Ya
nada nos sorprende, nada nos inquieta, nada nos turba, porque curados estamos
de espanto, porque la desfachatez, el desvarío y el atrevimiento soberbio y arrogante
que caracteriza a este gobierno, es moneda común en un ejercicio de la defensa
a ultranza de sus tesis desafiantes contra todo y contra todos, que tienen como
única y obsesiva base, una desafiante actitud ante cualquier obstáculo que se
interponga en su camino hacia la continuidad en el poder, eliminándolo de su
errática trayectoria.
Utilizan
para ello todos los recursos a su cargo, tratando desesperadamente de allanar
el camino del titiritero jefe, que desde su cuartel de invierno allende las
fronteras, pugna por regresar – él y los suyos – limpios de polvo y paja, con
perdón por el exabrupto, que en cualquier caso resume a la perfección lo que
expresar queremos y debemos, tratando con ello de ocultar, bajo una manida y
burda justificación, aquello de que lo hacen por la “convivencia”, cuando en
realidad, y a nadie se le engaña ya a estas alturas, es simple y llanamente, por
su conveniencia.
Tantos
esfuerzos están llevando a cabo en esta empresa por traerlos de vuelta, por
materializar su impunidad ante la justicia, que cualquiera que siga las
declaraciones de los ministros y socios varios afines a la causa, se dará
cuenta de inmediato de la cruzada que llevan a cabo para sortear cuántos
obstáculos encuentran a su paso que puedan impedir el regreso de los amnistiados,
que burlando la justicia a la que no serán sometidos cual ciudadanos
privilegiados al margen de la ley, desarrollan una encomiable labor para
traerlos cuanto antes a casa, asegurando así unos votos agradecidos que
ayudarán a seguir con una legislatura que hace aguas por todos lados.
Siguiendo
esta línea de acción acordada por unanimidad – el encuentro de los miembros del
ejecutivo en la finca de Toledo sin duda debió dejar bien claro la susodicha
posición – la lectura de la oportuna lectura de la cartilla, ha surtido efecto,
quedando claro que la única forma de supervivencia es la de actuar como una
piña, todos a una, con un discurso similar y único, que no deje resquicio
alguno a posibles interpretaciones que dé lugar a cuestionamientos confusos no
deseados.
Y
así, nos encontramos con las intempestivas declaraciones de la ministra
vicepresidenta Ribera, tan habitualmente moderada hasta ahora, acusando al juez
Castellón de estar poseído por una querencia que le induce a pronunciarse en
momentos políticos sensibles – el juez pide actuar legalmente contra Puigdemont
– afirmando “yo sería muy cauta con respecto a la manera en la que se está
pronunciando este juez, que, como digo, nos tiene acostumbrados a que casi
siempre se incline en la misma dirección”.
Intolerante,
inadmisible, y absolutamente rechazable la injerencia de una componente del
gobierno en uno de lo poderes del Estado, en este caso el judicial, algo a lo
que nos tienen acostumbrados, con una desfachatez tal, que descalifica a quién
osa pronunciarse de este despótica forma, que por tratarse del ejecutivo de un
país europeo como el nuestro, asusta, preocupa, y pone en cuestión a quienes
entienden la democracia de esta autoritaria manera.
Las
denuncias ante Europa por las injerencias en el poder judicial se multiplican, como
posiblemente sucederá después de estas intempestivas declaraciones que no
pueden dejar impertérrito a nadie que entienda la división de poderes como algo
fundamental del Estado de Derecho, sin la que la democracia pierde toda su razón
de ser, y ante lo que no cabe justificación alguna para quienes todo vale, y
apoyan estos oscuros y siniestros comportamientos con aquello de que el fin
justifica los medios, lo que supone un aberrante e impropio razonamiento al
margen de toda lógica humana.
Europa
ya ha respondido en alguna ocasión a las denuncias presentadas por unos
comportamientos inadmisibles, advirtiendo al gobierno de su errática deriva autoritaria,
que según parece no piensan corregir, como lo demuestran con estas declaraciones,
con las que manifiestan su rechazo a respetar las decisiones judiciales, salvo las
que consideren oportunas, y en el momento que las crean adecuadas, y sugiriendo
al juez que se olvide de su querencia, es decir, de su tendencia, de su
inclinación, de su afán persecutorio
hacia alguien, en su legítima e irrenunciable actuación como representante de
la justicia.
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