A
esta alturas, debería resultar materialmente imposible describir una vez más esta
hermosa y soberbia obra que nos ha correspondido disfrutar a los habitantes de
esta hermosa ciudad, de esta afortunada provincia, de este agradecido País, que
tiene la suerte y el inmenso placer de compartir el más excelso monumento
romano que tan formidable civilización erigió en sus largos siglos de historia,
a lo largo y ancho del inmenso imperio dónde llevaron a cabo formidables obras
del calibre de nuestro querido acueducto, pero que de ninguna manera pueden con
él compararse, tanto por su esbelta y prodigiosa verticalidad, como por su
bellísima estampa y su excelente estado de conservación, que hacen de esta
maravilla, el mejor ejemplo de este fascinante tipo de obras que los romanos
manejaron como nadie.
Acabo
de leer un pequeño pero edificante y erudito libro, que recomiendo encarecidamente,
que lleva por título: “Misterio del acueducto de Segovia”, de Dominica Contreras
López de Ayala, que se lee con inmenso y agradecido interés, dónde describe y
relata con acierto pleno y documentación exhaustiva acerca de la organización
administrativa de Roma, de sus gobernantes, y por supuesto, de la Segovia de la
época y de su grandioso acueducto, con una genial y docta descripción del mismo
en todos los órdenes y, como no, y una vez más, acerca de su origen y datación.
Algo
que logra rejuveneciendo a un coqueto acueducto en varias décadas, y asignando su
comienzo a la dinastía Flavia (Vespasiano, Tito y Domiciano), correspondiendo al
primero de ellos el honor de ser el emperador bajo cuyo mandato se ordenó su
construcción, acompañando su amena lectura con multitud de ilustraciones y
fotografías, con las que se ayuda a entender y comprender dicho origen, y sobre
todo a valorar la magnífica obra que
disfrutamos, al compararla con otros similares construidos por todo el imperio,
que de ninguna forma pueden equipararse a nuestro acueducto.
Jamás
dejará de sorprenderme un acueducto que a lo largo de mi vida habré contemplado
en miles de ocasiones, que lo he recorrido completo en varias ocasiones, que,
extasiado, he dedicado largos y emocionados momentos a disfrutar de su
imponente y hermosa planta, que incluso, ahora que la autora del citado libro
ha pedido que se aleje la circulación unas decenas de metros, porque como
afirma, se puede y se debe, recuerdo con pesar cuando la circulación pasaba
impune y nocivamente bajo sus arcos, algo que se desterró muy tarde, pero que
afortunadamente se llevó a cabo en su momento.
Lo
veo tan sólo, tan indefenso, sometido a los dañinos efectos de una cruel
intemperie como la que soporta este magnífico coloso sufriendo un clima tan
duro y despiadado como el de la meseta castellana, que ya en alguna otra reseña
acerca del acueducto, pedía yo, con ingenua desesperación, cubrirlo en su parte
más elevada con un armazón invisible y dotarlo con transparentes y estilizados arbotantes
como los que soportan el empuje de las bóvedas de las naves de nuestra
bellísima catedral, con el objeto de preservarlo de los perversos agentes
atmosféricos que pugnan por maltratar al gigante en su titánica lucha por
conservar su poderosa verticalidad.
Mágico
y seductor, el acueducto enamora a primera vista, y a partir de entonces
jurarle fidelidad resulta tarea grata y edificante, con una necesidad constante
de regresar, de contemplarlo desde una prudente distancia que te permita
recrear la vista con la hermosa visión que te regalan sus perfectas arcadas que
llevan dos milenios contemplando esta incomparable y espléndida ciudad,
orgullosa de su inigualable acueducto que tenemos el inexcusable deber de
cuidar, admirar y disfrutar, y que pese al paso del tiempo y sus inevitables inclemencias,
aún disfruta de una juventud, que como tal, promete un alentador devenir para
el disfrute de las afortunadas generaciones que han de contemplarlo en el
futuro.
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