Cuando
aún no se han apagado los ecos de las declaraciones de la ministra Ribera,
acerca de las malas querencias de los jueces, en concreto del juez Castellón, cuando
aún seguimos impactados por el inaudito señalamiento de los representantes del
poder judicial, otra ministra, a la sazón la también vicepresidenta Montero, nos
ha sorprendido con unas lindezas, no exentas de una torpe y rechazable
grosería, que nos han dejado estupefactos, a la espera de un próximo exabrupto,
que a la vista de la evolución de estas malas y rechazables maneras, es muy
posible que no se harán esperar.
Según
la inefable ministra, al referirse al portavoz del PP en el congreso, afirma: “este
hombre que habéis mandado para Madrid, el de las gafas, bueno, los dos tienen
gafas – en referencia a Feijoo – el que tiene menos pelo, Tellado”, pronunciado
con su mordaz y cáustica sonrisa, no perseguía otra cosa que, de una despectiva
forma, algo habitual en ella, molestar y señalar de una punzante y corrosiva manera
que “ese hombre” es calvo, enfatizándolo para que, en una mezquina maniobra, pretendiese
que el comentario resultase altamente peyorativo y molesto para la persona a la
que se refería.
Maniobra
propia de gente sin escrúpulos, sin educación ni respeto alguno, que no merece
formar parte de un grupo social representativo del tipo que fuere, y mucho
menos de un gobierno, que mantiene en sus filas a dos representantes, ambas
ministras integrantes del poder ejecutivo, que no tienen la entidad ni la ética
que debería exigírsele a quién ostenta un cargo tan relevante como el que
ostentan, y que son incapaces de reflexionar, y en su caso formular las excusas
oportunas, que es lo mínimo que deberían hacer, pero sabiendo de su soberbia y
altanera actitud, sin duda no llevarán a cabo.
Tampoco
podemos esperar, porque ya conocemos el talante del jefe del ejecutivo, que en
un alarde de honestidad y sentido común, cese a estás ministras, por
entrometerse una de ellas en el poder judicial y la otra por ofensas, burlas y
falta de respeto hacia otro representante político, que no deberían, en ningún
caso, continuar en un gobierno al que no hacen honor alguno ante tanta falta de
una ética mínima exigible de la que no parecen disponer en absoluto, y que el
susodicho presidente no va a tomar en cuenta, ya que tanto él como el resto de
componentes del ejecutivo, no se han molestado en censurar, algo que ya
esperábamos, y que no nos sorprende en absoluto, en un alarde impresentable de
defensa de unas actitudes absolutamente rechazables de las ministras en
cuestión.
La
pregunta es ¿qué está pasando? No ya en este impredecible e impresentable
gobierno, sino en un PSOE desconocido, desnortado, sin debate interno ni
contestación externa, que en una huida hacia adelante, está batiendo todas las
marcas posibles, irreconocible hasta en sus nombres más ilustres que dejan
hacer y deshacer, con apenas unas manifestaciones críticas mínimamente
audibles, temerosos de lo que a algunos les ha acarreado, léase expulsión,
olvido y, lo que es peor, desprecio, que es peor aún que el ninguneo con el que
los castigan estos aprendices de socialistas venidos a menos, que están
logrando que muchos de sus votantes se lleven las manos a la cabeza en un gesto
de incredulidad primero y desesperación después, que creen lo que está pasando
porque lo ven, y que dudan abiertamente del acierto de un voto del que dudan
seriamente volver a llevar a cabo.
Cierto
es que la ministra en cuestión recibió por la otra parte, y en uso de su
derecho de réplica, una advertencia en cuanto a su aspecto y atuendo personal,
algo que le debió afectar en sumo grado, pero a la que se hizo acreedora por
sus malas artes, maneras y formas de toda una ministra vicepresidenta de un
gobierno, por lo que tanto aquella como éste, debieran hacérselo ver, no tanto el
aspecto personal, en un caso, como la negativa imagen en el otro, sino la mala
educación y la deriva crispante, y autoritaria,
respectivamente, que los define, caracteriza y descalifica para el ejercicio de
sus funciones.
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