El
Renacimiento, constituye sin lugar a dudas, la época más brillante del
florecimiento de las bellas artes de la historia de la humanidad. La pintura,
la escultura, la arquitectura, entre otras artes, sobresalieron de una forma tal,
que con una impetuosidad y una pujanza que seguramente nunca volverá a repetirse,
congracia a los seres humanos con una redención necesaria, ante tantos
destrozos y desvaríos como ha cometido a lo largo de su existencia en este
planeta Tierra.
Los
siglos XV y XVI, sobre todo en Italia, dónde los mecenas jugaron un importante
papel – Los Medici, Sforza, Gonzaga - el arte en general alcanzó cotas inimaginables
para la época, que aún hoy, siglos después, sigue maravillando a los amantes de
la belleza, que siguen extasiados ante la contemplación de infinidad de obras
que nos legaron los numerosos genios que surgieron, fundamentalmente en
Florencia, Venecia y Roma, que llenan los museos de estas ciudades, y las de
todo el mundo, en una admirable y gloriosa demostración de la enorme capacidad
del ser humano por ingeniar, desarrollar y materializar el amor por la belleza,
la elegancia, y la irresistible atracción que a través de su perfecta armonía
llena los sentidos al contemplar una hermosa obra de arte.
Fueron
tantos los talentos que brillaron durante el Renacimiento, que citarlos a todos
supondría una ingente tarea, excesivamente larga, que conllevaría el riesgo de dejar
de lado a alguno de ellos, lo que constituiría una imperdonable omisión, que ni debemos ni
podemos permitirnos, ya que su ausencia, dejaría incompleto el relato de éstos
irrepetibles genios del arte, lo que podríamos calificar de una absoluta
injusticia histórica que cometeríamos, nosotros, los mortales, humanos
insignificantes, ante estos dioses, gigantes del Renacimiento, del Quattrocento
y Cinquecento, que merecen toda la admiración y el respeto de una humanidad
agradecida por la belleza que a través de sus obras nos legaron.
Imposible
destacar a alguno de estos talentos, ya que supondría no sólo una
desconsideración hacia los demás, sino un manifiesto e injusto error, ya que
cada uno de ellos, desarrolló una hermosa e ingente obra, que no debe ser
comparada con los demás, ya que poseen características propias que la hacen
exclusiva, diferente y original para cada uno de ellos, alimentando así, la variedad,
la magnitud y la grandiosidad de una obra desarrollada durante un período que
consideramos impagable para la cultura de una humanidad tan necesitada de éstos
hechos y acontecimientos que dignifican a los seres humanos.
Michelangelo
Buonarroti, Miguel Ángel, el Divino, es uno de los gigantes de esta época. Brilló en la escultura, la pintura y la
arquitectura, con un carácter que le definen como hosco y colérico, presto a las
discusiones y al mal genio, desarrolló su inmensa obra – vivió ochenta y nueve
años- entre Florencia y Roma, dónde trabajó para varios papas, a los que
trataba de igual a igual, que le encargaron numerosos trabajos, siendo famosas
las broncas y frecuentes discusiones con ellos, con los que rompía con
frecuencia los contratos acordados, retornando casi siempre a los mismos.
Cuando
Julio II le encargó el monumental trabajo de los frescos de la bóveda de la
capilla Sixtina, los enfrentamientos fueron continuos. Julio II se sentaba en
la base de los andamios y le gritaba ¿Cuándo acabarás? ¡Cuando termine! le
respondía invariablemente Miguel Angel, que pese a la impresionante labor
llevada allí – se negó en principio a ello, ya que él se consideraba un
escultor y no un pintor -. Años después de pintar la bóveda – el génesis – hizo
lo mismo con el ábside – el juicio final – , constituyendo un hermoso y
grandioso ejemplo de la pintura al fresco, especialidad que él siempre dijo que
no dominaba.
Es
conocida la respuesta que dio a quién le preguntó acerca de cómo esculpió La
Piedad: “la escultura ya estaba dentro
de la piedra, sólo tuve que quitar el
mármol que sobraba”, lo que resume la inmensa capacidad artística de este
genio, dotado de una exquisita sensibilidad, que llevó a cabo además obras como
David, Moisés, Tondo Doni, Esclavos, El Angel, Piedad Rondanini, tumba de Julio
II, tumba de los Medici, entre otras, así como la cúpula de la basílica de San
Pedro como obra más representativa de Miguel Angel en su faceta de Arquitecto, que
le consumó como uno de los genios más grandes de todos los tiempos.
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