Inmersos
estamos, a nuestro pesar, en esta perversa vorágine de los acuerdos de
legislatura, cuando apenas ha echado a andar, con un mar de decretos
comprimidos en una leyes, que aprueban unos, reprueban otros y los demás no
saben por dónde se andan, esperando los oportunos acuerdos y desacuerdos
mantenidos en vaya usted a saber dónde, léase siniestros cuartos oscuros,
pasillos, escalinatas y otros recovecos varios, teléfono en mano, contactando
con quién vaya usted a saber habrá en
esa ocasión al otro lado, que puede tratarse del titiritero jefe que mueve los
hilos desde su palacio de invierno.
Claro que quizás se trate de algún subalterno
autorizado – mero intermediario sin mando en plaza – que le trasladará los
penúltimos acuerdos habidos o por haber, y que deberá digerir cuidadosamente
sobre la marcha para decidir, en función de la situación presentada, de su
sentido del humor en ese momento, o de simple y llanamente, de su personal y
real capricho, hasta dónde aprieta las tuercas a su títere favorito, a
sabiendas de que algo conseguirá, de que algo logrará de quién tan necesitado
suele estar de sus afectos en forma de votos y otros menesteres que en tanta
estima tiene, y que tarde o temprano, a base de acumular favores, llenará de las
suficientes competencias el despacho para poder emanciparse, de lograr una
independencia, que es su máxima e irrenunciable aspiración.
Patético
espectáculo nos está ofreciendo continuamente un gobierno desnortado, que se
resiste a reconocer que se encuentra en una dramática situación que quiere
salvar a toda costa, frente a unos apoyos puntuales que le chantajean a
sabiendas de que conseguirán cuanto persigan, a consecuencia de la debilidad mostrada
por un gobierno que está obsesionado por perpetuarse en el poder a toda costa,
favoreciendo sus intereses en el sentido de obtener unos suculentos réditos que
saben conseguirán, a nada que amenacen con romper una legislatura que pende de
un hilo, y que está convirtiéndose en un auténtico suplicio para un presidente
ególatra y soberbio que se resiste a reconocer la trágica posición de debilidad
en la que se encuentra.
Y
así sobrevive día tras día, aferrándose a una supervivencia que consiste en
ceder más espacio a quienes paso a paso están llenando sus arcas y competencias
a manos llenas, en un agravio comparativo cada vez mayor hacia el resto de las
Comunidades, que contemplan cómo se les concede un trato de favor a quienes están
en condiciones de mantener con sus votos a un gobierno que no actúa como tal,
de un modo imparcial, justo y equitativo, sino como una entidad partidista que prima
a quién le apoya y castiga a quién no tiene nada que ofrecerle, en una
actuación egoísta, despectiva y profundamente impropia de un gobierno autoritario
con un notable déficit del necesario y fundamental sentido democrático, del que
parece carecer por completo.
Tan
desesperado parece estar este atribulado ejecutivo, que es capaz de llevar a
cabo ofertas cada día más ingeniosas y sorprendentes, que descolocan al
receptor destinatario que mueve los hilos, en una ceremonia de la confusión que,
al ciudadano que contempla con estupor este tétrico espectáculo, le lleva a
pensar que se trata de una broma, de una cómica e insólita representación
teatral, para su ocio y esparcimiento, ante tanta y tan excesiva exhibición de
malas artes y manera mostradas por quienes tienen la alta responsabilidad de representar
y defender los intereses, las vidas y las haciendas de todos los ciudadanos de un
País, que asiste expectante, cansado y harto a estos acontecimientos que están
dejando en un pésimo lugar a unos políticos, que sin duda, no nos merecemos.
Pero
pese a todo lo expuesto, lo más sorprendente, lo que nos deja absolutamente
sorprendidos y nefastamente descolocados es el hecho de que algunas de las
cesiones concedidas por el gobierno a sus acreedores, léase las competencias en
inmigración, parecen carecer de contenido, algo que ambas partes parecían conocer,
pese a haber sido exigidas por los unos y concedidas por los otros, como si se
tratara de un siniestro y ridículo juego acordado por ambas partes, como si
quisieran jugar al ratón y al gato, al engaño inocente e infantil, al despiste,
como si quisieran engañarse mutuamente, sabiendo que para perpetuar el juego
por ambas partes necesitan de vez en cuando que aquello que venden y compran, sea
simplemente humo.
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