantemente, cada vez con más insistencia, dónde sale a
relucir este asunto, en ocasiones tratado de una manera informal, sin concederle
la importancia y la trascendencia que tiene, se toma a broma, con un aire jocoso
que concede a los políticos implicados, una especie de protagonismo propio de héroes
de cómic, como si fuesen unos personajes más de una rocambolesca tira
tragicómica con los que simpatizan y a los que atribuyen valores éticos y
estéticos con los que simpatizan, con los que comulgan a la hora de llevar a
cabo sus atrevidas hazañas, teñidas de una mezcla de osadía y desafío que les
atrae intensamente, y con los que acaban formando una corriente de afinidad,
que les conmueve y convence a partes iguales.
En
otras ocasiones, el enfrentamiento está servido, cuando huyendo de la simpleza y
el desconocimiento, se ponen en cuestión las dos partes en litigio, llegando a una
discusión, en ocasiones de una crispante intensidad, que no favorece en
absoluto el entendimiento, cuando enrocándose cada parte en su férrea e
inamovible posición, la crispación entra en juego y la racionalidad y el buen
juicio pierden sus papeles en favor de un dogmatismo, que como todos, acaba con
la posibilidad de conceder una mínima parcela de razón al otro, y con ello, el
final de un discusión que no va a llegar a ninguna conclusión que se pueda calificar
como válidamente Razonable.
Pero
el tema es serio, no se trata de un tema baladí que se pueda tratar a la ligera,
o que se resuelva a bastonazos mentales, impropios de seres pensantes y
responsables a los que les afecta de forma directa, ya que sus vidas y
haciendas dependen de las decisiones que los protagonistas de esta trama, léase
los políticos, tomen cada uno de sus días, con una repercusión directa que no
pueden evitar ni deben obviar, salvo que intenten controlar sus actos.
Ruego
me permitan citar un párrafo escrito por Javier Cercas, que me parece
admirable, y que describe la situación de una manera absolutamente ejemplar,
objetiva, rotunda, y a la par que magníficamente resumida, a la que poco más
hay que añadir: “Tenemos una clase política cínica, irresponsable y envenenada
por el poder, que no trabaja para unirnos, sino para separarnos, que considera
el engaño un instrumento legítimo, y pueril la mínima exigencia ética. Hemos tocado
fondo”.
Sin alarmismos innecesarios, sin dogmatismos exacerbados, sin radicalismos nefastos que nublan la razón y el entendimiento, este análisis sólo pretende llamar la atención sobre una deriva política que no debería tener cabida en un país democrático que se precie de serlo. La huida de los extremismos radicales, así como de una desmedida ambición, debería dar paso a la razón, y de ahí a una moderación que lleve a los gobernantes a dedicar su tiempo a mejorar la vida de los ciudadanos, cuyo destino, al elegirlos como sus representantes, depositaron en sus manos.
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