Son tantos los acontecimientos
de toda índole que adornan el panorama actual español, que resulta difícil
explicar cómo los ciudadanos soportan tantos avatares tan diversos, tan
constantes, tanto ruido mediático en definitiva, ya sea político, sociales o
económico, que de ninguno falta, impidiendo con ello un normal desarrollo del
día a día ciudadano, siempre pendientes de las nuevas noticias que nos deparan
los abundantes medios encargados de recordarnos que somos los sujetos de asimilar
dicha información, sin la cual ellos no son nada, cuya misión es la de lanzar a
los cuatro vientos cuanto sucede en un País, que se encuentra continuamente agitado
por una escena política que no nos da el menor respiro, ya sea con frecuentes
elecciones, con conflictos internos de los partidos políticos, con nuevas
corruptelas, descubrimiento de continuos derroches y escándalos diversos y
ahora, para rematar la faena y rizar el rizo, la abdicación del Rey y la subida
al trono de su hijo, deprisa, corriendo, casi volando, lo cual está
consiguiendo que el País se encuentre inmerso en un desenfrenado frenesí de
debates, tertulias, charlas y opiniones, que trascendiendo los medios de
comunicación, donde habitualmente se llevan a cabo, se han trasladado a la calle,
al ciudadano, que no encuentra respiro ni pausa ante tanta noticia y tanto
desvarío mediático.
Comenzando con las elecciones
europeas, a las que tradicionalmente no se les ha dado la importancia
plebiscitaria que tienen, por parte de unos políticos que siempre han
relativizado sus resultados, argumentando que éstos no se pueden trasladar a
las generales, a las legislativas, donde el sentir ciudadano le hace votar de
una manera muy diferente, dando a su voto una orientación más trascendente, lo
cual repercute de una forma más directa en los partidos políticos, que se
esmeran con más intensidad en conseguir ese voto que se traducirá en escaños en
el parlamento, lugar que ansían conseguir y que les dará opción a gobernar o en
cualquier caso a optar a una mayor influencia en los asuntos del País, todo a
través de los escaños conseguidos, gracias a unos ciudadanos que dicen, votan
con más interés y responsabilidad en estas elecciones generales que en las
europeas.
Pero la sorpresa ha sido tan
grande, tan esperada por otra parte, que sus consecuencias no se han hecho
esperar, con la dimisión fulminante del secretario general de los socialistas y
con la preocupación mal disimulada de los populares, que han visto cómo
millones de votos han pasado de sus filas a las de partidos de nuevo cuño como
Podemos y otros como IU y Equo, que han surgido, sobre todo el primero con una
sorprendente fuerza que han descolocado a los dos grandes partidos, pese a su obstinado
interés en relativizar y minimizar el impacto de estos resultados que
consideran flor de un día, pero que pese a todo les preocupan, pues si se
trasladasen a las próximas elecciones generales – cosa que se permiten dudar –
sería un elemento de auténtica y notable transgresión electoralista que podría
causar estragos en las filas de ambos partidos que hasta ahora se repartían la
inmensa mayoría de los escaños sin tener que ocuparse de los resultados
obtenidos por los partidos minoritarios, que tenían perfectamente controlados y
contabilizados.
Y para completar el estresante
panorama, el Rey dimite de improviso, por sorpresa, se diga lo que se diga, ya
que este tipo de acontecimientos siempre se ven venir, se hacen transparentes
de inmediato y siempre hay alguien que más pronto que tarde se encarga de
filtrarlos a los medios de comunicación que no pierden comba ante semejante
noticia y en segundos, están en internet, en las redes sociales y en todos los
medios de comunicación, que rápidamente se encargaron de dar las oportunas
fechas, auténticamente de vértigo, pues todos los trámites legales y
constitucionales, incluida la ley de abdicación al efecto, que no estaba
contemplada, se ha desarrollado con urgencia y cuasi unanimidad, lo cual no
deja de sorprender, salvo los partidos más a la izquierda – el PSOE, de alma y
esencia republicana parece ahora encantado con la Monarquís - que son los
únicos en abstenerse o votar en contra, por lo que en apenas unos pocos días, los
nuevos reyes ocuparán el trono vacante y a otra cosa, que este tema está zanjado,
salvo para los grupos republicanos que se manifiestan inútilmente – nadie les
va a hacer caso, lo cual no es de recibo – pidiendo un referéndum para que la
ciudadanía decida si desea Monarquía o República, mientras Felipe VI, por
cierto, fue Felipe V, también de la dinastía Borbón quién implantó la Ley
Sálica, aún vigente, para que los varones tengan preeminencia sobre las mujeres
a la hora de heredar el trono. Una anacronía más.
Si a todo esto le sumamos las
conocidas circunstancias de una situación permanente de crisis económica,
social y cultural, que continúa azotando a unos ciudadanos que ven cómo las
oportunidades de trabajo siguen estando bajo mínimos, que quién lo consigue
verá rebajadas sus condiciones laborales en todos los órdenes, no sólo en el
económico, sino en unos horarios a merced y capricho de la empresa, con un
contrato temporal en precario y a tiempo parcial, la conclusión no puede ser
otra que la del desánimo y el pesimismo que se hallan instalados en una
ciudadanía a la que no se le da oportunidad ni respiro alguno.