jueves, 4 de octubre de 2007

LA TECNOLOGÍA QUE NOS FASCINA

Cuenta los pasos que doy cada día, el número de pulsaciones, la distancia recorrida, la velocidad alcanzada, las calorías quemadas, me calcula la masa corporal, me confecciona la agenda, me recoge el correo, me da las noticias del día, me muestra los vídeos más interesantes, me distrae con sus juegos, me sugiere las fotos con el encuadre más interesante, navego por Internet, me mide el grado de alcohol en sangre, me indica el recorrido más corto a seguir y lo más increíble de todo, hasta puedo utilizarlo para hacer llamadas como si de un vulgar teléfono se tratara.
Todo ello resumido, compactado y milagrosamente montado en un inquietante paquetito de poco más de cien gramos de peso que cabe y se oculta en la palma de la mano y que está destinado a revolucionar – ya lo ha hecho – nuestra vida diaria, para bien o para mal, porque enemigos y detractores también los tiene.
Pero hemos de reconocer que es, junto con Internet, uno de los más grandes hallazgos tecnológicos, con una poderosa capacidad de transformar la sociedad, la cultura y por ende, la historia de esta civilización de avances increíbles y poderosos contrastes que nos arrastra con una soberbia fuerza hacia una nueva forma de entender la vida y las relaciones sociales entre los seres humanos.
A nadie se le escapa que Internet es una portentosa herramienta multimedia, una ventana abierta al mundo que ha desbordado todo lo imaginable hace unos pocos años en materia de comunicación y, por supuesto, - ya nos lo han adelantado quienes bien saben de ello - no ha desarrollado todavía, ni por asomo, toda su enorme potencialidad que está aún por desplegar.
Pocos descubrimientos han revolucionado tanto la sociedad como la tecnología de los ordenadores aplicados a todas las facetas del saber y hacer humanos. Internet y los móviles y por extensión todos los demás hallazgos electrónicos surgidos a su alrededor, sin apenas darnos cuenta, nos han introducido en un mundo nuevo, del que apenas somos conscientes porque la velocidad con que se mueve dicha tecnología es tan rápida, tan fugaz, que no nos da respiro para poder digerirla y reflexionar sobre lo que está pasando o mejor dicho, sobre lo que está cambiando.
Nos limitamos a recepcionar cada cambio, a admirarlo, a disfrutarlo a devorarlo sin detenernos ni por un momento a pensar en sus consecuencias ni a volver la vista atrás para tratar de encontrar una referencia o una justificación a esta desenfrenada carrera tecnológica que no deja de sorprendernos con nuevos hallazgos que tienen lugar casi a diario.
Navegando por Internet, voy repasando las noticias del mundo en tiempo real, mientras envío un E-Mail, inicio una sesión en Messenger, y descargo las últimas novedades multimedia que después reproduciré en mi ipod para visionarlo después en el ultrafino televisor último modelo donde podré disfrutar de las últimas fotos tomadas con mi supercámara digital de última generación.
Maravillas del mundo actual – del primer mundo – que ensimismado en su deslumbrante y fastuosa tecnología, tiene la desfachatez de mostrarnos con toda nitidez y a través de ella las terribles miserias que azotan a ese otro mundo, al tercer mundo, a cuyo alcance no están los logros tecnológicos que no hacen sino alejarnos cada vez más de ellos y de su sufrimiento. La tecnología entendida así, como un lujo a disfrutar por unos pocos, no es sino una demostración más de la estúpida soberbia que caracteriza a la raza humana.

martes, 2 de octubre de 2007

REALES OPINIONES

No es fácil, ni cómodo, es incluso hasta inoportuno, expresarse en este país sobre un tema, ahora de nuevo de actualidad, como es el de la Monarquía, sobre todo si el tono no es aquel al que nos tenían acostumbrados hasta no hace mucho los medios de comunicación más cortesanos, ausente de todo tipo de críticas o planteamientos que puedan suponer o albergar cualquier duda sobre la legitimidad de esta institución.
No se trata de echar leña al fuego o de hacer leña del árbol caído, porque ninguno de los dos casos se da, sino de tratar con seriedad un tema que cada día está más presente en la calle desde hace ya bastante tiempo y que los últimos acontecimientos han sacado a la luz de nuevo, que no se pueden obviar porque están en la mente del ciudadano de a pie que poco a poco va formándose una opinión sobre un asunto que nos compete a todos.
No es preciso, por una parte, recurrir al recurso de quemar efigies para mostrar repulsa. Estamos en el siglo XXI y las controversias deberían resolverse de otros modos más civilizados acordes con los tiempos en los que vivimos, sin que ello suponga dejación de su intención crítica, que por otra parte, está absolutamente legitimada en una democracia.
Tampoco es preciso, aunque imagino que política y diplomáticamente obligado sí lo es, que por la otra parte, léase el gobierno, se mantenga una defensa a ultranza contra viento y marea de una institución que quieran o no está siendo puesta en tela de juicio cada vez más en el ámbito de la calle.
Menos preciso es aún que la parte interesada, trate de maquillar sus actos en un afán de agradar, llegando hasta extremos que no logran sino perjudicar más aún una imagen ya de por sí bastante degradada.
Tan monárquico es este país como dicen que católico. Se nos atribuyen estos afectos como al soldado el valor, es decir, se le suponen. No necesitamos demostrarlo. Lo somos y basta.
No son tiempos para continuar con esos razonamientos que no conducen sino a situaciones como las que estamos viviendo y que casi con total seguridad irán in crescendo con el paso del tiempo y que no favorecen ni a esta Institución ni al Estado ni a la sociedad en general.
La gente quiere saber más sobre una Institución que como cualquier otra deber rendir cuentas en todos los aspectos y, tener la oportunidad de decidir democráticamente si debe perpetuarse indefinidamente en un siglo XXI que cada vez más contempla los anacronismos como lo que son: incongruencias que resultan de presentar algo como propio de una época a la que no corresponde.