martes, 18 de octubre de 2011

EL DESAMPARO

La desolación, el dolor, la infinita tristeza y desamparo causados por el terrorismo a las víctimas, inocentes objetivos de la barbarie cometida por quienes alentados por el odio, la crueldad y el fanatismo más inhumano y devastador destrozaron sus vidas, nos causa un profundo sentimiento de solidaridad, comprensión y respeto.
Vieron sus vidas sesgadas por aquellos que a la hora de cometer sus horribles actos, no mostraron ningún sentimiento de piedad a la hora de llevar a cabo sus abominables actos, injustificables, terribles, de una brutal e insensible atrocidad que ha llenado de espanto, soledad y desconsuelo a cientos de familiares durante cincuenta años de iniquidad, locura y la más injustificable de las atrocidades.
Nadie, en ningún momento, bajo ninguna circunstancia, puede tratar de acreditar, razonar, argumentar o defender tamaña ignominia, que, sin embargo durante mucho tiempo y no solamente en el País Vasco, pareció comprenderse con aquello de que algo habrían hecho, por algo los matan, no serán tan inocentes.
Bárbaro razonamiento, demasiado extendido para desgracia de las víctimas, y de sus familiares, que tuvieron que ocultarse, en un acto de doble crueldad hacia ellos, como si fueran los culpables de unos actos incalificables que tardaron en ser reprobados demasiado tiempo, hasta que fueron reconocidos como crímenes sin más, fruto del desprecio más absoluto por la vida y el dolor ajenos.
Durante mucho tiempo volvimos la vista, hicimos como que no iba con nosotros, hasta intentamos entenderlo, y de ello, muchos, demasiados, seguramente fuimos culpables. Hasta que nos abrieron los ojos las salvajadas a las que el fanatismo puede llegar y descubrimos las atrocidades cometidas por los mensajeros de la muerte y la devastación.
Descorazonador, triste y vergonzoso, que muchos continúen ahora, después de más de ochocientos muertos, justificando la violencia o al menos, tolerándola, sin condenar claramente a los autores de los asesinatos y colocando en la misma balanza a los verdugos y a las víctimas, tratando de equipararlos, como si hubiera habido dos bandos en lucha, como si las víctimas fuesen las culpables de sus crímenes.
No podemos olvidarnos en ningún momento de las víctimas causadas por otros terrorismos de otro signo, como el que se dio en Madrid el 11 M, y que resulta igual de odioso y cruel. Su rechazo ha de ser el mismo, ya que el dolor causado es igual de injustificable.
Recientemente ha tenido lugar en Euskadi la llamada Conferencia por la Paz. Representantes políticos de diversos países, según ellos, expertos en negociaciones de paz, ex presidentes, ex ministros, y otros representantes de organismos internacionales, se reunieron en San Sebastián, y durante tres horas y sin un exhaustivo grado de conocimiento de la situación que analizaban, debatieron sobre un tema que ya dura cincuenta años.
El comunicado final, después de una intervención de tres minutos de los que disponían cada uno de ellos, no puede ser más desalentador. Prácticamente equipara a víctimas y verdugos, los coloca a la misma altura y recomienda a los terroristas a los que en ningún momento califica de tales, que abandonen las armas y al Estado que negocie con ellos. Podían haberse quedado en sus países y haberles ahorrado a los familiares de las víctimas una afrenta más.
Sólo el abandono de la violencia, el reconocimiento del dolor causado a las víctimas y a sus familiares y el perdón expresado por los culpables hacia ellos, puede cerrar un capítulo de la historia de España que nunca se debiera haber escrito.