Que el ser humano es sumamente acomodaticio, es algo que
nadie puede negar, y que la mayoría ha podido comprobar cuando ha experimentado
esta capacidad tan resolutiva para quien la experimenta, ya que su puesta en
práctica suele ser de sumo interés para quién, egoísta o necesariamente, tiene
que acomodarse a las circunstancias que le condicionan para amoldarse a los
vaivenes de la humana existencia, sin posibilidad de evadirse de los
condicionamientos que le obligan, tomando las decisiones pertinentes para
adecuarse a los nuevos tiempos que las circunstancias vitales le han obligado a
considerar como inevitables para proseguir su forzado e inevitable caminar.
Tan adaptables
son los protagonista de estos habituales hechos, tan comunes y frecuentes en la
existencia humana, que su repercusión en el quehacer humano suele ser mínimo, y
sus efectos adversos pasajeros, de tal forma, que pese a las incomodidades y trastornos,
que indudablemente causan, no acostumbran a ser tan traumáticos como para
quedar marcados por ello, llegando a aceptar los inevitables cambios
originados, como un mal menor que se debe asumir, que nos permitirá continuar
nuestra trastocada actividad, ya sea personal, familiar, o de cualquiera otra
índole, sin alterar, de esta forma, nuestra diaria existencia, aún a costa de
la obligada alteración de la diaria rutina existencial.
Pero no
siempre los cambios, variaciones y alteraciones del rumbo vital de los seres
humanos, están condicionados por una inevitable y obligada contingencia que no
podemos evitar, que no depende de nuestra voluntad, de nuestra libre capacidad
para dirigir nuestras acciones y más fervientes deseos, sino que dichas
alteraciones existenciales, son asumidas libremente por motivos más o menos
inconfesables, que no obligan, porque no son una imposición, que como tal, no
depende del individuo, sino que es decidida libre y voluntariamente en un
ejercicio del libre albedrío, que no supone imposición alguna más o menos
rechazable e indeseada, sino una manifestación buscada y realizada con la
intención de mejorar una determinada situación, con propósitos quizás egoístas,
quizás inconfesables, pero siempre decididos y dirigidos racionalmente, sin
presión exterior alguna.
Sus
manifestaciones, sus facetas, sus expresiones materializadas en hechos determinados
y concretos, son tantos y tan variados como la mente y la voluntad humanas
pueden llevar a término, de tal forma que su pretendida intención de relacionar
todos y cada una de ellas, resultaría un vano y fútil intento por desentrañar
la capacidad del ser humano para llevar a cabo sus más íntimas y recónditas perversidades,
más o menos retorcidas, de las que es capaz, y de las que a lo largo de la historia
ha dado amplia y nutrida muestra, a través de ejemplos que no han llegadoa
traspasar la barrera de lo meramente personal, y de aquellos que han logrado
tal eco, que han trascendido el ámbito individual, para llegar a alcanzar metas
mucho más elevadas y tocar techos tan altos que no conocen fronteras.
Así, podemos
encontrar innumerables casos de personajes famosos a nivel internacional, de
todas las épocas, de todos los orígenes, y de todas las ocupaciones, actividades,
y dedicaciones posibles, con preferencia por los políticos, pero dónde no
faltan los genios más o menos dotados, de las diversas y variadas artes, los
militares, los artistas, los dedicados a la ciencia y la tecnología, las grandes
fortunas y cómo no, y en gran medida,
los que se habían inclinado por dedicarse al lucrativo y falsario negocio de la
religión, desde el más bajo servidor, hasta el que representa las más altas
instancias a las que se puede llegar en ese proceloso mundo que conduce a las
alturas más altas e inmateriales a las que el ser humano puede llegar a
alcanzar, una vez se ha traspasado la línea que divide esta vida terrena, de la
que ellos dicen, sin el menor sonrojo, ostentar por divino y sobrenatural mandato.
Estos últimos son, sin duda, junto a los denostados y soberbios políticos, los que se llevan sin duda la palma en esta singular pelea farisaica, con su enorme capacidad para engañar, aquellos a sus fieles y devotos seguidores, y éstos últimos a sus crédulos e ingenuos votantes, con sus falsas promesas, eternas en un caso y temporales en el otro, pero siempre basadas en la enorme capacidad para convertirse en lo que no son, salvadores de almas, los unos, y repartidores de dádivas y bienes materiales sin cuento los otros, en un ejercicio de engaño, falsedad manifiesta e impostura desleal e hipócrita, que difícilmente admite parangón en este engañoso y malicioso mundo en el que nos movemos, dónde todo vale si con ello se obtienen los jugosos réditos que suelen estar en juego, y que con tanta facilidad suelen obtener.