jueves, 30 de enero de 2014

DON DE LENGUAS

Dícese de quienes poseen el milagroso don de hablar múltiples lenguas que no conocen, por lo que se atribuye al Espíritu Santo la atribución de tal facultad concedida a unos pocos elegidos, generalmente incrédulos, por lo que esta concesión representaba para ellos toda una señal celestial, y en general para todos los no cristianos, de que el recién fundado cristianismo contaba con el aval divino, hecho que animaba a su conversión y a la propagación de una fe que comenzaba su andadura y que necesitaba de estas demostraciones prodigiosas, que asombraban y maravillaban a los posibles candidatos a profesar en un cristianismo necesitado de incrementar la nómina de sus fieles creyentes.
Según la Unesco, en nuestro políglota planeta se hablan, entre lenguas y dialectos, alrededor de seis mil diferentes lenguajes, lo que sorprende hoy en día, en un mundo globalizado y estandarizado, donde la utilización de los medios técnicos y las redes de comunicación, han conseguido unificarlo en muchos aspectos, logrando un continuo y permanente flujo de información al alcance de una inmensa mayoría de seres humanos, que no obstante chocan frontalmente con la muralla idiomática que consigue que esa fluidez comunicativa se vea seriamente frenada y conculcada en gran medida, debido al impedimento que supone el elevadísimo número de lenguas que entran a formar parte del juego comunicativo que tiene lugar en las redes sociales, fundamentalmente, y por supuesto, en la vida diaria de las gentes de procedencias cada vez más dispares que habitan nuestros pueblos y ciudades.
No está tocado este País por la divina mano que otorga el Don de lenguas a sus gentes, las cuales adolecen de ese Don, ya sea por la intervención directa de los dioses o de los hombres, hasta el extremo de situarnos en la cola de nuestro entorno europeo a la hora de hablar alguna otra lengua, al margen de la nuestra, la cual buena falta nos hace perfeccionar su uso, y no digamos por lo tanto de otras, tan necesarias y exigidas en el ámbito laboral, donde somos absolutamente deficitarios, hasta el extremo de representar un serio problema a la hora de encontrar un trabajo aquí, en nuestro País, donde se pide el manejo del Inglés con cada vez más frecuencia y más insistencia en todas las ramas de actividad, un idioma universal por excelencia, que no se tomó en serio en su momento en los planes de enseñanza y que ahora parece haberse relanzado en las escuelas, desde la más tierna infancia, cuando los conocimientos se fijan con una absoluta y brillante facilidad, entre ellos, y de manera especial, el aprendizaje de varios idiomas.
En nuestros tiempos, y gracias a la generosa y clarividente visión de quienes desde sus poltronas dictaban las normas y leyes que iban a regir en las escuelas, universidades y demás centros de formación oficiales, se implantó el Francés como lengua extranjera, impartida muchas veces, como ahora, por personal enseñante deficitariamente cualificado, lo cual, unido a la inutilidad y obsolescencia del aprendizaje de una lengua que en ningún momento llegó a alcanzar la importancia que hoy tiene el Inglés, supuso para tantos y tan esforzados estudiantes de entonces un soberano y mayúsculo error, que vimos cómo dichos conocimientos idiomáticos no nos sirvieron para nada, ni en el ámbito personal, ni en el social ni mucho menos en el laboral, salvo para pavonearnos ingenuamente con un pretendido dominio de un idioma, por el hecho de parlotear algunas lindezas como bonjour, bonsoir, mon amour o mercie beaucoup, y poco más.
 En un País tan pretendidamente Católico, el Don de lenguas no nos corresponde por derecho, ya que ese privilegio se les concede a los que aún no se han convertido. Habremos de esforzarnos por lo tanto en su aprendizaje, o abjurar de nuestra fe, en la esperanza de ser elegidos y bendecidos con ese milagroso Don que nos evitaría su exigente estudio, a la par que nos devolvería al rebaño, cuyo redil abandonamos en un acto interesado y egoísta, que no obstante nos devolvería unos impagables réditos lingüísticos dignos de tener en cuenta, como es el de dominar una lengua extranjera.

martes, 21 de enero de 2014

MEJOR NO PIENSES

Y te ahorrarás múltiples y engorrosos problemas, a la par que de esta forma tan sencilla y eficaz, tan arraigada en la trayectoria sumisa a lo largo de siglos, lograrás, sin lugar a dudas, una estable, tranquila y apacible vida, sin complicártela en absoluto, sin sobresaltos ni sustos que consigan descomponerte de vez en cuando, que te la harán más llevadera, más próxima en la práctica, a la tan deseada y demasiadas veces lejana felicidad, para lo cual basta con practicar la docilidad, la humildad y la obediencia, nada difícil de llevar a cabo si dejas de lado todo orgullo y vanidad, toda dignidad superflua que hoy en día sobra, no se justifica, está de más, sobre todo si tenemos en cuenta que, como dicen ellos, de qué os quejáis, si al fin y al cabo todos vamos en el mismo barco, en el mismo mundo, donde incluso tienen la gentileza de dejarnos llevar los remos, reservándose para ellos, eso sí, una insignificancia, una nadería: el manejo del timón.
Sed sumisos, todos, no solamente ellas, las mujeres, denostadas y vilipendiadas desde el principio de los tiempos, y detestadas por una iglesia católica que llegó a negarles el alma, y que a través del incalificable y reprobable arzobispo de Córdoba, les recuerda que han de mostrarse dóciles y obedientes ante el marido, sumisas en definitiva, para no importunar ni molestar al varón, al que deben obediencia y una dulce y mansa actitud, cercana al vasallaje y a la esclavitud voluntariamente aceptada, que han de adoptar necesariamente para una convivencia estable, duradera y feliz, a la que ninguna mujer jamás debería oponerse.
A san Agustín, se debe, entre otras, la siguiente perla: “las mujeres no deberían ser iluminadas ni educadas en forma alguna, de hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones”. Esto me recuerda aquella expresión, no excesivamente brillante, de que algo ha de tener el agua cuando se la bendice, y viene a colación, por el hecho de que si esta frase proviene de un Santo, se le supone, como al agua, que ha de llevar razón, lo cual es una auténtica barbaridad, con mis disculpas hacia el agua, que, efectivamente es una bendición para el ser humano, pero con una acepción de ese término muy diferente del sagrado, que como siempre, ha intentado apropiarse de cuanto merodea a su alrededor, ya sea pretendidamente divino o simplemente humano.
La situación de emergencia social en la que vivimos, está llevando a multitud de ciudadanos a mostrarse serviles y sumisos en sus puestos de trabajo, si lo hubiere, hasta el punto de que si así fuere, se considera una auténtica bendición – sin sus connotaciones sagradas, que conste – cuando ya desde la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, se consideró el trabajo como una maldición, a la que quedaba condenada el ser humano para el resto de sus días, mientras que hoy se suplica casi de rodillas, un puesto de trabajo, así dure unos meses, para ir tirando, para sobrevivir.
Contradicciones aparte, el hecho indudable, es que esta situación de vasallaje se está llevando a cabo con una auténtica y completa impunidad, avalada por unas relaciones laborales expresadas en la correspondiente ley, que ampara a las empresas a la hora de redactar unos contratos que en muchas ocasiones representan una humillación para el trabajador, al que generalmente no le queda otra alternativa que firmar y callar, ya que si él no lo hace, le dirán, lo harán otros, por lo que debe sentirse afortunado y agradecido ante semejante golpe de suerte que le ha procurado la diosa fortuna.
 Para rematar la faena, y completar el círculo del feudalismo social del siglo XXI, el gobierno prepara una nueva Ley de Seguridad Ciudadana, mediante la cual controlará los movimientos ciudadanos encaminados a la protesta en las calles, con lo cual, afortunadamente, aún nos quedará nuestra propia casa, donde podemos habilitar el salón y el pasillo con el objeto de manifestarnos enérgicamente y mostrar nuestro descontento ante tanta iniquidad de la que somos víctimas los sufridos y pacientes ciudadanos, siempre y cuando – y no quisiera dar ideas – no contemplen en la futura ley esta posibilidad, pues en caso contrario, ya sólo nos quedaría el recurso al pataleo y a la recusación in mente, pero dados los modernos sistemas de espionaje de los que últimamente tenemos noticia, posiblemente nos detectarían de inmediato, con lo cual, casi mejor no pensar, no discernir, no criticar, y conseguir así tener una vida tranquila, plácida y con una total ausencia de problemas. Ora et labora.

miércoles, 15 de enero de 2014

LA INSUFRIBLE SOLEDAD

Vivimos tiempos terribles, en medio de un creciente y angustioso desamparo que acrecienta un sentimiento de soledad e inseguridad que aqueja a una mayoría de ciudadanos que se ven inmersos en una sociedad cada vez más indefensa, injusta e insolidaria, a la par que intolerante, donde el individuo, poco a poco, y sin freno alguno, está sufriendo un proceso de reducción a la nada, en un acto continuo e imparable, a semejanza de la expansión del universo incrementando permanente e imparablemente su velocidad de fuga hacia el infinito, arrastrando con él a las galaxias, en un desenfrenado viaje que se ve más acelerado cuanto más se van alejando, en una carrera loca y majestuosamente gigantesca, donde nosotros apenas somos meros testigos y observadores, mientras aquí, un poco más abajo, en un mísero y lamentable planeta, luchamos unos contra los otros para intentar sobrevivir, sin saber si avanzamos o retrocedemos, en un intento por alcanzar un nuevo día, un próximo amanecer que nos permita avanzar hacia un destino desconocido cuyo paradero y final se nos oculta a todos y cada uno de los seres que habitamos este Planeta.
La inmensa mayoría del común de los mortales, vivimos sometidos al control y la vigilancia de quienes dicen velar por nosotros y por nuestros intereses, mientras que el resto son quienes se encargan de llevar a cabo dicho gobierno, unos pocos a los que concedemos temporalmente el poder de llevarlo a cabo, de regir la vida, los intereses y el destino de una inmensa mayoría, que debiera confiar en ellos, que tiene el derecho y el privilegio de exigir para que así se lleve a cabo, pero que demasiadas veces y cada vez con mayor frecuencia y en mayor medida, ve frustradas unas esperanzas que en ellos depositaron, lo cual se traduce en una desesperación, ira y rabia que se incrementa día a día, en un imparable proceso de descomposición que lleva a la desesperación a tanta gente, que en este País se siente sola, indefensa y abandonada por una clase política corrupta, inepta, incompetente.
Y ante tanta y tan vergonzante y miserable demostración de incapacidad, inutilidad y malicia, constatable por el ciudadano de a pie, que se ve afectado por sus decisiones sin posibilidad alguna de modificarlas, le queda apenas el recurso a un pataleo que a nada le conduce, pues nada consigue con ello, sino elevar aún más su grado de irritación que poco a poco le llevará a un estado de suma desilusión y desengaño que posiblemente desembocará en un posicionamiento activo en algunos casos, en una pasividad absoluta en otros y en el resto en una filosofía práctica y conservadora, evitando complicarse la vida ante lo que considera un muro infranqueable, ante el cual el individuo nada puede hacer, sino dejarse llevar por la corriente del río que es su propia vida, sin complicársela ni atarse a nada que le pueda hacérsela aún más dura e insoportable.
Pero somos los protagonistas de esta función, de este drama, de esta tragicomedia novelada, cuya entrega por capítulos a nadie satisface. No tenemos por lo tanto justificación alguna para llegar a un estado de resignación y desentendimiento que les hace el caldo gordo a unos políticos a los que sólo les falta que les dejemos las manos libres para que campen a sus anchas con una patente de corso que así les concederíamos y que no haría sino multiplicar por cien sus desatinos, sus desvaríos y su más completa y total desafección que nos dejaría aún más inermes antes sus fechorías.
 Cada día que pasa somos testigos de un nuevo desatino, de una nueva actitud vergonzante, de la última corruptela, a cargo de unos individuos que han hecho del mandato que les dimos, una inagotable fuente de intereses personales de los que se surten para beneficio propio y que nada aportan al bienestar de unos ciudadanos cada día más harto de ellos.
Si atendemos a las instituciones, da la impresión de que se están esforzando por irritar y tensar continuamente un ambiente social y político ya bastante enervado, con unas decisiones que originan conflictos permanentemente en una sociedad que no puede admitir cómo, por ejemplo la Justicia, se empeña en chocar directa y frontalmente con la sensibilidad de la gente, de tal forma que está consiguiendo que la alarma social se instale en la población y le recuerde cada vez con más fuerza la célebre frase del alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, pronunciada hace ya veinticinco años, y que hoy cobra plena fuerza y sentido, la cual prefiero no repetir aquí por un elemental sentido de una vergüenza ajena que me afecta sólo al recordarla, y con la que estuve y estoy plenamente de acuerdo.
La última incalificable sentencia, de las muchas habidas últimamente, la del Prestige, es una auténtica burla a la justicia, a la ética y a una sociedad que en su momento se volcó para tratar de remediar una espantosa catástrofe que según la sentencia nadie provocó. No hay culpables, no hay indemnizaciones.
Una vez más, nos sumen en la soledad y en la tristeza ante tanta injusticia y desvarío.

domingo, 12 de enero de 2014

LA INEXPLICABLE REALIDAD

Si hay un medio de comunicación que permite al ciudadano alzar su voz con el fin de hacerse oír a través de esa invisible ventana de las ondas, ese medio es sin lugar a dudas la radio. Presente desde hace más de un siglo, ha prestado grandes servicios a la sociedad, gracias a su magnífica versatilidad, tanto en cuando a su sorprendente movilidad se refiere, como a su capacidad para adaptarse a cualquier circunstancia, hasta el punto de haber supuesto en nuestro País, entre otros, un auténtico hito informativo y de servicio a la comunidad, cuando la legalidad institucional estuvo en peligro debido al intento de golpe de estado que tuvo en vilo a todo el País, en la denominada noche de los transistores, que nos tuvo informados permanentemente acerca de la situación de total incertidumbre que se vivieron en aquellos tensos y difíciles momentos, al que contribuyó también en gran medida la televisión, con aquella famosa cámara que, afortunadamente quedó olvidada por parte de los asaltantes al Congreso, mientras sigilosamente grababa cuanto sucedía en el hemiciclo, con aquellas ignominiosas imágenes que jamás olvidaremos, y que dieron cumplida prueba de cuanto allí sucedió.
Todos los días escucho la radio, bastante más que la televisión, que en general ha sufrido una degeneración tan banal, tan superficial y cutre, que me siento incapaz de permanecer más de media hora delante del televisor, salvo honradas excepciones, que a mi juicio, merecen mi atención, mientras que la radio mantiene un nivel general de programación y de profesionales a su servicio, que me resultan absolutamente loables y dignos de toda consideración, a la par que consigue acercarme de nuevo recuerdos de la infancia, cuando en la cocina de cada casa, y en un lugar preferente, se hallaba el aparato de radio, cubierto con su pañito de ganchillo, que primorosamente tejió la madre con sus delicadas y diestras manos y que ayudaba a pasar los duros días de invierno, con la familia en torno a la lumbre baja, a la cocina económica o al agradecido brasero ubicado bajo las faldas de la mesa.
Afortunadamente y cada vez con más frecuencia la voz de los ciudadanos se deja oír a través de la radio, en uno de cuyos espacios escucho a una señora mayor, que vive sola, con una pensión miserable, que relata cómo debida a la penuria económica, ha de cobijarse en el baño con un radiador, para así poder calentarse, porque no puede permitirse el lujo de caldear toda la casa.
A renglón seguido, escucho cómo hemos reflotado la banca, hundida por sus gestores, desfalcos y corrupciones varias, dedicando los miles de millones que acabaremos pagando todos y obtenidos a bajo interés, y cómo dicha banca los invierte en deuda pública a un alto rédito, en lugar de conceder los créditos que tantas familias, pequeñas y medianas empresas necesitan, consiguiendo así unos ingentes beneficios, que sólo a ellos y a sus accionistas alcanzan.
Después hablan del paro, de la corrupción, de los recortes en sanidad, educación y cultura entre otros sectores, de la congelación de salarios, de la ridícula subida de las pensiones, de la denigración de las infraestructuras – es inadmisible cómo están degenerando carreteras y autopistas, pongo por ejemplo - y por último de la última encuesta de intención de voto: El PP supera en un 9% al PSOE. Descorazonador, absurdo, y sobre todo, absolutamente incomprensible.
Pero eso es lo que hay, al menos a día de hoy, en el que se espera la Ley de Seguridad Ciudadana, digna sucesora de aquella Ley de Orden Público, aquella en plena dictadura y ésta en Democracia, con recortes, en este caso de las libertades ciudadanas, a la que seguirá la nueva Ley del Aborto, que convertirá casi en potenciales delincuentes a las mujeres que decidan abortar en determinados supuestos y que ha sido criticada incluso por destacados dirigentes del partido en el gobierno, por el resto de los partidos e incluso desde el exterior, por considerar que su nueva redacción supone una involución en los derechos adquiridos en un País de la moderna Europa, y sobre todo, ha sido y será denostada por la inmensa mayoría de las mujeres que ven en esta ley una ofensa hacia ellas, hacia su dignidad y hacia su libre e irrenunciable derecho a decidir sobre su cuerpo, en un acto de responsabilidad que sólo a ellas, como madres, debe corresponder.
Pese a todas estas circunstancias, a todo este arsenal de medidas que nos devuelven a decenios atrás, a un retroceso en tantos sectores vitales para el País, del cual tardará muchos años en recuperarse, pese a la crispación general que experimenta la ciudadanía, harta de tanto recorte, de tanta privación de derechos y libertades y de una galopante corrupción, ahí están las estadísticas que dan como ganador al partido en el gobierno, autor de este lamentable y descorazonador descontento, mientras en la oposición, el Partido Socialista se ve incapaz de sacar rédito a esta situación, enredado como está en sus propias miserias, también inserto en corruptelas varias y sin un líder claro y decisivamente dispuesto a constituirse como una seria y esperada alternativa a la situación actual.

martes, 7 de enero de 2014

SIN RASTRO DE ARREPENTIMIENTO

Consternación, dolor y rabia contenida, a la par que un sentimiento de una profunda tristeza, es lo que ha conseguido inspirarme la foto que ha presidido la portada de la mayoría de los medios de comunicación, en la que posan los excarcelados de ETA, con los rostros fríos e impávidos, entre ellos el autor de la muerte de Yoyes, delante de su hijo de corta edad, cuando intentó abandonar la violencia. Se muestran tensos, casi desafiantes, sin expresar en su acostumbrado, fundamentalista y delirante discurso el menor rastro de arrepentimiento, sin la menor intención de pedir el necesario perdón a los familiares de sus víctimas, a las que me uno en su pena y en su inmenso dolor, que estas demostraciones consiguen exacerbar en extremo, al contemplar las caras de los causante de la desaparición de sus seres queridos a manos de unos fanáticos que sembraron el horror y la muerte durante casi cincuenta años, por lograr unos objetivos que no han conseguido, utilizando para ello una violencia despiadada y cruel.
Cuanto odio, desprecio y rencor puede albergar el ser humano para mostrarse así, ante un País que asolaron con un despiadado terrorismo, con la injustificable excusa de la consecución de unos objetivos políticos que no han logrado y que dejó novecientos muertes en su brutal camino, con miles de familiares teniendo que soportar la helada y dura mirada de los culpables de su tragedia, sin mostrar el menor arrepentimiento, sin una frase de disculpa, sin acercarse lo más mínimo a un gesto que pueda interpretarse como un intento de pedir perdón, como un reconocimiento culpable del mal causado que pudiera suavizar en parte el dolor de las víctimas que siguen preguntándose el por qué de tamaña tragedia.
Indiscriminados y brutales atentados, acabaron con la vida de todo tipo de ciudadanos inocentes, incluyendo niños, que como el resto, eran simples objetivos militares, medios para conseguir sus fines, según sus comunicados, en los que responsabilizaban al Estado de dichas ejecuciones, según el argot utilizado por quienes sembraron un terror, que ahora ya no consideran necesario, pues según afirman, prefieren continuar la lucha por otros métodos que sin recurrir a una violencia que por razones obvias, ya no les resulta rentable, en un alarde de falsa hipocresía que les incapacita totalmente como autores de un esperado y sincero perdón, que da la impresión de que jamás cabrá esperar que salga de ellos.
Y sin embargo, se hace absolutamente necesario. Sin él las heridas difícilmente cerrarán y será difícil dar por terminado uno de los más negros y terribles capítulos de la historia reciente de este País. Ese perdón supondría un cierto alivio para los familiares, que verían en ese gesto, un signo de culpabilidad y arrepentimiento que lograría suavizar el sentimiento de odio y rencor a la par que sosegar en parte el sufrimiento, a sabiendas que los autores del mismo abominan y abjuran del mal causado.
Apenas han reconocido el mal causado – multilateral, afirman en su declaración - de una manera fría y calculada, sin llegar ni un ápice más allá, sin reconocer su culpa y el tremendo dolor ocasionado. ¿Tan difícil para ellos es reconocer su culpa sin ambigüedad alguna? ¿Tan duro para ellos que causaron los trágicos hechos es pedir perdón? ¿Por qué en lugar de exhibirse como lo han hecho en una pública foto, sin mostrar arrepentimiento alguno, no han decidido privatizar dicho acto para no ahondar más en la herida? ¿Cómo pueden mostrase así, desafiantes, ante las familias agraviadas y afligidas por una pena insoportable?
Las familias merecen y necesitan ese gesto de arrepentimiento. La sociedad en general, también.

jueves, 2 de enero de 2014

LA NEGACIÓN DEL DIÁLOGO

Semejante afirmación, supone la renuncia y la oposición frontal a toda posibilidad de acuerdo entre las partes, sean cuales fueren, en un acto de dejación y desistimiento, que conlleva la abdicación y la deserción, bien por una parte, bien por todas, cuyas consecuencias futuras llegarán más pronto que tarde, imposibilitando toda vía de llegar a un acuerdo que podría dar solución y arreglo amistoso a un contencioso planteado, que necesaria y tozudamente seguirá ahí, enquistado, enrocado en sí mismo, encerrado en su naturaleza, en espera de que alguien, con el paso del tiempo y del peso y la inercia del mismo, sea capaz de enfrentar la situación planteada, que de todas maneras seguirá ahí, planeando sobre todo y sobre todos, gravitando por encima de los acontecimientos diarios, que no serán suficientes para desviar la atención sobre el problema principal ya desencadenado, que nada ni nadie podrá obviar por mucho que en ello se empeñen, porque la memoria colectiva, por su propia naturaleza, es imborrable.
La capacidad de dialogar es inherente al ser humano, está en su naturaleza y es una de las esencias del mismo, que por sí sola nos distingue y caracteriza, constituyéndose en uno de los principales y básicos elementos diferenciadores de los seres inteligentes con respecto al resto de los seres vivos, de los que quizás demasiado gratuitamente en un innecesario acto de soberbia, afirmamos rotunda y tajantemente que carecen de esa cualidad que reservamos para nosotros y que a ellos les negamos sin demasiados argumentos para motivar semejante aseveración, que a veces, y con harta frecuencia  queda desmentida, sobre la base de la experiencia diaria, después de milenios de existencia en común.
Cuántos desacuerdos, conflictos, guerras y desafueros de toda índole se hubieran evitado de haber mediado una negociación, una propuesta de entendimiento, una concertación, un intento de pacto, un necesario e inexcusable diálogo, en suma, que hubiera desactivado tanto desacuerdo absurdo, tanta lucha cruel, tanta violencia desatada, tanto rencor y resentimiento innecesarios, que han arrojado incomprensión y animadversión, a la par que dolor y sufrimiento durante tantos milenios y que ha afectado a tantos seres humanos a lo largo de una historia de la humanidad plagada de conflictos, disputas y enfrentamientos.
No podemos ni debemos negarnos al diálogo, no nos podemos permitir semejante lujo que no conduce más que a la perdurabilidad de un conflicto, de un desentendimiento, de una desavenencia surgida entre las partes, las cuales se sentirán, sin duda, en situación de sentirse ofendidas, maltratadas o contrariadas mientras continúe una cerrazón a un necesario diálogo que puede conducir al acuerdo, a un pacto o a un posible entendimiento que sólo llegados a este punto podría alcanzarse, sin el cual, la disensión y el desacuerdo quedarían permanentemente instalados, con la discordia planeando sobre las partes.
Tenemos en este País un conflicto permanente, al modo y manera de los que venimos citando, donde el diálogo brilla por su ausencia, que en estos momentos se limita a una sola Comunidad Autónoma, Cataluña, pero que tendrá su continuidad con el País Vasco, y muy probablemente, pues no podemos descartarlo en un futuro no muy lejano, con otras Comunidades con las que ahora no parece existir conflicto alguno, pero que podrían despertar más adelante, en un proceso de contagio institucional sobrevenido.
El problema es de tal gravedad, de tal importancia, que no puede desplegarse sobre el mismo un impermeable manto de opacidad dialogante que no conduciría sino a la paralización y al consiguiente enquistamiento del mismo con una radicalización en unas posturas, ya suficientemente encerradas en sí mismas, fanatizadas y en extremo enconadas, que en nada favorecería la posibilidad de llegar a un acuerdo, para el que no se dispone de mucho tiempo y para el que se hace necesario sentarse a la mesa en actitud de diálogo abierto con el fin de evitar unas consecuencias difíciles de prever, pero que serían traumáticas, sin lugar a dudas, para un País que ya soporta demasiados sufrimientos.
 No a la negación del diálogo y sí a la posibilidad de dejar abierta una vía al mismo, que pueda dar solución y entendimiento a un problema que está ahí y seguirá estándolo, aunque pretendamos ignorarlo, pues los hechos son a menudo tozudos y la política del avestruz nada soluciona, sino que conduce al desentendimiento y a la consiguiente negación de la capacidad humana para utilizar la lógica y la razón como medio para llegar a los necesarios acuerdos que eviten cualquier tipo de enfrentamiento y de fractura social que nadie en su sano juicio puede desear.
La Constitución no es inmutable – de hecho ha sido modificada recientemente y lo hicieron de tal forma que apenas nos enteramos – y pueden introducirse cambios en su contenido, que eso sí, beneficien no a una, sino a todas las Comunidades Autónomas, y por ende, a  toda España.