martes, 31 de marzo de 2015

MAESTRO EN DURUELO

Mi tercer y último destino rural fue una sustitución por unos meses, allí dónde no podía imaginar: Duruelo, el donde nací. Un pequeño y encantador pueblo situado al pié de la sierra de Somosierra, no lejos de Sepúlveda y muy cerca de las Hoces de Duratón. Me hospedé en el mejor sitio posible, que conocía muy bien y dónde me sentí como si en mi propia casa estuviera: en la de mis tíos Fabiana y Virgilio, a dos pasos de la casa donde nací.
Difícil de expresar los sentimientos que te embargan cuando vuelves como maestro al lugar donde naciste. Fue una breve pero hermosa experiencia que recuerdo con una particular nostalgia. Al contrario que en los pueblos anteriores, el número de niños era muy pequeño. Creo recordar que eran ocho ó nueve, máximo diez. Nos sentábamos en círculo alrededor de la estufa situada en el centro de la escuela, al lado de la hermosa iglesia que Duruelo posee, junto a las eras, y con la soberbia estampa de la sierra que preside el horizonte.
Y así pasábamos los ratos aprendiendo mutuamente. Dictados, cálculo, caligrafía, ortografía y lectura. Instrumentos básicos para el aprendizaje y que hoy han quedado totalmente relegados y que yo practiqué con asiduidad con mis alumnos. Teníamos tiempo para todo, por lo que dediqué el máximo posible a la lectura de los pocos libros de los que disponía la escuela, así como al cuidado de una ortografía hoy olvidada.
Como es lógico, todo para mí era absolutamente familiar. En el bar del tío Santos - no es que fuera familia mía, sino que tenemos la costumbre de designar con ese título familiar a todos los vecinos, como la tía María, mi querida madre y el tío Marcelo, mi padre -  nos reuníamos la maestra, el cura, que pese a mi agnosticismo, reconozco que era una persona cordial y sobre todo muy abierta, y los jóvenes y menos jóvenes del pueblo, para charlar, tomar unas cañas y echar una partida de cartas. Nos íbamos a Sepúlveda de vez en cuando y los fines de semana a mi casa en Hontalbilla que es donde vivían mis padres.
Fueron apenas cuatro ó cinco meses en los que no hubo lugar para el aburrimiento. Los mejores momentos, sin lugar a dudas los pasé con mi tío Virgilio. Era una de esas personas dotadas de una inteligencia natural que como tantas otras en aquellos tiempos no tuvieron ocasión de desarrollar, cultivar y demostrar sus numerosas aptitudes.
 Poseía un sentido del humor y una prodigiosa memoria tales, que cuando los desplegaba en momentos en que nos reuníamos mayores y pequeños con motivo del esquileo de las ovejas, la matanza que duraba tres o cuatro días y las fiestas, lograba cautivar al auditorio con sus historias y chascarrillos de sus tiempos de mozo. Cuando se juntaban mi tío y mi padre, la diversión y las risas estaban aseguradas. Empezaban y no paraban. Podían estar horas alternándose en los relatos, algunas inventados, y otros, la mayoría, absolutamente ciertos, con una gracia y un estilo muy peculiares que deleitaban al nutrido auditorio.
 Algunas historias eran realmente gamberras, otras simpáticas y otras incalificables, como las pesadas bromas a las que sometían a los recién casados. Prefiero obviar éstas y citar una que ahora recuerdo: estando en la fiesta de Perorrubio, un pueblecito próximo, amenizada como de costumbre por la dulzaina y el tambor, los mozos de Duruelo decidieron que el baile en la plaza había terminado, por lo que le quitaron la dulzaina y la escondieron en un muro de piedra de una cerca aledaña. Naturalmente tuvieron que salir del pueblo por piernas.
Mi madre me contaba que su padre, mi abuelo Pablo que a la sazón era el panadero del pueblo, llevaba el pan en un borrico con las alforjas llenas a los pueblos de la sierra. En el puerto de Somosierra se libraban algunas escaramuzas entre los dos bandos durante la guerra civil. Mi abuelo nunca tuvo problemas para cruzar el puerto. Ambos contendientes siempre le dejaron pasar sin problemas.
Cuantos buenos ratos pasé con mi tío Virgilio en la llamada “casa de los pobres”, que no era sino el cocedero, es decir, una pequeña casita situada delante de la casa que albergaba el horno de cocer el pan y de asar el famoso y suculento cordero asado segoviano. Nos sentábamos al amor de la lumbre baja que encendían en la base de la entrada del horno, donde asábamos unas deliciosas patatas. Encendíamos nuestros respectivos cigarros, él su picado ó caldo que liaba con extrema habilidad y yo mis ducados, y comenzábamos una animada charla que podía llevarnos horas.
Mi tío siempre tuvo un talante liberal y republicano. Me hablaba de las tempestuosas sesiones de las Cortes Republicanas, relatándome hechos concretos e intervenciones de los diputados que en algunas ocasiones casi llegan a las manos. Citaba hechos, fechas, lugares y nombres, cuyo conocimiento me causaba asombro. Yo, habiendo estudiado la historia de ese tiempo, no sabía ni la mitad que él. Él era el maestro y yo el alumno.
Mi más profunda gratitud a mi tía Fabiana, que tan bien me cuidó y a mi tío Virgilio con quien tantos buenos ratos pasé y que tanto me enseñó y a toda la buena gente de Duruelo. Dejé con tristeza mi pueblo, el último destino rural de mi periplo de casi dos años por tierras de mi querida Segovia, al que pocos años después regresaría con mis padres para establecernos allí definitivamente donde nacimos y pasamos nuestros primeros años de infancia.

MAESTRO EN MORAL DE HORNUEZ

Corría el año setenta y cuatro, cuando con un año ya de experiencia a mis espaldas, este maestro de escuela se dirigió a su segundo pueblo, Moral de Hornuez, en las proximidades de Riaza, camino de Montejo y Aranda de Duero. Allí me dirigí desde Hontalbilla, adonde vivía entonces, atravesando Cantalejo y Sepúlveda a través de las serpenteantes curvas desde donde se divisa esta preciosa villa, para llegar a Boceguillas desde donde enfilé una carretera que terminaba donde empezaba un camino de tierra cubierto de agua y barro que consiguió el milagro de cambiar el color claro del sufrido seiscientos por otro de tono indescifrable que lo dejó irreconocible.
Por fin, y de improviso, apareció Moral de Hornuez, hundido en un valle-hondonada. Se accedía por una  pendiente por la que con el tiempo y sobre todo en invierno habrían de empujarme mis alumnos para poder superarla y regresar a casa los fines de semana. Las escuelas estaban situadas en la cima de un cerro, en la parte más alta del pueblo. El viento silbaba allí de una manera feroz. Los días de tormenta eran auténticamente épicos con el aire y la lluvia azotándolo todo.
Como no, la maestra tenía en una escuela a las niñas y el maestro a los niños de todas las edades y de todos los cursos. Como así nada positivo se podía conseguir, llamé a la Inspección de Segovia y logré el permiso para quedarme con los chicos y chicas mayores y la maestra con las chicas y chicos menores.  Un logro del que aún hoy me sorprendo que pudiera conseguir. De esta manera, logré la integración de niños y niñas y, por supuesto, una mayor consecución de objetivos al reducir a la mitad el número de cursos.
El panorama que me encontré, una vez tomé posesión de mi escuela, fue descorazonador. Los niños llevaban un tiempo sin maestro y cuando lo tenían duraba poco tiempo, algo que entendí, debido a las durísimas condiciones con las que tenían que enfrentarse y que tuve ocasión de comprobar. Innumerables maestros y maestras rurales han vivido situaciones terribles en pueblos y aldeas olvidados por la mano de Dios y de los hombres.
Nadie quería alojar al maestro. El problema era la falta de un espacio con las condiciones mínimas necesarias, pero al final lo conseguí. La habitación era muy pequeña, húmeda y oscura. No había cuarto de baño, así que el corral donde estaban los animales, ocupaba su lugar, así que a la hora de llevar a cabo las necesidades básicas, debía hacerlas postrado entre los animales con los que a la fuerza trabé una singular amistad forzados ambos por la particular y comprometida situación.
No disponía del menor espacio para mí y tampoco había una triste tasca donde ir a pasar el rato,  así que pasaba el tiempo en la escuela. Tenía gloria, y como afortunadamente aún irradiaba calor por la tarde, me sentaba en el suelo, me cubría con un abrigo, y así soportaba los días de crudo invierno para soportar el intenso frío mientras el viento más que silbar, vociferaba a mi alrededor en la colina dónde estaba situada la escuela. La otra alternativa era la reducida cocina de la casa.
La señora era muy atenta y siempre me atendió lo mejor que pudo dentro de las limitaciones que ofrecía la casa. Con el marido mantenía de vez en cuando unas discusiones que me dejaban agotado. El hombre no poseía cultura alguna, pero hablaba de todo sin el menor pudor. Mantenía que el infierno estaba en el centro de la tierra por el hecho de que la temperatura aumenta con la profundidad. Como el centro de la tierra estaba a gran distancia de la superficie, la conclusión era que allí tenía instalado Lucifer sus aposentos. Apenas me molesté en hablarle del grado geotérmico. No conseguí llegar a convencerle. Pese a todo, era una buena persona.
Con el paso del tiempo trabé amistad con el Secretario del Ayuntamiento que casualmente conocía a mi padre por ser compañeros de profesión  y con quien al menos, los días que tenía secretaría pasaba a charlas con él. Más adelante abrieron un pequeño bar y allí nos reuníamos el secretario, el médico y yo los días que coincidíamos. Fue un alivio.  Me invitaban con frecuencia a unas opíparas meriendas que tenían lugar en las bodegas que todos los vecinos tenían excavadas en el suelo en unos túneles que desembocaban en una galería final donde se encontraban las cubas de vino. Nos sentábamos y preparaban el escabeche y el chorizo que llevaban y lo regábamos con el vino extraído directamente de los toneles.
En un pueblo de las proximidades, Montejo, pueblo más grande que Moral de Hornuez, la Corporación Municipal me invitó a un auténtico festín que consistía en una excelente chuletada que preparaban en el exterior de la bodega para a continuación pasar a la misma para degustarlas allí con el vino de los toneles. Más que halagado, me sentía abrumado – tendría yo veintitrés años - El maestro era alguien a quien consideraban y respetaban profundamente. Sin lugar a dudas eran otros tiempos. Buenos ratos que recuerdo con profundo agradecimiento hacia aquellas gentes.
De vez en cuando me acercaba a Aranda de Duero por una infame carretera que terminaba en un pinar donde se convertía en un camino que conectaba con la carretera nacional. Siempre que iba, pasaba antes por la casa del Sr. Alcalde, una excelente persona que casi siempre se venía conmigo. Me hacía compañía y de paso se ocupaba de sus gestiones y de los encargos que le hacían. Conocí a la maestra de un pequeño pueblo cercano al mío, que aunque parezca imposible, se encontraba en peores condiciones aún que yo. Nos consolamos mutuamente con algunos escarceos allende los pinares. Lástima que fuera al final de mi estancia por aquellos lares.
Al finalizar el curso, me comunicaron de Segovia que el próximo ya no continuaría allí, ya que enviaban a un maestro que tenía la plaza en propiedad. Al saberlo, la corporación municipal montó en cólera. Me dijeron que de ninguna manera me iba de allí. Como yo tenía que ir a Inspección a Segovia, se vino conmigo el Alcalde y una delegación del Ayuntamiento. Hablaron exponiéndoles el problema que habían tenido hasta entonces con los maestros y adujeron que ya que uno les había durado un curso, de ninguna manera iban a permitir que me fuera. Naturalmente les dijeron que eso era imposible y ahí terminó mi estancia en Moral de Hornuez. Mis mejores recuerdos y agradecimientos hacia aquellas buenas gentes.

MAESTRO EN DONHIERRO

Una fría mañana de invierno del año setenta y tres llegué a Donhierro, un pueblecito segoviano cuya escuela iba a ocupar como maestro. Se encontraba justo en el límite de las provincias de Ávila, Valladolid y Segovia. Una piedra o mojón señalaba el lugar exacto de la conjunción de las tres provincias. Sin saber qué hacer ni por dónde empezar, me despedí de mi padre que me había llevado desde Muñoveros adónde vivíamos entonces. Contemplé con una mezcla de nostalgia y abandono cómo se alejaba en el seiscientos por la estrecha carretera abrumado por la responsabilidad que me esperaba. Mi primer pueblo, con poco más de veinte años, sin experiencia alguna y en un lugar recóndito y apartado de la meseta castellana. Imagino que recordaría aquellos versos de Patxi Andión: Con el alma en una nube/y el cuerpo como un lamento/llega el problema del pueblo/llega el maestro.
Por aquel entonces las escuelas eran unitarias, es decir, los niños en una escuela y las niñas en otra. Desolador panorama; treinta niños para mí, el maestro y treinta para ella, la maestra. Como Dios manda. De todos los cursos y de ocho a catorce años. Imagino que sentiría un irrefrenable impulso de abandonar y salir corriendo. Pero no fue así, y ahora me encanta recordar aquellos entrañables e irrepetibles tiempos.
Recuerdo a la perfección lo primero que hice; arreglar un cristal roto y encender la gloria, calefacción muy extendida por entonces en las escuelas y que consistía en unos túneles que recorrían el subsuelo. La leña se introducía por una boca de entrada practicada en la parte posterior de la escuela, se empujaba hacia el interior y se cerraba con una puerta metálica. Al cabo de media hora, yo y mis expectantes e inquisitivos alumnos disfrutábamos de una agradable temperatura.
Qué recuerdos más agradables de aquellos tiempos. Conseguí salir adelante organizando lo mejor que pude el maremagnum  de los cinco ó seis cursos que tenía. Era el responsable único de mi escuela y de mis niños con los que hacía excursiones frecuentes a deliciosos lugares de los alrededores como uno próximo, muy conocido, donde se encontraban con facilidad restos arqueológicos como puntas de flecha y otros utensilios con los que logramos formar una estimable colección y que me permitieron impartir varias clases de ciencias naturales al aire libre.
Fueron duras las primeras semanas, apesadumbrado por una soledad que me sobrepasaba por momentos. No obstante, no tardé mucho en trabar amistad con los pocos jóvenes y menos jóvenes con los cuales y de vez en cuando, me acercaba a Arévalo, un importante y animado pueblo situado a pocos kilómetros de Donhierro. Recuerdo también las partidas de mus en la única tasca del pueblo. Buenas gentes, afables siempre y a las que desde aquí, rindo testimonio de gratitud. Como maestro estaba obligado a asistir a misa los domingos acompañado de los niños de la escuela. Nos situábamos a ambos lados del altar mayor presidiendo la ceremonia. Inimaginable para mí, agnóstico ya por entonces.
El maestro era toda una institución, valorado y respetado por los niños y por los padres. Parece mentira, pero hoy, tantos años después, se le ningunea tanto por unos como por otros. Triste e indignante. Conservo un especial recuerdo a la patrona que me acogió en su casa. Una señora que me trató con todo el respeto y la mayor de las deferencias. Me abrumaba con sus cuidados y delicadas atenciones. No recuerdo su nombre, pero agradecí y agradezco profundamente el maravilloso trato de todo tipo que me dispensó.
Poseía una magnífica casa en la placita del pueblo, un lujo, comparado con lo que me esperaba en el pueblo siguiente adonde fui destinado. Como simpática anécdota, recuerdo la relacionada con la imagen de la virgen que colgaba de la cabecera de la cama. Decidió descolgarse y propinarme un severo golpe en la frente cuando me encontraba en pleno sueño. Quizás decidió reconvenirme por mi falta de religiosidad.
Entrañable el curso que pasé en Donhierro. Mi gratitud y sincero recuerdo a sus gentes, a aquellos niños, mujeres y hombres de hoy. Fue mi primera experiencia como maestro, mi primer pueblo. Gracias mil. 

miércoles, 25 de marzo de 2015

MI MUY MEJOR AMIGA

Acabamos de conocernos. Me recibe en un espacio que le pertenece, que es suyo por derecho propio y por una antigüedad indiscutible a su favor. Allí yo soy ahora un intruso que invade unos dominios que seguramente no está ni dispuesta, ni mucho menos encantada de compartir. Me tolerará, y posiblemente no me permitirá la menor confianza hasta que asimile que alguien extraño, que acaba de entrar en su mundo, pasará a engrosar el listado de los que de ahora en adelante habrá de acostumbrarse a ver por allá, y cómo no, a esperar de ellos sus carantoñas, sus mimos y las consabidas y empalagosas frases a ella dirigidos, siempre las mismas, siempre con ese tonillo estúpido e infantil que no variará con el tiempo.
Me pongo en cuclillas, a su altura, y me mira con un aire displicente, que tiene algo de insolente suficiencia y algo de indiferencia consciente que no sé si calificarlo de arrogancia o de una simpática chulería, que me agrada y me desconcierta al mismo tiempo. Le coloco una mano bajo la barbilla y la otra sobre su peluda cabecita, al tiempo que se la levanto ligeramente con la intención de poder visualizar unos ojillos que adivino, pero que se mantienen ocultos tras una leve cortina de suave y delicado pelo que cubren y protegen unos ojos negros, que tal como imaginaba, me miran con una mezcla de apatía, suficiencia y tranquila y reposada quietud, que consiguen arrancar de mí una sonrisa y una delicada expresión de reconocimiento hacia una preciosa criatura, que no retira su mirada, que me escruta y me analiza sutil y relajadamente.
Se trata de una encantadora perrilla, Kitty, de raza Shih Tzu (perro león), de origen tibetano. El Dalai Lama los entregaba a la familia real china en señal de buenaventura y buena suerte, la misma que le proporciona a su muy mejor amigo con el que todos los días sale a pasear, a disfrutar un buen rato en una paz y una armonía que ambos agradecen. Cautivadora y delicada, parece una bola de algodón peludo de un color mitad blanco mitad marrón, donde apenas se dejan entrever dos preciosos ojillos negros, que rezuman una serenidad tranquila y quieta que no deja indiferente a nadie.
Una pizca de león, varias cucharaditas de conejo, un par de onzas de un viejecito chino, un gramo de pilluelo, una cucharada de mono, un sellito de bebé, y otra pizca de osito de peluche. Así reza una de las muchas descripciones que pueden leerse acerca de este simpático animalillo, que hace las delicias de quién tiene la suerte de contemplarlo de cerca, de pegar tu mirada a la suya y contemplar su tranquila y firme serenidad que te contagia, mientras parece estudiarte sin el menor atisbo de que ello esté teniendo lugar, porque lo lleva a cabo con tal sutileza, con tal firmeza y seguridad, que te descoloca y te obliga a exhibir una espontánea sonrisa ante tan cándido y simpático ser, tan pequeño, tan menudo y afable, que enamora a primera vista a todo aquel que tiene el placer de compartir su tiempo.
Entender y comprender estos sentimientos hacia estos maravillosos animales, sólo será posible si se es capaz de amarlos, de quererlos, de sentir por ellos una ínfima parte del cariño que ellos nos profesan. Sólo se puede entender, cuando se ha establecido la intensa y profunda relación de amistad que puede llegar a existir entre una persona y un animal, y, más en concreto con un perro, capaz de dártelo todo, absolutamente todo, con una fidelidad y un amor inmensos. Y todo ello, sin pedirte nada a cambio.
 Les basta con una caricia, una sonrisa, una palabra amable y te devuelven ese gesto multiplicado por mil. Nos parten el corazón cuando nos dejan, y su pérdida puede sumirte en la angustia, desazón, tristeza, soledad y desamparo, como puedes llegar a sentir por la pérdida de un ser humano. Es por ello que el maltrato que sufren con frecuencia, no es sino un cruel atentado contra unos seres que como nosotros, sufren, se deprimen y gozan, que están indefensos ante los seres humanos, a los que manifiestan una fidelidad sin límites, y por quienes darían su vida sin pensarlo.
Salimos con Kitty a pasear. Mientras se prepara su muy mejor amigo, la invito a salir, a ella que está loca por hacerlo, por pisar la calle. Una y  otra vez la animo, la incito a ello. Me mira, y lo hace fijamente con sus lindos ojillos apenas perceptibles tras la mata de pelo, pero no se mueve, se queda inmutable, serena, esperando. Apenas llega su amigo, se mueve de inmediato y alegremente salimos.
Después del alegre y reconfortante paseo, bajo una fina y pertinaz lluvia, entramos a tomar algo en un bar. Kitty se queda fuera, junto a la puerta, esperando pacientemente, sin protestar. Pasa más de una hora. Nos levantamos y nos damos cuenta en ese momento que ni siquiera le hemos echado un vistazo. Casi nos habíamos olvidado de ella. Se alegra al vernos de nuevo, pero apenas manifiesta impaciencia, enfado o malestar. Ni una palabra. Terminamos el paseo y me despido de ella. Le levanto la cabecita y la miro a los ojos. Me mira con la serena expresión de siempre, aunque ahora me parece atisbar un ligero brillo diferente, más cálido y confiable en su mirada. Diría que han nacido dos nuevos amigos.

martes, 17 de marzo de 2015

EL SEXISMO EN LOS JÓVENES

De ninguna forma pueden tener cabida a estas alturas y menos aún en una sociedad moderna y avanzada como la nuestra, determinados comportamientos sexistas, que en general continúan azotando las conciencias y la salud moral y ética de de una ciudadanía que contempla con asombro e incredulidad, a la par que con un innegable rechazo, cómo los comportamientos machistas continúan atenazando a una España que no entiende cómo pueden continuar en una línea que parece mantenerse uniforme semana tras semana, mes tras mes y año tras año, unas espantosas estadísticas acerca del maltrato que sufre la mujer, que arrojan unas cifran que asustan y preocupan profundamente y que parecen calcadas de un año a otro con unos valores que resultan estremecedores en una sociedad del siglo XXI.
Pese a que afortunadamente no ocupamos los primeros lugares en el maltrato sexista, el número de mujeres asesinadas en nuestro País es del orden de sesenta, cifra que casi invariablemente se viene repitiendo a lo largo de estos últimos años, como una fría y vergonzante estadística que pesase sobre una población, que ya de antemano sabe el número de víctimas que por este motivo van a tener lugar de enero a diciembre, como una maldición que hubiese caído sobre una sociedad que contempla con estupor cómo los medios de comunicación dan cuenta cada semana de un nuevo hecho luctuoso que no deja de arrojar una creciente preocupación sobre unos hechos que de una forma tozuda y persistente, continúan año tras año golpeando a una población, que perpleja, se pregunta por qué siguen produciéndose estos hechos
No representa ningún consuelo saber de que en países tan avanzados como los Nórdicos, la proporción de mujeres asesinadas supere a las que se suceden en España, pese a que en ellos existe una mayor y mejor educación sexista que aquí, y aunque parece una contradicción, según estudios llevados a cabo recientemente, el motivo es el elevado consumo de sustancias tóxicas como el alcohol, que conducen a comportamientos violentos que, según dichos informes, desinhibe y consigue que determinados frenos morales no se contemplen, con la consiguiente irrupción de una violencia que recae siempre sobre la mujer, en un acto injustificable que desconcierta profundamente y que nos deja desolados al contemplar cómo estos hechos continúan teniendo lugar pese a los esfuerzos que la sociedad lleva a cabo para tratar de evitarlos.
Pero el problema más acuciante en estos momentos, es el de la violencia que afecta a nuestros jóvenes, donde el creciente machismo está causando estragos entre un sector juvenil que debería dar ejemplo en estos comportamientos, dada la positiva concienciación que se le supone a quienes gozan de una educación, formación e información completa y abundante, que debería haber logrado evitar estos comportamientos, que llevan incluso, y de una forma incomprensible, a admitir por parte de ellas, determinados comportamientos machistas que no son de recibo, y que llevan a sorprendentes conclusiones como que un 22 % de los chicos y un 22 % de las chicas entre doce y veinticuatro años, está “algo de acuerdo”, en que “el hombre que parece agresivo es más atractivo”. Inadmisible a estas alturas.
Según los últimos informes acerca de la violencia escolar, la conducta en estos ámbitos juveniles, que se parece bastante al agresor de mujeres, no responde a ningún tipo de trastorno discapacitante, y en la mayor parte de los casos, son jóvenes perfectamente conscientes de lo que hacen. Así, dicho informe señala que siete de cada diez agresores escolares le transfiere la responsabilidad de sus actos a la víctima, asegurando que el agredido es un pringado que le provoca y que reacciona “porque se lo merece”, según explican los propios autores de estos inexplicables actos.
¿Cómo explicar estas actitudes en una juventud a la que se le supone más preparada que ninguna otra en la historia de este País? ¿Cómo entender que una chica joven, que posee una formación acorde con los modernos tiempos actuales, con acceso a una preparación cultural y técnica, en una avanzada Europa, pueda aceptar unos comportamientos machistas por parte de su pareja? ¿Cómo un joven es capaz de ver como algo lógico y razonable pedir una cierta sumisión y acatamiento a quién comparte con él sus ratos de ocio y su vida diaria?
No hay respuestas tajantes y definitivas. Quizás la escuela, desde los niveles más bajos debiera llevar a cabo un trabajo en este sentido, algo que me consta se intenta, pero que no se encuentra sistematizado en unos planes de enseñanza continuamente cambiantes, por lo que su efectividad no es la que debiera a la hora de inculcar la absoluta igualdad entre ambos sexos. El ambiente familiar, y el social dónde se desenvuelven los jóvenes, juegan también, sin duda, un papel en estos lamentables hechos.
No obstante no debemos engañarnos. Aunque la inmensa mayoría de los jóvenes no comulgan con estos comportamientos, los porcentajes señalados son demasiado altos para aceptarlos. Por otra parte, la preparación científica y técnica, las inquietudes culturales y sociales, así como la educación recibida, no son las mismas. La relación directa entre estas últimas consideraciones y el comportamiento sexista observado, debemos considerarla como un hecho fehaciente, por lo que fomentar la cultura, la formación y la preparación en general, revertirá sin duda en un comportamiento más tendente a la igualdad entre sexos. 

viernes, 13 de marzo de 2015

MAZÚRQUICA MODÉRNICA

El juraméntico jamás cumplídico es el causántico del desconténtico. Es éste uno de los preclaros y rotundos versos que corresponden a una canción de Violeta Parra, cuyo título es el que aparece en la cabecera de este escrito, que deja expuesto a la brillante luz del día a día, su actualidad, la límpida claridad que desprende su mensaje, sin dudas ni vacilaciones, sin ambages y falsas pretensiones y la brillantez con la que en aquellos años sesenta, Violeta escribió y cantó, como lo hicieron después  en los años setenta Claudina y Alberto Gambino, describiendo  una situación política y social, que hoy, cincuenta años después, continúa golpeando a una sociedad que sigue afirmando y lanzando a los cuatro vientos la misma verdad que esos versos proclaman con pertinaz y decidida insistencia: el incumplimiento falaz de los políticos.
Una sociedad que desde entonces ha cambiado profundamente en todos los órdenes, muy diferente de aquella época de duro hierro, que impedía todo movimiento tendente a la búsqueda de unas libertades que se nos negaban tozuda y férreamente, y de cuya consecución fueron en gran parte responsables los cantautores ya citados, así como tantos otros, tantos, que citando a sólo algunos de ellos, pido disculpas a cuantos habré de dejar de lado, no por su menor relevancia, sino por cuestiones de espacio, y quizás de oportunidad, ya que una importante mayoría de posibles lectores, quizás jamás tuvieron noticia de ellos, o al menos, no coincidieron en el tiempo.
Hablo, además de los citados, de Víctor Jara, de Atahualpa Yupanqui, de Mercedes Sosa, de Facundo Cabral, de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Hilario Camacho, de Quilapayún, entre los cantautores y grupos sudamericanos, así como de una interminable lista de españoles como Luis Pastor, Joan Manuel Serrat, Raimon, Lluis Llach, Joaquín Sabina, Javier Krahe, Luis Eduardo Aute, José Antonio Labordeta, Patxi Andión, Ana Belén, Víctor Manuel, y de otros muchos cantantes y grupos, que desafiando una situación política de ausencia de libertades, lanzaron sus canciones al viento pregonando las ansias de una ciudadanía por romper las cadenas que la mantenían presa de una  insostenible y tenaz dictadura, en una España que ya no se resignaba al silencio y a un acatamiento impuesto por quienes ostentaban un omnímodo poder.
Es por ello, que después de tanto tiempo pasado, al volver la vista atrás y escuchar las voces de aquellos juglares del siglo XX, su mensaje parece continuar hoy en un estado de total vigencia, ya que salvo en lo referente a la búsqueda de una democracia participativa y del logro de las libertades más elementales, conseguidas ya entonces, el resto es perfectamente asumible y susceptible de perseguir, debido a que con la consecución de una democracia formal, como la que ahora poseemos, los objetivos se creían haber alcanzado, y sobraba por lo tanto la búsqueda de otras reivindicaciones que se suponían estaban implícitas en un régimen de libertades.
Y hoy contemplamos con asombro, cómo al escuchar de nuevo la voz de aquellos cantautores, la mayoría relegados al olvido, su canto continúa siendo actual, como si el tiempo no hubiera pasado, como si continuasen en activo, reclamando derechos, valores y reconocimientos sociales, algunos de los cuales se han perdido en el curso del tiempo, hasta el extremo de reclamarlos hoy, como si hubiésemos retrocedido decenios, debido a los recortes, la corrupción y los despilfarros.
Todos estos lamentables hechos, provocan un descontento generalizado de rechazo y repudia, ante unos políticos que han perdido el poco crédito del que disponían, ante una población que no soporta tanta iniquidad, por lo que la voz de aquellos cantautores y su mensaje cargado de oposición y descontento, bien pudieran volver para airear el rechazo ante una clase política que hoy continúa detestada.
Su lugar la han ocupado las innumerables tertulias plagadas de contradicciones en sí mismas y las redes sociales amparadas en el anonimato, que en todo caso no están logrando el eco que entonces tenían aquellas otras voces, hoy calladas, pero que continúan presentes en la memoria de quienes tuvimos la ocasión de escucharlos entonces, antes, durante y después de una transición política, que muchos consideran aún inacabada, en la que jugaron un indudable papel por todos reconocido
Termina Violeta Parra: Ni los obréricos / ni los paquíticos / tienen la cúlpita señor fiscálico / y más no cántico porque no quiérico/ tengo flojérica en los zapáticos / en los cabéllicos en la camísica /en los riñónicos y en el bolsíllico.

miércoles, 11 de marzo de 2015

QUÉ NO DARÍA YO

Nos miramos en el espejo de vez en cuando, tanto más cuanto más nos alejamos de nuestros orígenes, de nuestros comienzos, de aquella infancia tan añorada, tan lejana, tan imposible de recobrar, como de retroceder en un tiempo, cuya flecha apunta indefectible e ineludiblemente hacia adelante, sin posibilidad de retornar, de volver, de recuperar el tiempo pasado, que sabemos irrecuperable.
Al mismo tiempo, comprobamos cómo el futuro se nos antoja demasiado próximo e inmediato, a la vuelta de la esquina, sin tiempo para poder visualizarlo a largo plazo, que nos concede un tiempo que se nos antoja demasiado corto, mínimo, recortado en exceso, sin tiempo, sin una perspectiva clara y terminantemente precisa para poder seguir mirando hacia adelante.
Qué no daría por recobrar el tiempo perdido, aquel que ahora vemos con una claridad y nitidez absolutas y que entonces desperdiciamos de múltiples y absurdas formas, no en la infancia, ni en la adolescencia, ni siquiera en la juventud, dignas de disfrutar y derrochar a raudales, sino tiempo más adelante, cuando éramos plenamente conscientes ya de nuestro lugar en el mundo.
Y no sólo en el espacio inmediato, próximo y cercano, en el que nos afecta cada día, sino en el que traspasa ampliamente esas fronteras lejos de nuestro espacio vital, haciéndonos concebir una existencia cuyas consecuencias llegan allende los mares de una consciencia limitada por el reducido lugar en el que nos desenvolvemos, reservándonos de paso un lugar como ciudadanos de ese mundo, al que ineludiblemente pertenecemos, y en el que hemos de desenvolvernos a nuestro pesar.
Qué no daría por volver a vivir los tiempos de la infancia, de recorrer de nuevo los caminos y las sendas por las que discurrió tan hermosa e irrepetible experiencia, que pese a situarse tan lejana en el tiempo, tan próxima tendemos a verla, tanto más cuanto más avanzamos en esa inexorable cuarta dimensión, cuya terquedad y obcecación absolutas nos conduce siempre hacia adelante, sin posibilidad de regresar, de invertir la marcha, en un alocado viaje que apenas nos permite volver la vista atrás, para en un ligero y veloz instante, contemplar los últimos pasos de un viaje sin retorno.
Qué no estaría dispuesto a sacrificar para poder vivir de nuevo aquella sutil y fugaz adolescencia, plena de dudas y preguntas, de descubrimientos y emociones, así como poder repetir los mismos errores, dudas y vacilaciones de la primera juventud, suavizándolos y corrigiéndolos, en la medida de lo lógico y razonable que pueda tener renunciar a algo tan humano como es la innegable capacidad de la juventud para cometerlos, algo que es inherente a la condición humana, máxime aún en esta etapa de la vida.
Y gozar de tantas pequeñas cosas de las que me privé y que ahora añoro,  que constituyeron una fútil y absurda decisión que ahora sin duda corregiría, que llevaría a cabo sin dudarlo un instante, y que las disfrutaría una y mil veces, como tantos otros placeres de la vida, al igual que abjuraría de cuantos problemas y preocupaciones gratuitos ocuparon mi tiempo, así como el que perdí inútilmente, bien por una negligente ligereza, bien por simple e inexcusable comodidad, y que ahora corregiría sin dudarlo un solo momento.
Qué no daría yo por no tener que reconocer tantos errores, tantas ligerezas y tantas omisiones. Pero ya es un poco tarde, demasiado para poder recuperar un tiempo que se nos escapa de las manos, cada día, cada hora, cada segundo, en un proceso irreversible que nos aleja cada día más de los orígenes y que nos conduce hacia el final de una etapa irrepetible y única, que damos en llamar vida, que exige como condición necesaria la comisión de errores, fallos y desaciertos sin cuento, sin los cuales no sería posible transitar a través de esa experiencia única que nos permite comprobar que simplemente somos unos entes desprovistos de algo tan poco inherente a la naturaleza humana como es la perfección. Afortunadamente.

domingo, 8 de marzo de 2015

LAS BARBAS DEL VECINO

Nadie parecía estar absolutamente seguro, nadie se atrevía a confirmar lo que parecía inevitable, pese a los insistentes indicios, a las encuestas y a la clamorosa reacción de una ciudadanía harta de unos políticos decepcionantes, de una corrupción insoportable, de unos despilfarros sin cuento y de unos recortes en todos los órdenes que están dando lugar a la entrada de nuevos aires en política que se han visto materializados con la victoria de Syriza en Grecia.
Porque los tiempos están cambiando, porque la sociedad no puede permitirse el abandono, el manejo y la sumisión, que lleva aparejado una pobreza cada vez más visible de una clase media, no digamos si miramos aún más abajo,  a la que están sumiendo en la desesperante incredulidad que se está asentando en la población, ante una situación desesperante a la que está llegando, fruto de una política y de unos políticos que han perdido toda credibilidad por parte de quienes en su momento les votaron, y que ahora cambian el sentido de su voto hacia quienes representan el polo opuesto de los habituales partidos de siempre.
Turnándose en el gobierno, los dos grandes grupos políticos, en un ejercicio de suprema, desesperante y rutinaria forma de ejercer el poder, han llegado a distanciarse de la gente, hasta el extremo de identificarlos como si de uno sólo se tratara, dada la escasa distancia que les separa, sobre todo en una manera de gestionar la economía que parece ser única y exclusiva, dependiente en extremo de Europa, a la que siguen fiel y disciplinadamente, que no les permite, según parece, un ápice de libertad, pero que no ha supuesto obstáculo alguno para que la corrupción y el despilfarro haya surgido en sus filas.
Y ahí está Syriza, partido griego que guarda amplias similitudes con Podemos y que ha obtenido una amplia victoria, con el consiguiente sobresalto en Europa, y fundamentalmente aquí, en España, dónde populares y socialistas, se han esforzado en minorar, unos considerándolos flor de un día, con unas feroces y desmedidas críticas, acusándolos de populistas y demagogos, mientras que los otros, temerosos de perder una gran parte de su electorado, considerándolos unos oportunistas, a la par que los emplazan a que traten de demostrar cómo llevarían a cabo unas medidas económicas que consideran irrealizables.
Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar, afirma una de las sentencias populares, que al contrario que muchas otras, refleja plena y certeramente una situación como la que nos ocupa en esta ocasión, y de la que unos y otros deberán tomar buena nota, porque ya no se trata de un ensayo, de una suposición, de una encuesta, sino que han llegado los nuevos tiempos, que definitivamente están cambiando, y que lo han hecho para cambiar las cosas, porque las urnas así lo han decidido.
Ha sido el pueblo soberano quien ha hablado. Nadie puede ponerle obstáculo alguno, ni pega de ningún tipo que trate de empañar un resultado democrático, que no les gusta y que les cuesta aceptar, después de décadas de manejar unas riendas que las urnas les han quitado, en justa lid, a una derecha y centro izquierda que son las tendencias que imperan hoy y desde hace mucho tiempo en una Europa, que no ve con buenos ojos, cómo por primera vez, se impone en las urnas una Izquierda con mayúsculas, es decir, una izquierda a la izquierda de la izquierda.
Mientras Syriza se queda a  dos escaños de la mayoría absoluta, PSOE y PP se miran en el espejo, incrédulos y consternados, a la par que desempolvan la espuma y la brocha de afeitar. Falta les va a hacer.

lunes, 2 de marzo de 2015

EL RETROCESO SOCIAL

Somos muchos los ciudadanos de este País que podrían citar numerosas situaciones penosas y lamentables acerca de personas conocidas, más o menos próximas, más o menos de nuestro entorno o ligadas al mismo, que podríamos describir como desconocidas, por extrañas o no habituales, pero que se están dando desde hace ya bastante tiempo con una frecuencia desacostumbrada por excesiva y habitual.
Nos vamos dando cuenta de que cada vez son más frecuentes los casos que vamos conociendo, incluso muy próximos, en los que gente conocida, quizás del mismo edificio en el que vivimos, manifiesta unos comportamientos que no solían, y que nos sorprenden en grado sumo, pues dábamos por hecho que a ellos no les llegaban, no les afectaban de ninguna manera, los perjuicios que en la ciudadanía está causando una crisis que vemos cada vez más cercana cuanta más lejana nos dicen que se encuentra.
Comprobar cómo el paro afecta a gente conocida, es algo absolutamente habitual, que hemos incluso interiorizado como si fuera el pan de cada día, algo con lo que tendremos que acostumbrarnos a vivir, olvidándonos de los tiempos en los que la gente solía seguir adelante más o menos dignamente, con su empleo que le daban para pagar las letras del piso y las facturas, con más o menos apreturas, más bien justos, pero con esperanza en un futuro que les pertenecía.
Esos tiempos se han acabado, ya no existen, quedaron en el baúl de los recuerdos, pese a los gobernantes que se empeñan en mentir a la gente cuando le dicen que la crisis ha pasado, que estamos recuperándonos, que todo volverá a una normalidad en la que ya nadie cree, y dónde el futuro se presente oscuro, tétrico e inexistente.
Tiempos de desesperanza para esos ciudadanos de una determinada edad que saben que quizás ya nunca encontrarán un empleo, para los que lo tienen pero que han visto minorar un sueldo que no van a recuperar jamás, para los que lo encuentren, a tiempo parcial por cuatro perras y en condiciones draconianas, tal como permite una ley laboral inaceptable y perversa, que humilla a los trabajadores.
Malos e injustos e indeseables tiempos para los jóvenes que son los grandes perdedores de esta injusta e insufrible época que les ha tocado vivir, para los dependientes que hayan tenido la suerte de cobrar una pequeña asignación que son una minoría que además ven cómo se la recortan en un acto incalificable e injusto, para los enfermos que contemplan cómo los recortes en sanidad los han perjudicado de múltiples formas hasta extremos que creíamos imposibles de contemplar.
No se trata de una crítica al uso en unos tiempos difíciles, ni un injustificado afán de ir contra el poder establecido, ni siquiera de ejercer el derecho de crítica ante unos hechos determinados, sino de denunciar abierta y libremente cuanto aquí se expone, y que voy a ilustrar con unos gráficos ejemplos, de cuya veracidad puedo responder porque me son harto próximos y por tanto conocidos:
1.- Una trabajadora firma un contrato en un laboratorio por dos días. El primer día se presenta a su hora y le dicen que sólo hay trabajo para una hora. No valen protestas. Le pagan una hora, siete euros, y a casa.
 2.- Una señora de ochenta y tres años va a urgencias para una cura en un hospital de Madrid. Cinco horas de espera y los familiares ni siquiera tuvieron dónde tomar asiento.
 3.-Una señora del portal dónde vivo, nos confiesa que no puede poner la calefacción, porque no puede pagarla. Su marido, jubilado, cobra muy poco. Un radiador para toda la casa y a abrigarse.
4.- Yo mismo, en el mismo hospital mencionado, actual, moderno, al que acudo para una extracción de sangre. La media de extracciones es de 30 por hora. El número de personas que llenan la sala y pasillos adyacentes, es de cerca de 200, gente mayor, embarazadas, enfermos, lo que supone una espera de más de 4 horas. Protestas y reclamaciones, consiguen que se refuerce el servicio y aún así casi estoy 3 horas.
Son casos que reflejan una ínfima parte de una situación que se vive en España, que cada día se da con más frecuencia. Es un hecho imparable, un deterioro del Estado Social, que nos retrotrae diez años atrás como mínimo, al tiempo que la corrupción y el despilfarro siguen campando por sus respetos, en una España que nos resulta irreconocible, desagradecida e ingrata.