Ese absurdo e injusto mundo, presenta a veces unas caras, que por mucho que acostumbrados estemos a contemplarlas, nunca dejarán de sorprendernos, hasta el punto de que no nos resultarán increíbles por negativas, bárbaras y crueles, sino por infrecuentes, si no se dan con una asiduidad determinada, que suele ser lo habitual para colmo y desgracia de este loco lugar del universo, donde la vida se abre camino de una forma grata y sorprendente, y donde a veces, su destrucción parece ser el camino elegido por quienes no sienten por ella el menor de los respetos exigidos hacia esa maravillosa explosión de luz y de energía que representa tan singular acontecimiento que sin duda, no constituirá algo exclusivo de nuestro hermoso planeta Tierra.
No obstante, hasta tal punto se implica el ser
humano, que nuestra mente, tiende a rechazar por instinto toda vulneración de las
leyes que la determinan, toda violencia y opresión, por inhumanas, unas veces,
otras, por que representan la pura maldad, y las más, porque nos aconseja que
giremos la cabeza, a la que suele acompañarle una cara, cuyos ojos no soportan
visiones espantosas, ya sea por escrúpulos varios, por cansancio de lo mismo, o
por una elemental e hipócrita decencia, que suele estar absolutamente
injustificada, ya que obviamos, simplemente, lo que no que remos ver, lo que
molesta a nuestra área de comodidad y confort, en la que estamos instalados.
Y
así, frente a nuestro televisor que nos protege de la proximidad y el peligro
de lo que nos asusta contemplar, nos incomoda, o nos desagrada, somos capaces
de soportar la mirada, debido a que lo que vemos no es lo suficientemente duro ni
nos parece tan próximo, como para cambiar de canal, y de esta forma, llegamos a
seguir los hechos relatados, con una cierta curiosidad, no exenta de una
morbosidad no reconocida, por lo que todo ello, nos lleva a comentar los acontecimientos
que por lejanos, parecen no afectarnos.
Es como
si la pantalla ejerciera de escudo defensor, cuando en realidad, todo lo que
vemos, está teniendo lugar en nuestro pequeño mundo, más o menos lejano, quizás,
hasta en nuestro propio País, o en cualquier otro lugar, que a estas alturas, y
con tantos medios de comunicación físicos y tecnológicos, que las distancias se
han visto drásticamente reducidas, hasta el extremo, de que de una u otra
forma, lo que nos parece tan distante, tan lejano, en realidad, está a la
vuelta de la esquina.
Los
sucesos que han tenido lugar en esto días del florido mes de mayo en las
ciudades de Ceuta y Melilla, sobre todo en la primera de ellas, con una
auténtica invasión, sobre todo de jóvenes del otro lado de la frontera, es
decir, de África, los hemos vivido como si de una dramatización escénica se
trataran, siguiendo en la pantalla durante interminables horas, cómo miles de personas,
la mayoría menores de edad, cruzaban la frontera a nado, con riesgo de sus vidas.
Y lo
han hecho, salvando apenas unos metros que separan dos mundos, dos continentes,
dos países, rodeando un simple espigón de cemento, una valla metálica, niños incluso,
de meses, atados a la espalda de sus madres, que exhaustos, han conseguido llegar
a la playa, en unos casos, y en otros, han sido recogidos por los agentes de
policía, soldados y voluntarios de la Cruz Roja, que han llevado a cabo una
ingente, preciosa y preciada labor para salvar sus vidas, que no obstante no ha
podido evitar la muerte de dos de estos parias de la tierra, que en plena
juventud, han dejado su vida a unos pasos de su país, por cruzar la muralla
prohibida.
Luna,
una joven voluntaria de la Cruz Roja, ha sido una de las personas que han derrochado
esfuerzos sin nombre para recoger y ayudar a estos jóvenes, sufriendo una vejación
vergonzosa, con críticas feroces, crueles y desalmadas, por el hecho de recoger
y abrazar a uno de ellos, consolándolo ante la desesperación, el miedo y el
llanto de este joven, que acababan de rescatar del mar, y que los malvados,
amparados en el anonimato de las redes, han interpretado como un gesto, por
parte de la víctima, con connotaciones sexuales por increíble que parezca.
Esta denigrante posición, aberrante e injusta,
por falda y aberrante, les ha valido el repudio y la condena más absoluta por
parte de la sociedad, que ha asistido a este triste acontecimiento, a través de
los medios de comunicación, como si de un espectáculo televisivo más se
tratara, analizando si el intento ha sido una maniobra de las autoridades del
país vecino, una invasión como algunos afirman, o se ha tratado de una reacción
espontánea de unos ciudadanos procedentes del tercer mundo, huyendo de la miseria,
que no obstante, al final, salvo los menores, han sido devueltos al otro lado
del muro, que supone, por unos solos metros, un cambio terrible y radical, para
el deterioro de sus vidas, al pasar de Europa a África, con todo lo que ello
supone para su existencia, en este atribulado e injusto mundo.